Felipe Flores Núñez
El periodista y escritor poblano Mario Alberto Mejía presentó hace días su octavo libro, Se dicen cosas horribles de ti, novela que, según dice, “trata de lo que hablan los escritores cuando están en los baños o en los restaurantes”.
Sin preámbulos, el autor la describe también “como una novela sobre la vida privada de los escritores, sobre sus manías y de toda esa gestualidad que hay en ellos”.
“Es una novela burlesca sobre esa clase intelectual que se siente tan poderosa, que cree que puede diseñar un modelo político para el país; es una mirada morbosa del mundo intelectual mexicano, pero todo enmarcado en el contexto de una novela de ciencia ficción, es decir, aparecen todas las veleidades del mundo intelectual mexicano, ridiculizadas”.
Como ejemplos, refiere alusiones a escritores mexicanos de la talla de Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Elena Poniatowska y Juan Villoro, entre otros, además de reiteradas menciones a Raúl Padilla, presidente del Patronato de la acreditada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a quien alguna vez Carlos Monsiváis llamó “El cacique ilustrado”.
Es precisamente en la FIL donde se desarrollan las 53 historias que Mario Alberto Mejía condensa en su texto de 138 páginas, que contextualiza al relatar a Crónica Puebla que en sus “mañaneras”, el presidente López Obrador ha sido muy crítico de esa clase intelectual, de esa clase que él llama neoliberal, conservadora, hipócrita y vil.
“En función de esas personalidades y de esos personajes, fue que me metí a burlarme de esa clase intelectual”.
Abunda que desde antes de la 4T “había en el país un dominio, una hegemonía cultural que estaba manejada por esos escritores que no solamente escribían sobre historia o sobre literatura, sino también escribían sobre las directrices que tenían que tomar los gobiernos. Casi casi les hacían un diseño de administración pública, para que así se gobernara el país”.
—De siempre ha habido grupos de intelectuales, de escritores; grupos elitistas, nomenklaturas que coquetean con las esferas del poder.
—Exactamente, esa nomenklatura que en el pasado reciente estaba liderada por Octavio Paz y por Carlos Monsiváis, cada uno tenía sus propios grupos. El más poderoso era Paz, porque había generado toda una red de canonjías, de publicaciones, becas, embajadas, agregadurías culturales y él era el que elegía los premios; el que diseñaba, marcaba, palomeaba y vetaba los nombramientos.
—De ahí surge ese grupo de escritores en contra que conformaron el llamado Crack, entre quienes estaba Jorge Volpi y el poblano Pedro Ángel Palou García…
—Si, el Crack nace en contra de esa nomenklatura, pero termina siendo absorbido. Empezó como un movimiento contracultural que terminó alineándose, porque después Volpi ya también había sido agregado cultural en varios países y le dieron a dirigir Casa México en París. Terminaron disputándose los premios y las becas.
—Julio Scherer, en su libro Los Presidentes se refiere a las disputas entre mandatarios e intelectuales, de las luchas por el poder. Eso siempre ha existido.
—Sí, es una vieja pugna. Incluso hay una entrevista que le hace Scherer a Octavio Paz muy interesante, sobre los intelectuales y el poder. Ahí Scherer lo presiona fuertemente y Paz de manera muy hábil logra evadir los señalamientos, las críticas, pero siempre el intelectual acaba ligado al poder, desde sus orígenes.
En los años sesenta apareció en la editorial Joaquín Mortiz un libro que se llamó La Mafia, que escribió Luis Guillermo Piazza, argentino. Y ese libro terminó siendo bloqueado por Paz, por Monsiváis, por Carlos Fuentes, porque era una dura crítica.
Era una novela satírica sobre el mundo intelectual y creo que esa es mi referente más cercano para esta novela, porque creo que es muy sano ese tipo de ejercicio.
—¿Por qué empeñarse a escribir libros en un país muy precario en la lectura, de pocos lectores?
—Porque me apasiona la escritura, me apasiona el lenguaje. Porque mi columna diaria no es suficiente como para saciar esa sed que tengo de contar historias. Es la necesidad de contar historias la que me tiene escribiendo novelas y este tipo de relatos, es decir, me gusta tanto contar historias, que termino haciendo novelas. Y es una mezcla de ficción con realidad.
Creo que es muy necesario en estos momentos no sólo contar historias, sino publicar esas historias. Como dices: en un país de pocos lectores, para fortuna mía, Miedo y asco en casa Puebla, que fue mi primera novela, vendió ocho mil ejemplares; cinco mil ejemplares se vendieron en cuatro meses.
El día de la presentación, que fue en noviembre de 2017, se llenó Bodegas del Molino y hubo filas enormes para comprar el libro.
Ese día vendí casi 500 ejemplares.
Es decir, me gusta esa relación con el lector y ese interés que está generando. Ahora por la pandemia solo hubo un aforo para 200 personas en el Museo Barroco, pero llegaron 280. Ese día también vendí cerca de 200 ejemplares.
Entonces creo que es una manera de ir rompiendo esos mitos de que la gente no lee. Yo creo que la gente sí lee y que México podría convertirse en un país de lectores si desde los gobiernos federales, estatales, municipales se hicieran más presentaciones de esta naturaleza. La gente quiere ir, quiere consumir historias, sobre todo si son cercanas a ella.
—Hay un adagio popular que dice que “perro no come carne de perro”, finalmente tú también eres escritor, ¿con este nuevo libro no rompes con ese principio?
—Sí, claro, y lo he hecho también desde el periodismo. Yo siempre he creído que para empezar, yo no soy perro, así que yo sí puedo comer carne de perro (risas), y siempre he sido crítico del gremio (periodístico), por así decirlo, y también en el ámbito de los escritores.
Me parece que es un ejercicio muy sano ese canibalismo, porque de pronto todo se pierde; la crítica muy intelectual se pierde porque hay demasiada displicencia, demasiado amiguismo, demasiados compadrazgos.
Creo que estoy contando intimidades, hago infidencias del mundo intelectual mexicano.
Cuento las historia secretas y prohibidas del mundo intelectual. Pero, repito, todo en el contexto de una novela de ciencia ficción y todo ocurre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
—¿A qué atribuyes que Puebla no tenga escritores importantes? Estás tú, Pedro Ángel Palou y parece que nadie más…
—Ha habido escritores como Elena Garro, que hicieron sus vidas literarias fuera de Puebla, o Sergio Pitol, que pasó por Puebla una temporada y terminó viajando por el mundo; Juan Tovar (Baz), brillante, nacido en los años 40 que es poblano, pero tampoco vivió en Puebla, o vivió solamente su niñez; Eduardo Lizalde, que estuvo una temporada larga en Puebla pero su poesía la hizo en otros lados, y también Mario Martell, que tiene su propio recorrido.
Pero tienes razón, me parece que hacen falta más estímulos y más espacios. Pienso en escritores como Miguel Andrade y Miguel Maldonado, que son poetas con una voz muy propia, pero tienen que publicar fuera de Puebla.
Me parece también que hacen falta más editoriales, como esta en la que acabo de publicar, Dorsia, que es de Alejandra Gómez Macchia, una joven escritora poblana, brillantísima, que acaba de publicar un libro en Editorial Pre-Textos, de España. Y el año pasado, antes de la pandemia, fue a presentar su libro de cuentos, que se llama Bernhard se muere a Madrid, a la biblioteca Rafael Alberti, y tuvo un éxito grandioso”.
Creo que escritores sí hay, pero hacen falta más espacios y más editoriales que les publiquen.
—Dices que tomaste la “mala leche” de tu columna para escribir este libro, ¿para escribir literatura o periodismo se necesita tener “mala leche”?, ¿es un requisito?
—A mí me gusta. Me parece que la “mala leche” es necesaria para desacralizar, para generar nuevas rutas, tanto en el periodismo como en la literatura. La mala leche me ha servido mucho para ganarme una voz propia en las columnas periodísticas. Me ha servido para desentrañar misterios de los políticos y ahora de los escritores. Yo creo que un poco de mala leche no le hace daño a nadie.
—¿Qué es más importante, lo que dices o cómo lo dices?
—Yo creo que lo más importante no es lo que se dice, sino cómo se dice, porque a veces nosotros escribimos sobre lo mismo, porque a veces la noticia es tan impactante que todos tenemos que escribir sobre lo mismo.
La diferencia y lo importante es decirlo de otra manera; es el cómo hacerlo, cómo decirlo, cómo escribir.
—Y con ironía, que es tu sello.
—Sí, la ironía también es un elemento que manejo mucho en esta novela, en todo lo que escribo siempre hay una ironía permanente, hasta en mi poesía. Para mí, la ironía es uno de los grandes legados de la humanidad, la capacidad de burlarse incluso de uno mismo.
—Por este libro ya te han llamado hasta profano y caníbal, ¿esos calificativos te ofenden o te enorgullecen?
—Me enorgullecen. Para desacralizar, tienes que caer en canibalismo, tienes de pronto que hacer leña del árbol caído y para todo eso se requiere la ironía y el sarcasmo. Creo que hace que la vida sea más divertida.
Mario Alberto Mejía advierte que pronto habrá un segundo tomo de Un día nos moriremos todos y adelanta que en una parte de esa novela describirá el día en que se conocieron en la caseta de San Martín Texmelucan el presidente Andrés Manuel López Obrador y su ahora esposa, Beatriz Gutiérrez Müller.
Contra lo que todos supondrían, confiesa que su mayor pasión no está en su cotidiana actividad periodística, ni tampoco como novelista, sino en la poesía.
“Escribo poesía desde los 18 años y mi primer libro de poemas me lo publicó la UNAM a los 20”, dice orgulloso.
Y subraya que entre la narrativa o la novela, el periodismo y la poesía, “me quedaría con la poesía porque me genera una pasión inusitada; es donde mejor me siento, en esas aguas es donde mejor nado”.
TOUR DE DIFUSIÓN
El autor anunció que habrá más presentaciones de su más reciente novela en el Senado de la República y el Congreso del Estado de Puebla, así como las ciudades de Mérida, Querétaro, Guadalajara, Monterrey y Villa Hermosa, entre otras.
En breve, Se dicen cosas horribles de ti se podrá adquirir en las librerías de Educal y el Fondo de Cultura Económica de todo el país, así como en las de la BUAP.