Amedrentados por el acoso letal del coronavirus, ha transcurrido poco más de medio año que los mexicanos nos vimos obligados a replegarnos en un confinamiento que se ha hecho eterno.
Todo ha cambiado desde entonces.
Ahora son distintos nuestros hábitos y se ha modificado sustancialmente nuestra conducta cotidiana; interactuamos de otra manera, las jornadas laborales son distintas y hasta es muy diferente la convivencia entre amigos y familiares.
Simulamos que nos hemos acostumbrado a este giro virulento en nuestras vidas, pero en realidad se ansía recuperar la autenticidad de lo que ahora llamamos “normalidad”.
Es cierto, hoy conocemos más del virus y estamos mejor adiestrados sobre las formas de eludirlo, pero como en un principio, prevalece todavía la incertidumbre e incluso las dudas que nos inquietan son ahora mayores.
Nos han dicho que la vacuna que se explora por distintas vías habrá de frenar la pandemia, aunque de ello no haya certeza plena, no al menos en tiempos y en efectividad.
Aun así, confiamos en la ciencia, conviene creer que en su momento el tratamiento será eficaz, que la pandemia estará bajo control y que aún con los duelos que nos corresponda, el trance será superado.
Por mientras, ese “momento” que se hace eterno nos genera dosis de incredulidad.
Los científicos trabajan a todo vapor, con sus tropiezos. Hay destellos, pero la luz en el túnel no se divisa todavía.
Se asegura que el antídoto estará antes de que concluya el año, aunque ni así concluirá la espera.
Los periodos de prueba tienen sus tiempos hasta alcanzar el acierto confirmado y luego la inoculación necesitará sus lapsos. ¿Cuántas dosis se pueden aplicar por cada día?
En ese vacío transitar de horas, días y meses fluyen versiones que amplían los temores y alimentan nuestras vacilaciones.
Ahora se afirma, “hay evidencias abrumadoras”, que el virus es flotante y pueda estar por varios minutos en aire, además de ser capaz de viajar hasta dos metros.
Los expertos afirman que existe peligro de respirar en lugares cerrados o poco ventilados y sugieren usar los cubrebocas en todo momento en interiores cuando haya otras personas y, en su caso, variar las rutinas del confinamiento con actividades al aire libre y con una distancia razonable.
Entre tanto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) revela que aproximadamente 10% de la población mundial puede haber sido infectada por COVID-19, un porcentaje mucho mayor de los 35 millones que habrían sido reportados hasta el momento.
De ser así, hay 780 millones de personas infectadas, 22 veces más de las detectadas. “Estimamos que aproximadamente 10% de la población mundial –con 7 mil 800 millones de habitantes– puede haber sido infectada por este virus”, reconoció el jefe de Operaciones de Emergencia de la OMS, Mike Ryan.
¿En cuántos de nosotros deambuló ya el maldito virus?
Nos preocupa también la incidencia temporal de la influenza, que abre otra vía de contagio o incluso, una eventual concurrencia con el coronavirus, incidencia llamada sindemia. Los riegos se acrecientan, si bien la pronta vacunación y mayores medidas de prevención serían suficientes.
En todo este torbellino de vicisitudes, la inquietud mayor está en el llamado rebrote, una nueva ola de contagios como ya ocurre en otras latitudes, incluso en países que ya habían recobrado buena parte de su actividad.
La expansión de nuevos casos de contagio avanza en estos días con mayor furor en España, Francia, Gran Bretaña y Alemania, cuya canciller Angela Merkel ha dicho que “los peores meses del COVID-19 están por llegar”, mientras que en Portugal y Rusia se reportan los mayores daños desde abril pasado.
En París se prevé un nuevo confinamiento, igual en Madrid, donde los casos de contagio se replican y en Nueva York están otra vez en alerta máxima.
Los que saben de enfermedades explican ese comportamiento con naturalidad: “pueden hacer rebrotes, volverse endémicas o controlarse”; refieren que así ocurrió con la peste bubónica, que tuvo tres episodios muy agresivos en siglos distintos: VI, XIV y XIX.
Habría que estar preparados entonces para un posible rebrote, aun cuando no hemos salido del primer impacto, que coloca a México en el top 5 de letalidad, defunciones y casos reportados de COVID-19, de entre los 25 países con mayor población en el mundo.
En esa estadística, caemos hasta la posición 17 con respecto al número de pruebas aplicadas y aquí puede radicar buena parte del fracaso de nuestras autoridades frente a la pandemia de coronavirus, por más que se diga que el tratamiento ha sido el adecuado y que, ahora sí, “ya vamos de salida”.
En este trance, el gobierno federal se obsesiona por pintar de verde al país o al menos darle una tonalidad amarilla, que supone mejores escenarios, pero las cifras globales lo desmienten.
Han sido interminables los desvaríos, fallidos los pronósticos y extremadamente contradictorios los reportes.
En el enfoque nacional, hay que decirlo, el caso de Puebla merece un análisis distinto.
Hemos visto aquí una conducción seria y responsable.
Los hechos acreditan que el llamado “Pacto Comunitario” no fue una expresión demagógica.
En las diferentes etapas de la pandemia, las decisiones han sido puntuales, sin titubeos, por encima incluso de las sugerencias provenientes del gobierno federal.
La organización previa, el acondicionamiento de hospitales, el suministro de insumos, incluso en su momento la remoción del titular del sector salud, así como el desconfinamiento parcial y una paulatina y ordenada reactivación económica, son prueba de ello.
Localmente parece tenerse la curva epidemiológica bajo control; los números hablan pero se hace bien en actuar con cautela.
Puebla capital está todavía en semáforo rojo y será la segunda quincena de este mes cuando posiblemente se asuman nuevas directrices.
Todo eso tranquiliza, pero el temor persiste.
Al igual que las muchas confusiones por lo que ocurre en el mundo, incluyendo el circense contagio de Donald Trump, y por los titubeos de aquí por parte del gobierno federal.
La segunda ola es previsible.
Ojalá sea benévola y con la experiencia adquirida salgamos pronto de todo este embrollo, que desde hace más de medio año transformó nuestras vidas.
Nada ha sido igual desde entonces, ni duda cabe.
Y pese a todo mantenemos la esperanza, aunque frecuentemente se vea nublada por tantas confusiones.