Soliloquio
Felipe Flores Núñez
Cuando en 1992 le confirmaron en Los Pinos que sería el próximo gobernador de Puebla, la primera preocupación que tuvo Manuel Bartlett Díaz fue convencer a todos que era poblano.
Podía presumir entonces que había nacido en el mismo Portal Morelos, pero por acá nadie lo había visto, ni tratado.
Desvinculado totalmente de la vida social y política de Puebla, el desarraigo y ausentismo que entonces tenía en la entidad el ahora director de la CFE era por demás evidente, y eso había que subsanarlo.
Los poblanos ya habían sido mancillados con antelación cuando se les impuso a otro “no poblano”, Mariano Piña Olaya, cuya gestión no tuvo ni pena ni gloria.
Esas decisiones centralistas fueron reprobadas socialmente y también incomodaron a muchos políticos locales que se habían esmerado por el cargo.
Otro estocazo de ese tamaño implicaría muchos riesgos.
Fue entonces que un amigo muy cercano a Bartlett, familiar de la que fue su esposa, ingeniosamente atinó al recomendarle que se hiciera ver en los portales, en el corazón mismo del Centro Histórico de la capital poblana.
“Sería suficiente un par de horas saboreando café en el Royalty con un buen habano, más una presencia casual de algunos periodistas y fotógrafos”, le sugirió el arquitecto y hábil político Jaime Aguilar Álvarez, a quien luego se designara delegado del PRI en Puebla y jefe de la campaña electoral.
Fotos destacadas en las portadas de los principales diarios, notas amables y comentarios elogiosos en columnas políticas ayudarían mucho a generar imagen y disipar la morbosa idea de su precaria localía.
Ese era el plan y así ocurrió.
Bastó un café para cambiar la percepción de la no poblanidad de quien gobernara Puebla, para bien o para mal, el uno de febrero de 1993 al 31 de enero de 1999.
Esas eran algunas de las viejas prácticas de la política.
Recursos que, por útiles, fueron comunes en otros tiempos.
Mañas, juego de simbolismos, formas de mandar mensajes para quien los quisiera escuchar, interpretar y digerir.
Funcionaron, entonces fueron efectivos; pero ya no en los días actuales, no en el 2022.
Sirva la anécdota para referir la visita a Puebla del pasado fin de semana del secretario de Gobernación federal, Adán Augusto López Hernández.
Vino a comerse unos chiles en nogada, invitado por el diputado federal Ignacio Mier, cuyas aspiraciones para el 2024 son tan inocultables como válidas.
En apariencia, no tendría nada de malo si la degustación del tradicional platillo poblano hubiera sido privada, amistosa, personal.
No fue así. Esa supuesta intimidad se quebró cuando de pronto –“casualmente”– llegó al restaurante un reducido grupo de reporteros.
A decir de testigos, ante esa “inesperada” irrupción, los políticos no se mostraron sorprendidos y platicaron amistosamente con los periodistas.
Los comensales dijeron haber conversado sobre temas que en estos días sobresalen en la agenda legislativa: las reformas que ahora impulsa el presidente López Obrador, la electoral y la relativa a la Guardia Nacional.
A preguntas planteadas bajo guion sobre un posible acoso político contra su anfitrión, el secretario de Gobernación se esmeró en elogios.
Llamó a Nacho Mier “amigo” y “gran líder”, e insinuó que “a lo mejor es víctima de una campaña”, que enfrenta un “fuego amigo” y tiene derecho a defenderse.
Esa misma tarde, en redes sociales se deslizaron las primeras versiones del encuentro. Se habló de un “espaldarazo”.
Que incluso el funcionario federal pudo haber sido enviado por el propio presidente López Obrador.
Demasiado ingenuo, pero los mensajes provocaron muchas interpretaciones.
Se dijo de lo inconcebible que el secretario de Gobernación pudiera haber sido sorprendido por el diputado, o que estuvo en Puebla por encargo superior y, por tanto, que todo había sido premeditado, un burdo montaje.
La verdadera razón afloró por sí sola: intentar resarcir la imagen del legislador, deteriorada por una inevitable consecución de eventos.
En ese listado de adversidades se inscribe desde el lamentable caso del exdiputado Saúl Huerta, a su posterior tropiezo por la desaprobación en el Congreso de la reforma energética.
Luego, la captura y acusaciones por varios delitos de su amigo y socio, el periodista Arturo “N”, actualmente en prisión bajo procesos legales.
Y más recientemente, lo que se llamó “una paliza”, tras el precario resultado del grupo político de Nacho Mier en el proceso interno de Morena para elegir a los consejeros estatales.
Son muchos los agravios para intentar el público apoyo por parte de una figura del gobierno de la 4T.
Demasiados para tratar de desviar la atención con unos chiles en nogada.
Cabe acotar que –cosas del destino– la carrera política de Nacho Mier se impulsó precisamente en la época de Manuel Bartlett.
Mier Velasco fue parte entonces de lo que se llamó “una nueva generación de políticos poblanos”, los que han tenido destinos muy distintos y hasta convergentes, entre ellos, América Soto, Alejandro Oaxaca, Jorge Estefan Chidiac, Juan Carlos Lastiri y hasta el mismo Alejandro Armenta.
En ese tiempo, Bartlett hizo a Nacho Mier presidente del PRI y algo más debió haberle enseñado de política, aunque nunca le dijo que algunas de sus lecciones tenían caducidad.
Aparentar, hacer creer, simular, enviar señales para cambiar percepciones fueron útiles estrategias en el pasado, pero ya no funcionan en nuestros días.
De toda esta historia de hechos distintos pero entrelazados, que ahora son sólo anécdotas, queda al menos una sana moraleja: “No es lo mismo un café en El Royalty en 1992, que unos chiles en nogada en La Noria en el 2022”.