El despertar del pasado lunes fue distinto. Después de poco más de un año de riguroso confinamiento, de un cansancio mental que parece llegar al límite, la proximidad del momento para recibir la primera dosis de la vacuna nos hizo ver la luz matinal con otro brillo. Parecía un día esperanzador.
Atrás quedaban las sinuosas jornadas de encierro, el alud de las cifras que avasallan, incluso las torpes confusiones e irreverencias de un López-Gatell que todos desean –algún día– sea juzgado. Al fin la vacuna está en Puebla capital, para atender a los adultos mayores de 60 años.
O una parte, solamente, porque la convocatoria expedida otra vez de manera irregular contempló sólo a un segmento de las colonias del sur. Para entonces, en Puebla ya habíamos pasado la experiencia del desorden absoluto en San Andrés Cholula, a un proceso poco más ordenado en la etapa subsecuente que abarcó nueve municipios colindantes.
En ambos casos, el enorme esfuerzo se vio nublado por desvaríos en la forma de comunicar a la población. Y en ese ánimo de innovar, que podría ser sinónimo de improvisar, se confirma el pasado viernes que la vacuna llegó al municipio poblano, en donde quizá se debió empezar –por ser la zona que registra la mayoría de casos de contagios y decesos–. Horas después mucha gente acude a las inmediaciones de Ciudad Universitaria de la BUAP.
El albazo no les funciona. Se informa vagamente que por la tarde se darán a conocer los detalles. Ya casi a las 18:00 horas se expide un comunicado.
Nuevas reglas, otro procedimiento. Se impone ahora el esquema de registro por la vía electrónica, a la que, por cierto, no todos tienen acceso, si bien evita la incómoda necesidad de acudir dos veces y de hacer las largas filas.
El anuncio causa furor, de nuevo la confusión, aunque el camino de la tramitología por internet parece despejado.
No obstante la aparente sencillez de la gestión, el proceso tropezó por largas y desesperantes horas durante la tarde-noche debido a fallas técnicas.
Mal augurio.
Se cayó (y se calló) el sistema, como diría en 1988 el exgobernador poblano Manuel Bartlett, con vínculo familiar –por cierto– con nuestro controvertido delega do federal de Bienestar, Rodrigo Abdala.
Pero más allá de esas coincidencias, las fallas en el sistema electrónico provocan abundantes quejas en redes sociales.
El momento exige paciencia. Al filo de las 23:00 horas del mismo viernes, el servicio se reanuda y permite, en cuestión de minutos, obtener el deseado turno que especifica con claridad, además del papeleo de rigor, la fecha, hora y ubicación del módulo de vacunación en Ciudad Universitaria. Momento de emoción, hay que decirlo.
Tras un fin de semana de optimismo, llega el día indicado. Es lunes 29, inicio de la jornada de vacunación.
Un despertar distinto.
Con la mayor disposición posible, ya estábamos una hora antes de la cita en las inmediaciones de Ciudad Universitaria. Puerta 4, Arena BUAP, documentos en mano. Cientos (¿miles?) de personas en un pulular desconcertante.
Largas filas en todos los sentidos. El altoparlante, que repetía incesantemente los documentos que había acreditar, era la única guía.
Nadie para informar, para orientar, para encauzar. Los rayos de sol pegaban con brutal inclemencia.
En la fila de la izquierda, gente formada con cita para las 13:00 horas; la de la derecha, en doble sentido, para las 14:00 horas. Otros con turnos previos o posteriores, caminaban atropellándose.
Sus rostros son de desconcierto, van de un lado para otro. Han pasado más de dos horas y seguimos en el mismo sitio.
Autos en doble fila, claxonazos, vendedores ambulantes y puestos de frutas, aguas de sabores, tortas.
Todo un tianguis.
Los reclamos son unánimes.
“¿Con quién podemos quejarnos?”, grita un joven de humilde apariencia que lleva a su madre anciana casi en vilo. “¡Carajo, qué desmadre!”, dice otro, al notar que las filas como serpentinas se entrecruzan, no llevan a ninguna parte.
Abunda la gente mayor, de 70, 80 y 90 años, no todos en condiciones de soportar la alta temperatura, la impaciente espera.
Muchos se sostienen en bastones, otros de plano van en silla de ruedas, pero no hay opción para ellos.
El trato es inmerecido. Siguen los tumultos. Todos se arremolinan. —“Tanto tiempo cuidándome y ahora me voy a contagiar aquí”.
Y, para colmo, no hay un solo instante la tan invocada sana distancia. Nadie quiere perder su sitio, aun así abundan los gandallas.
El sol empieza a ceder, pero aún molesta.
Ya es vano saber cuánto tiempo ha transcurrido, cuando al fin la fila avanza y, en su caracoleo, otra vez impera el desorden.
—“Caminen, caminen, caminen…” La Puerta 4 se ve más cerca, al fin unas vallas y el acceso al estacionamiento de la Arena BUAP, previa dosis de gel y satinizante. Una fila más, que equivale a otra hora.
O más, pero a esas alturas ya no importa.
Allí sí, ya todo organizadito. Al transitar el interior del inmueble, mesas con gel, vasos de agua, sillas.
Los brigadistas “Correcaminos”, con sus uniformes pulcros; algunos militares a distancia, como vigías. Personal de Protección Civil, cadetes de la Policía Municipal.
¿Qué hacen todos adentro, mientras el caos está allá afuera? En esa reflexión, el turno para la vacuna.
Una amable enfermera aplica de modo insensible el tan ansiado piquete.
Media hora de espera precautoria, entrega de papeles y la constancia de vacunación.
“Es todo, muchas gracias”.
Un día distinto.
Y pese a todo, muy esperanzador.