Si la niñez se escapa del cuerpo cuando entendemos la idea de que esta vida tiene un fin, entonces los ayudantes e este taller son unos abuelos encerrados en cuerpos de un metro y diez de altura.
Porque estas manos que en los ratos de ocio apenas pueden contener una bola de beisbol, ahora mismo están dedicadas al acarreo de las urnas para cenizas de difuntos.
En el negocio familiar de carpintería “La estrella”, especializado en ataúdes, los pedidos se multiplicaron. Todos los pares de manos sirven. Los que tallan, los que cortan, los expertos en gubias y llaves.
Qué tristeza tan grande, que el negocio haga más ventas por un virus que se quita de la piel con agua y jabón… y se evita con distancia.
La opción para sobrevivir, en tiempos de salud y mucha vida, va de fruteros y revisteros para negocios, mesas a bancas para iglesia.
Pero, esta vez, los niños de “La estrella” están perfectamente enterados de que en Puebla se ha multiplicado el fin.