Por: Lic. Guillermo Pacheco Pulido
Es relativo
En toda la historia, cuando la democracia entrega el poder a las personas, éstas deben considerarse como propiedad pública, es decir, ya no pertenecen a sí mismas y deben entregarse en tiempo, en actitud y esfuerzo en vida al servicio de la colectividad sin condición o limitación alguna.
Los Gandhi tenían amor apasionado por su causa que era el bienestar de la población; el ejercicio con ética de su responsabilidad y aplicaban la mesura en las circunstancias que el ejercicio del poder les obligaba y señalaba; entendían que todo poder es un deber, un deber para cumplir con las demandas de su época y su tiempo. Todo ello queda a que el tiempo mismo otorgue sus fallos.
Recibí un libro de parte de mi amigo Enrique Torres Andrade cuyo contenido es muy interesante, escrito por el ciudadano español Javier Rojo, investigador acucioso, honesto, agudo, buen narrador y varias veces premiado por su amplia labor literaria.
En el libro se nos habla de una mujer que modifica la mayoría de su cultura y estructura social, pues siendo ciudadana italiana se casa con un hindú y en consecuencia su nombre y apellido Sonia Maino se cambia por Sonia Gandhi. El libro se titula El sari rojo.
Sonia contrae matrimonio con el hijo de Indira Gandhi, de nombre Rajiv Gandhi, quien al igual que su madre ejerce poder en la India y muere asesinado…
Después de la cremación del cadáver de su esposo –nos cuenta el autor– ella, Sonia, pensando ya en regresar a Italia, recibe en su casa al Comité de Trabajo del Partido del Congreso para informarle que había sido designada presidenta de ese partido.
Sonia se les queda mirando. Imposible, ¿no es la pena algo puro y sagrado? No le han dejado secarse las lágrimas por la muerte de su marido y ya están aquí los políticos. La vida sigue y es cruel. Incapaz de sonreír, no tiene ni ganas ni fuerzas de fingir que está honrada por el resultado de la votación.
—No puedo aceptar, mi mundo no es la política, ya lo sabéis. No quiero aceptar.
—Sonia, no sé si te das cuenta de lo que el Comité te está ofreciendo… te ofrece la posibilidad de liderar un día este gran país. Sobre todo, te ofrece la posibilidad de asumir la herencia de tu marido para que su muerte no haya sido en balde…
—No creo que sea el momento de hablar de esto…
NOTA: amable lector, a usted le corresponde seguir leyendo este libro. Para mí y muchas personas, es un libro que atrae en su totalidad de páginas, es histórico, es realista parcialmente, es una verdad novelada por una buena pluma, es leyenda; la realidad que su contenido humanístico nos lleva a la India, a su grandeza y sus luchas, a sus mitos, creencias y costumbres, insisto desde luego es muy recomendable su lectura. Se hace notar, según los medios de publicidad, que el libro fue vetado por Sonia, cuando el autor le había enviado el proyecto del libro para su conocimiento y opinión.
Todo lo anterior hizo acordarme de la grandeza de un hombre padre de la India: Mahatma Gandhi, sin vínculo familiar con los Gandhi anteriormente citados, pero sí unido por el ideal en la búsqueda y lucha por la independencia de ese gran pueblo: la India.
Mahatma Gandhi es conocido como uno de los pacifistas más trascendentes. Mahatma se traduce como “alma grande”, es el sobrenombre que le puso el poeta Rabindranath Tagore.
Mahatma se preocupaba por la existencia de una tremenda marginación y discriminación de la gente de su patria.
Al enterarse de la existencia de un proyecto de ley para retirar a las personas de la India el derecho al voto, organizó la resistencia civil, es decir protestar sin violencia.
En su discurso muy valioso sobre “nuestra no violencia” dijo:
“Hay en la mayoría tantas corrientes escondidas de violencia, conscientes o inconscientes, que he rezado para obtener una derrota desastrosa. Siempre he sido minoría.. En Sudáfrica, he empezado con la unanimidad, pero he bajado a una minoría de 64 y hasta de 16, y he vuelto a subir a una enorme mayoría. El mejor trabajo, y el más sólido, ha sido forjado en el desierto de las minorías. Estoy asqueado por la adoración de la multitud sin juicio. Sentiría el terreno más firme bajo mis pasos, si está escupiese sobre mí”.
“Un amigo me advirtió que no explotase mi dictadura. Lejos de haberla explotado, ¡me pregunto si no me dejo a
mí mismo explotar! Confieso que tengo un terror como nunca tuve antes. Mi única salvación está en mi imprudencia. He advertido a mis amigos del Congreso que soy incorregible. Cada vez que el pueblo cometa equivocaciones, seguiré confesándolas. El único tirano que reconozco en este mundo ‘es la pequeña voz silenciosa’ que está dentro de nosotros”.
“Y hasta si tuviese que considerar una minoría de uno solo, tendría el valor de ser esta minoría desesperada. Es para mí el único partido sincero. Soy hoy un hombre más triste y, creo, más sabio. Veo que la violencia está a flor de piel. Ardamos de indignación. El gobierno se alimenta por sus actos insensatos. Parece que casi desea ver este país cubierto de asesinatos, de incendios y de rapiñas, a fin de poder pretender que él es el único capaz de reprimirlos. Nuestra no violencia, me parece, se debe a nuestra impotencia, como si en nuestros corazones acariciásemos el deseo de vengarnos, en cuanto tengamos la ocasión. ¿Será que la no violencia voluntaria puede salir de esta no violencia forzada de los débiles? ¿ no será una experiencia vana la que estoy intentando? Y si, cuando el furor estallara, ni uno quedase indemne, si la mano de cada uno se levantase contra su prójimo, ¿de qué serviría que yo ayunase hasta morir después de tal desastre?”
“¡Si no son capaces de la no violencia, adopten legalmente la violencia! Pero nada de hipocresía. La mayor parte pretende aceptar la no violencia, ¡que conozca su responsabilidad! Está obligada a retardar ahora la desobediencia civil y en hacer primero una obra constructiva. De lo contrario, seremos ahogados en unas aguas de las cuales no sospechamos su profundidad ¿No quieren la no violencia? ¡Salgan del Congreso! ¡Formen un nuevo partido! ¡Anuncien públicamente su credo! Y que el país escoja entre nosotros. Pero nada de equívocos, sean francos”.
La siguiente frase la pronunció Indira Gandhi a su otro hijo Sanjay:
“Recuerda: todo lo que hace fuerte, duele. Algunos quedan aplastados o lisiados, muy pocos se curan. Sé fuerte en cuerpo y mente y aprende a tolerar…”