Soliloquio
Felipe Flores Núñez
Justo hace una semana, la Organización Mundial de la Salud declaró que la enfermedad por COVID-19 ya no es una emergencia sanitaria internacional. En consecuencia, este martes, el gobierno de México emitió el decreto mediante el cual también pone punto final al estado de alerta por la pandemia.
Decisiones similares ya se están adoptando en el mundo entero. Estados Unidos anunció que este mismo jueves haría la declaratoria y levantaría todo tipo de restricciones, como la de prohibir el acceso a su país por vía aérea a extranjeros que no estuvieran vacunados.
Con ello, parece disiparse la sombra de una de las etapas más grises y tristes de la historia moderna, en la que el miedo, la incertidumbre y el penar fueron motivo de agobio incesante.
El estado de emergencia global había sido declarado el 30 de enero de 2020, ante el intempestivo embate del virus y su exponencial contagio en diversas regiones del planeta.
A la fecha sigue sin conocerse el origen de la enfermedad, aunque los expertos coinciden en que el virus pudo haber surgido en el mercado público de Whuan, en China, proveniente de una especie animal que pudiera ser murciélagos o mapaches, y que luego fue transmitido a humanos. No se descarta tampoco que el virus se haya producido por accidente al realizar algunos experimentos en un laboratorio que se localiza en las cercanías del referido mercado.
Lo cierto es que poco después de más de tres años de haberse reportado el primer caso, la OMS calcula que el coronavirus afectó al menos a 765 millones de personas y causó la muerte a más de 7 millones, aunque la estimación es que la cifra de decesos podría ser hasta de 20 millones.
Respecto a México, tal parece que nunca se sabrá hasta dónde son veraces las estadísticas que las autoridades sanitarias dieron a conocer recientemente. En su conteo indican que desde el inicio de la pandemia y hasta mayo pasado, están confirmados 7 millones 587 mil 643 casos de contagio, y en cuanto a los fallecimientos, reportaron un total de 333 mil 913.
El número preciso de muertes en México sigue siendo una incógnita. Por lo pronto, no cuadran los datos oficiales con los que ha contabilizado el Inegi o con las cifras que en su momento reveló el Inai.
En ese balance, se dijo que la mitad de los contagios en el país se concentraron en cinco entidades, en este orden: Ciudad de México, Estado de México, Guanajuato, Nuevo León y Jalisco.
También, la Ciudad de México resultó la más afectada al registrar una tasa acumulada de infección de 29 mil 91 contagios por cada 100 mil habitantes, por encima de Baja California Sur, cuyo índice fue de 15 mil 279.
En contraparte, Chiapas y Michoacán fueron los estados del país con menor incidencia de la enfermedad, con tasas de 978 y poco más de 2 mil por cada 100 mil, respectivamente.
El reporte indica que fue en 2022 cuando se registró el 42 por ciento de los contagios, con lo cual se llegó a 3.2 millones de casos positivos, si bien los decesos se mantuvieron a la baja debido a los avances en el proceso de vacunación.
Hoy en día son menores los casos de contagio, hospitalizaciones y decesos, por lo que la COVID-19 ya ha sido catalogada como una enfermedad de carácter endémico. No obstante, haber levantado la emergencia sanitaria no significa en modo alguno que la enfermedad esté superada. De hecho, el virus se mantiene latente y todavía permanece muy activo en el sureste asiático y en el Medio Oriente.
En estricto rigor, el virus resultó el vencedor de la fatal batalla, porque habrá de permanecer entre la humanidad posiblemente por una eternidad.
El director de la OMS, Tedros Ghebreyesus, habría dicho en la víspera que la decisión recién asumida no implicaba “bajar la guardia” frente al coronavirus, sino que los gobiernos deberán pasar ahora de una fase de emergencia a una de control de la enfermedad.
“El COVID-19 ha cambiado nuestro mundo, y nos ha cambiado a nosotros. Esa es la manera que debe ser. Si todos volvemos a como eran las cosas antes de la pandemia, habremos fallado en aprender nuestras lecciones”, advirtió.
Bajo esa visión, la propia OMS ha diseñado un plan estratégico de preparación y respuesta frente a la COVID-19 que estaría vigente al menos hasta el 2025. El proyecto contiene propuestas para orientar a los países en la transición hacia la gestión a largo plazo de la enfermedad.
Aquí, con la improvisación de siempre, el impresentable López Gatell dijo esta semana que “se hará” un plan de largo plazo para enfrentar la enfermedad, cuando se esperaba que junto al anuncio de terminación de la emergencia diera a conocer también cuáles serán las acciones que se adoptarán de manera inmediata.
La trivialidad del gobierno mexicano respecto al tema ha sido una constante. El día que se anunció el fin de la declaratoria, el presidente Andrés Manuel López Obrador no tuvo empacho en resaltar “los avances” del sistema de salud en el país.
Con la lápida del Insabi a sus espaldas, dijo que había un “desastre” que le dejaron los neoliberales corruptos e insistió en que “vamos a tener un sistema de salud pública de primera, no como el de Dinamarca, sino mejor aún”.
Ojalá se escuchara la recomendación que le hizo esta semana la Organización Panamericana de la Salud, al exhortarle a que se evalúe el desempeño que mantuvo su gobierno durante la pandemia.
La recomendación a México y a otros países de América Latina, Brasil entre ellos donde los tropiezos también fueron frecuentes, es que la evaluación “se haga de manera externa e independiente para tener una mejor perspectiva, reconocer lo que se hizo bien (que fue muy poco) y encontrar las alternativas que se puedan utilizar para mejorar las fallas (que fueron muchas) que hubo en su momento, porque es seguro que hay mucho que cambiar y reposicionar… para estar mejor preparados ante una posible nueva pandemia”.
Es innegable que el manejo de la pandemia en México fue errático, se actuó de manera reactiva y se minimizó la dimensión de la enfermedad, llegándose incluso a despreciar las medidas básicas de prevención, como el uso del cubrebocas, o hasta de recomendar el uso de estampas religiosas para detener al virus.
En contraste, hubo autoridades estatales que actuaron con celeridad y atingencia. El caso de Puebla fue sobresaliente, así fue reconocido y llegó incluso a ser modelo y referente nacional. No se escatimaron recursos y el gobierno estatal en su momento fue puntual e innovador para frenar los contagios, sobre todo en los momentos más álgidos.
Al final de cuentas, existe la certeza de que el coronavirus puede estar a la vuelta de la esquina. Afortunadamente nos hemos acostumbrado para esquivarlo con una autorregulación cada vez más arraigada.
¿Y ahora qué?