Por: Jorge Alberto Calles Santillana
El retiro de equipo de computación a los empleados de la Secretaría de Economía que anunció el presidente, al inicio de esta semana, provocó una andada de críticas, como la gran mayoría de las decisiones del presidente Andrés Manuel López Obrador. Ciertamente, el anuncio es de suyo preocupante.
No es que se desconozca que uno de los criterios importantes en su toma de decisiones sea la austeridad. Pero el hecho de que la secretaría encargada de promover el desarrollo económico del país sea la primera instancia gubernamental en la que se aplica la decisión no deja lugar a dudas sobre el sentido simbólico del acto: su gobierno no está interesado más en el modelo económico global.
No está interesado en continuar ligado a esa modernidad que en su discurso él identifica como neoliberal. La dimensión de la decisión reafirma la intención: tres de cada cuatro funcionarios dejarán de contar con los recursos tecnológicos que hasta ahora habían tenido disponibles. La mayoría de las críticas se centraron en el carácter retrógrado de la medida. O en su aparente absurdidad.
Pero tal vez nos estemos quedando encerrados en el significado propio del hecho y estemos perdiendo de vista la fotografía completa. Se quejó días antes López Obrador de ser el presidente más atacado en la historia.
Aún cuando la aseveración haya de ser comprobada, admitamos que efectivamente su persona y su gobierno han sido objetos permanentes de fuertes críticas. Lo que el presidente omitió es que, eso sí, es el único presidente, después de Lázaro Cárdenas, al que un buen porcentaje de ciudadanos defiende a ultranza y aplaude todas sus decisiones.
También, es el presidente que más ha concentrado poder en el primer año y medio de su gobierno desde 1997, cuando el régimen priísta sufrió un descalabro que conduciría a su caída en 2000.
Asimismo, es el presidente que más exposición pública ha tenido, superando con mucho a Luis Echeverría. Obrador, al contrario de quienes lo precedieron durante este siglo, es el presidente que más ha combatido a los órganos autónomos que a lo largo de más de 30 años la ciudadanía mexicana construyó con gran esfuerzo con la finalidad de cimentar un régimen democrático plural.
Obrador es también el único presidente que ha criticado al Instituto Nacional Electoral (INE), a pesar de que gracias a su existencia su ascenso al poder fue posible y resultó incuestionable. En este contexto, habrá que entender que es el primer presidente ocupado en retirar a la administración pública de la modernidad tecnológica.
La medida, pues, no es absurda sino perfectamente coherente con el proyecto político que tiene en mente. Dentro de esta imagen de fotografía amplia habrá que ubicar el proceso de renovación de cuatro consejeros del INE que tendrá lugar en unos días.
Los comentaristas políticos han mostrado preocupación porque John Ackerman, esposo de la secretaria de la Función Pública y allegado al presidente, forma parte del Comité Técnico de Evaluación del INE que se encargará de elegir las quintetas de candidatos de los cuales habrán de ser elegidos esos cuatro consejeros.
Recientemente, él y su esposa han sido cuestionados por poseer varias propiedades que no habrían sido declaradas como parte de su patrimonio. Asimismo, su integridad académica ha sido puesta en duda pues según algunos analistas, sus títulos universitarios carecen de autenticidad. Ackerman ha hecho explícita su parcialidad.
Tales declaraciones parecerían hacer eco a las descalificaciones del instituto realizadas recientemente por el presidente. La autonomía del INE y su papel en la democracia mexicana están en juego y en peligro, sobre todo cuando en menos de un año México celebrará su elección intermedia en la que renovará el poder legislativo.
Si Ackerman consigue empujar al consejo a candidatos con sesgos hacia el partido en el poder, el instituto será otro de los organismos autónomos que habrá sido herido de gravedad. De ser así, las posibilidades de que López Obrador afiance su poder en el legislativo se habrán incrementado significativamente.
No habrá ya duda, México se encaminará hacia ese modelo en que tres de cada cuatro computadoras están de más. Por increíble que parezca, ese México que por tantos años luchó para desdibujar el autoritarismo no enfrenta a este nuevo modelo más allá de la crítica mediática, de redes y de marchas automovilísticas.
La oposición partidaria es prácticamente inexistente. Aún cuando todos reconocen las implicaciones que tendrá dejar que Obrador consolide su propuesta política, los partidos no se plantean la posibilidad de hacer frente común.
Cada uno sólo vela por sus intereses particulares. La crítica del círculo rojo, contrario a lo que hace poco predijo Héctor Aguilar Camín, no termina de permear a la ciudadanía. Las protestas vehiculares convocadas por FRENA no hacen sino fortalecer la lógica de la confrontación del presidente.
Para López Obrador es más importante contar con adversarios que con interlocutores; los claxonazos, desde la lógica de “los otros datos”, confirman su creencia que México vive una batalla de clases. Hace falta un plan B; hace falta hacer frente al modelo de López Obrador con otro entramado teórico, con otra bitácora, organizada desde otras coordenadas y con otros fines. El tiempo se agota.