Todo indica que al fin serán exterminados los abusos, excesos y acciones de ilegalidad que ocurrían en el estadio Cuauhtémoc, los que por ser frecuentes ya eran percibidos como “normales”.
Uno de ellos, el más reciente y que ya era un secreto a voces, el de celebrar auténticas pachangas dentro del inmueble futbolero.
Ciertamente se sabía que había fiestas muy privadas en las instalaciones del estadio incluso en días en los que no había partido, pero la gota que derramó el vaso fue la ruidosa convivencia de jóvenes el pasado viernes, tras el enfrentamiento del Club Puebla con el Santos.
El video que circuló en redes sociales dio oportuna cuenta de un desinhibido festejo tipo antro, con música en alto volumen y consumo de bebidas alcohólicas.
Pronto se supo que tal festejo ocurrió en la llamada terraza Lounge, patrocinada por una firma cervecera, seguramente con la anuencia de algunos directivos del equipo camotero.
De ahí la indignación del gobernador Miguel Barbosa y su instrucción de clausurar de manera definitiva ese lugar que, por si fuera poco, estaba reservado para que lo ocuparan personas con alguna discapacidad.
Enfático, el mandatario dijo que el estadio Cuauhtémoc no era una cantina y que eso no lo iba a permitir.
Y no sólo eso: a los concesionarios les recordó que no son ellos los dueños del inmueble y les advirtió que si desean mantener la administración, tendrán que sujetarse a la normatividad que implica y exige respeto y dignificación del lugar.
A tales correctivos se suman otras disposiciones, como regularizar el control de la zona de estacionamientos, la que, dijo el gobernador, desde hace años había sido cedida por funcionarios corruptos a miembros de una organización de comerciantes.
Tal medida no es menor cuando es bien sabido que ése ha sido un negocio redondo que no le rinde cuentas a nadie.
El acceso a los estacionamientos del estadio, ubicados en la prolongación de la avenida Ignacio Zaragoza, tiene desde hace años un alto costo y los abusos son incontables, como ya alguna vez lo habíamos referido.
Hace tiempo, los “cuidadores” pedían propina voluntaria, luego comenzaron a exigir una cuota de 25 pesos, la subieron a 50 pesos y tan sólo para el partido más reciente del pasado viernes, la aportación obligada fue de ¡150 pesos!
“Y hágale como quiera” , responden ante cualquier reclamo, a sabiendas de que no hay otra alternativa para dejar el automóvil en el entorno del estadio, a diferencia de lo que ocurre por ejemplo en el estadio de beisbol, situado a unos metros, donde hay plena libertad de movimiento y nadie pide un solo centavo.
Lo peculiar del caso es que quienes han controlado esa zona no expiden ningún boleto o comprobante, de modo que se deja el auto bajo propio riesgo y sin garantía por posible robo o daños, además que, a falta de señalamientos, el acomodo es desordenado y hasta es frecuente quedar inmovilizado o enfrentar dificultades para la salida, que a veces llega a estar obstruida.
Otro aspecto que también se corregirá, refirió el gobernador, es la indebida y muy peligrosa construcción que alguna vez dispusieron directivos del Club Puebla para ampliar su palco.
Esta es una vieja historia de la que nadie había hecho caso.
La “ingeniosa” y prepotente obra de ampliación permitió a los directivos contar con al menos 30 butacas adicionales a las que originalmente tenían, lo cual podría no tener nada de malo, de no ser que al hacerlo invadieron buena parte del pasillo donde debiera transitar la gente.
Pese a la protesta de algunos tenedores de plateas, la extensión del palco directivo acabó por bloquear el flujo de la circulación del público, de modo que para acceder, salir o ir a los sanitarios, es necesario pasar atropelladamente entre otros asientos, medida que además constituye un alto riesgo para cualquier caso de emergencia.
Imperó en este caso el interés particular, el abuso de quienes estaban al mando del equipo y, lo que es peor, se hizo seguramente con el consentimiento y el aval –a lo mejor hasta con los recursos– del gobierno estatal, que es el propietario del inmueble.
Quienes somos aficionados habituales –lo hemos sido desde que el equipo estaba en la Segunda División–, debemos festejar que el gobierno estatal al fin disponga poner orden y termine con los privilegios en el estadio que es de todos los poblanos.
Por eso deben reconocerse las decisiones contundentes que se han anunciado, que se suman a las asumidas hace pocos días para evitar violencia en las tribunas, tras los penosos incidentes en el estadio La Corregidora, de Querétaro.
Prevenir y corregir en vez de lamentar, poner orden y regular de una vez por todas, por supuesto, que hay que festejarlo.
Eso significa mantener en el límite de la legalidad y la cordura también a los directivos que, se sabe, no siempre son blancas palomitas.
¿O sí?
EN LAS NUBES
No se recuerda tanto ruido mediático ni tan exagerado protagonismo político con motivo de la inauguración de una obra, pública, como los del pasado lunes por la apertura del nuevo aeropuerto “Felipe Ángeles”.
Desde luego que la construcción tiene su mérito y no debe soslayarse, pero es pertinente ubicarla en su justa dimensión.
Se trata, sí, de una obra relevante aunque su verdadero impacto tardará en percibirse.
Pero no es, como se dice, una obra de clase mundial.
Ni tampoco con su apertura “se inicia una nueva historia”, como se pregonó.
Y lo peor: tampoco resolverá, como se afirma, el grave problema de congestionamiento aéreo que motivó su construcción.
Ahora apenas comienza con 20 vuelos diarios, contra 900 operaciones del “Benito Juárez”.
Es inexacto también que haya sido barato y que los recursos se manejaron con transparencia y austeridad. Ya se sabrá de las cuentas finales cuando se concluya, porque ahora ni los sanitarios están en servicio y hay enormes problemas de conectividad terrestre.
La obra debe ponderarse, sin tampoco minimizar.
Por ahora acaso será útil como instrumento político-propagandístico en la víspera del ejercicio de revocación de mandato y de varias elecciones estatales.
Por eso tanto ruido.
Las comparaciones nunca son buenas y quizá ni al caso vengan, pero históricamente, la alharaca que provocó el evento inaugural fue apenas similar a la que se hizo a finales de los años ’60 cuando se aperturó en la ciudad de México el servicio de transporte colectivo “Metro”.
Sólo que aquella vez el impacto por el beneficio social que generó esa obra monumental, comparativamente, fue y es mucho mayor.