Por: Adolfo Flores Fragoso / [email protected]
Hay calles de Puebla que son habitadas más como un pesar que por un recuerdo o un olvido.
Sor María de Jesús tenía la virtud de la paciencia, ahí en el convento de la Limpia Concepción de Nuestra Señora (en la actual 7 Poniente), donde habitó durante 39 años en el amanecer del siglo XVII.
“Sor María de Jesús Tomelín y del Campo sufrió la calumnia de sus compañeras monjas pues la acusaban de hipócrita, embustera, ilusa, santera, alumbrada y hechicera”, documentó el investigador Armando González Morales en su ensayo ‘Dolor y sensualidad: Vida cotidiana de una monja iluminada en Puebla’ (2002).
¿La razón? Era una moja “iluminada”, de aquellas que tenían visiones, comunicación (en vivos colores) y revelaciones en charlas íntimas con Jesús niño y el Cristo adulto.
Paciente y tolerante que fue, nunca dio importancia a calificativos y dichos sobre su presunta visionaria santidad. Poblana inusual, María de Jesús nunca prestó ni compró importancia al “qué dirán” de sus colegas del convento.
Siempre inmaculada, salía descalza a sentir la calle de la Concepción, tan lajeada, terrosa y maloliente, tal vez para sentir el frío o el calor que la penetraban hasta su alma.
“Orad a Jesús Sacramentado”, leía contemplativa en una lápida exterior de la esquina del templo del convento.
Y rezaba.
Ya en estado místico oraba hasta el rubor, extasiada por esa erótica caminata nocturna entre cálida y helada, con el roce de su hábito que la acercaba al placer y el dolor, sin caer en la tentación. O quién sabe.
El siglo XVII de la Puebla llegó a grados de enferma obesidad por dichos y vivencias que circularon desde afuera y el interior de los “virginales” arcos, capillas y celdas de sus conventos.
Las monjas poblanas cocinaban más intrigas que guisos de sus inexistentes recetarios, algunas protegidas por la dorada y reluciente dote de sus padres, que era las menos maltratadas, pero las más intrigosas.
Francisco Pardo, en “La vida venerable de María de Jesús Tomellín. Origen y destino de una vida libresca” (1676), describe que actuar como una “iluminada” que hablaba con ángeles, santos, Jesús y hasta con Dios, también podía ser perdonado por los dichos y las visiones.
No fue la suerte de la poblana sor María de Jesús.
Una mujer que estuvo en el límite de la santidad, la presunta embustería, sus visiones divinas, el erotismo espiritual y la sensibilidad de esos mismos dedos con los que se persignaba cada noche, como cada mañana.
Una mujer, antes que monja, a quien le fue impedida la beatificación, más que por lo obvio, por el chisme conventual.
Al final, con un pesar santiguado en cierta calle de la Purísima Concepción de la Puebla del XVII.