Soliloquio
Felipe Flores Núñez
Entre los muchos acontecimientos que ocurrieron durante la semana que concluye en el efervescente clima electoral, destaca por mucho la consumación de la debacle del PRI en Puebla, aunque en realidad este suceso era previsible como efecto colateral de lo que ocurre desde hace meses con el otrora poderoso partido a nivel nacional.
El desplome poblano, que no es gratuito, se evidenció hace apenas un par de semanas, luego de que la diputada local Silvia Tanus anunció su dimisión al PRI, tras 50 años de digna y honorable militancia.
A ese mal presagio le siguió el pasado lunes otra desbandada con la salida de la bancada tricolor en el Congreso local de los legisladores Jorge Estefan Chidiac, Juan Enrique Rivera Reyes, Laura Ivonne Zapata Martínez, Adolfo Alatriste Cantú y Norma Sirley Reyes Cabrera.
Y la puntilla se dio este miércoles, al dimitir los alcaldes José Luis Márquez, de Zacatlán; Guadalupe Vargas, de Xicotepec de Juárez; Emiliano Vázquez, de Zapotitlán de Méndez; Manuel Vélez, de San Salvador El Seco y Aurelio Flores, de Guadalupe Victoria.
Por decir lo menos, todos ellos refirieron falta de identidad en el partido, “agandalles” y manejo indebido en el proceso de postulación de candidatos entre la coalición opositora, conformada junto con el PAN, PRD y el PSI.
En ese trance, el presidente estatal del tricolor Néstor Camarillo osciló entre la torpeza y la desesperación. Habló de chantajes y hasta se atrevió a culpar las renuncias a presiones y amenazas a militantes y presidentes municipales por parte de Morena, pero literalmente tuvo luego que tragarse sus palabras cuando el mandatario estatal Sergio Salomón le pidió evidencias de esas presuntas intimidaciones.
Huidizo, el inexperto dirigente sólo atinó a decir que ya lo había declarado y que “será la opinión pública la que tome la última palabra, la que nos va a calificar”.
Como consecuencia de toda la oleada de renuncias que significan el virtual desmoronamiento del PRI poblano, este viernes en sesión extraordinaria la Comisión Nacional de Justicia Partidaria del PRI decidió expulsar a los 11 militantes –seis legisladores y cinco alcaldes– que habían dimitido, por presunta “deslealtad” al partido.
“Hay que exhibirlos”, exclamó en la sesión el dirigente nacional Alejandro Moreno, porque son priístas que han traicionado al partido. Hay que decirlo en los estados, esos priistas que se van son los priístas rentistas, que militaban en el PRI cuando el partido les daba algo”.
Para justificarse, Alito Moreno ponderó la supuesta unidad al interior de su partido y cuestionó a los “priístas rentistas, que estaban en el PRI como si fuera renta; que militaban en el PRI cuando el partido les daba algo y ahora se van como lo que son: agachones y traidores porque no tienen carácter ni decisión para defender al partido y a México”.
Aseguró también que quienes se van “carecen de un firme compromiso con el partido y con México, “porque nos ven como opción real para defender a las instituciones” y el régimen democrático”.
Para tratar de resarcir los irreversibles daños, ahora el PRI nacional manda a Puebla a un gris personaje como delegado general.
Se trata de Roberto Padilla Márquez, quien ha sido varias veces legislador y presidente de la Gran Comisión del Congreso en su natal Aguascalientes, una de las entidades donde el PRI tiene menor presencia.
Baste decir que en las elecciones locales del 2022, él mismo reconoció en entrevista que su partido “tocó fondo”, al registrar el peor resultado en las urnas de su historia.
En esa ocasión, medios hidrocálidos publicaron sus declaraciones de crítica por la mala conducción del PRI, pues “pareciera ser una burocracia dedicada a administrar las derrotas”.
También aseguró en ese entonces que “el PRI dejó de ser el partido que abanderaba las causas sociales y se apartó del rumbo, prueba de ello está en las derrotas electorales de los últimos años”.
Tales opiniones parecieran ser un presagio y un adelanto de lo que Padilla Márquez pudiera expresar después de los comicios de junio próximo, aunque en realidad llegó a Puebla muy envalentonado, dispuesto a enfrentar en Puebla a los que llamó “traidores”.
“Hay un gran traidor atrás de todo esto, alguien que de rodillas fue a vender su dignidad, debemos identificarlo, voy llegando y no tengo el nombre, pero seguro daré con él para fusilarlo políticamente”, señaló tras arribar a la entidad poblana.
Amenazas, verdaderas traiciones, falta de probidad, burros hablando de orejas, todos mordiéndose las lenguas.
Lamentable para el PRI por sus históricas aportaciones, que son irrebatibles, y lamentable para los militantes de cepa del partido tricolor.
Lamentable para una militancia que, aunque precaria todavía, subsiste con lealtad y lamentable también porque el escenario político parece perder a un actor necesario para nuestro sistema partidista y democrático, basado en la diversidad de oferta y en los contrapesos.
El PRI no había estado tan vapuleado tal vez desde hace 24 años, cuando perdió la elección presidencial ante la irrupción inesperada del panista Vicente Fox.
Fue aquella una derrota dolorosa tras 70 años de supremacía.
Hubo entonces muchos los que diagnosticaron su definitivo deceso, pero no fue así.
Acaso entró en terapia intensiva para luego pasar a etapa de recuperación hasta que retomó el poder en 2012 con Enrique Peña Nieto, cuyo decepcionante gobierno fue factor determinante para su nuevo declive y para el surgimiento del ahora incontenible movimiento de la Cuarta Transformación y de Morena con Andrés Manuel López Obrador como su principal impulsor.
Otra vez en terapia intensiva, hay quienes hacen prevalecer sus intereses para quizá, ahora sí, sepultar al PRI.
Los responsables de la actual debacle priísta a nivel nacional y local esconden la mano con habilidad, pero están a la vista.
Se mueven en los lodos, ensucian la política.
Mercenarios, sin calidad moral y carentes de un auténtico liderazgo, Alejandro Moreno Cárdenas y Néstor Camarillo Medina cargarán de por vida la culpa sobre sus espaldas.
La historia los juzgará.