Aún con la amenaza de contagios de COVID-19 y en medio de la alerta mundial por la nueva variante Ómicron, la enorme plancha del zócalo de Ciudad de México lució repleta, el pasado miércoles, con motivo del llamado AMLOFest..
Fue un lleno total en el acto convocado para escuchar el mensaje del presidente Andrés Manuel López Obrador, al cumplirse tres años de su mandato.
Se habla de unas 150 mil personas en la Plaza de la Constitución, o poco más si se incluye a los que se arremolinaron en las calles adyacentes, como Pino Suárez, Francisco I. Madero, 20 de Noviembre y la 16 de Septiembre.
Es incuestionable que muchos llegaron ahí por su propio pie; gente de izquierda y soldados fieles de la 4T; seguidores convencidos que todavía ven a AMLO como a un mesías.
Desde luego hubo allí algunos más que se han vuelto afines al proyecto de la 4T, por el hartazgo a los abusos y excesos de otros gobiernos del pasado, más los curiosos que nunca faltan a cualquier convocatoria.
Algunos, o muchos, estuvieron también en agradecimiento a su muy puntual mesada, como beneficiarios de los programas sociales, pero el caso es que una inmensa masa ciudadana asistió puntual a la fiesta que atiborró desde temprano el zócalo capitalino.
Voceros y corifeos de la 4T aseguran que el pueblo acudió por voluntad y que no hubo acarreos, aunque no pudieron explicar la uniforme presencia de numerosos grupos con las mismas camisetas y los mismos banderines, que entonaban las mismas consignas.
Tampoco pudo ocultarse, en calles aledañas, las largas filas de autobuses que trasladaron a los miles de “voluntarios” procedentes de diversas entidades del país, especialmente de Tabasco, Estado de México, Veracruz y Oaxaca.
Igual que como en los mejores tiempos del PRI, cuando las movilizaciones eran frecuentes para mostrar hipócritas adhesiones al sistema en el poder. Presuntas fiestas cívicas en las que no faltan las tortas, el refresco, la camiseta o la cachucha y hasta la dádiva para sufragar los gastos.
No fue la primera vez –ni será la última– que, mediante estratégico acarreo, se sature la plancha capitalina con ciudadanos amagados con el pase de lista, la advertencia de ser solidarios a causas no siempre entendidas y, menos aún, justificadas.
Se ha visto muchas otras veces, bajo muchas otras razones. Como aquella en la que incluso formé parte de esa borregada irracional, justo al cierre del mandato presidencial de José López Portillo.
Era entonces otro el motivo, desde luego, pero igual la obligación como servidor público de asistir al zócalo –¡qué vergüenza!– en apoyo a la decisión del entonces presidente por haber nacionalizado a la banca, en el contexto de una crisis económica de enorme envergadura.
Obreros, campesinos, burócratas, el pueblo bueno engañado por una patriotera privatización, que no vino sino a profundizar más las heridas de un país en bancarrota.
Unas y otras, todas son finalmente manifestaciones públicas para ensalzar liderazgos de coyuntura; fiestas masivas que el tiempo diluye en cíclicas y frustrantes decepciones.
Pese a todo ello, la popularidad de AMLO no se regatea. En promedio, cuenta con un inobjetable respaldo mayoritario: seis de cada 10 ciudadanos se dicen satisfechos, pese a que a tres años de su mandato hay ahora más pobres y la desigualdad es mayor. Hay menos seguridad y aumentan los feminicidios y desaparecidos. La delincuencia organizada es cada vez más impune y el país se militariza.
No hay medicamentos y el manejo de la pandemia es errático. Sube la deuda pública, se inhibe la inversión y se estanca el crecimiento. La inflación es la más alta en 20 años y prevalece la opacidad. Se amaga a las instituciones independientes, a la prensa.
Nada de eso opaca la fiesta masiva en el zócalo en la que, como preámbulo, amenizan grupos musicales y cantantes, sin faltar, desde luego, la intervención de militares con melodías mexicanas a cargo del mariachi de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Más tarde, la Banda Filarmónica de Ocotlán, Oaxaca, los cantautores Byron Barranco y Frino y el trío de música tradicional Gorrión Serrano, para cerrar con María Inés Ochoa, hija de la mítica cantante Amparo Ochoa.
Vendría luego López Obrador a decir que “estamos de pie”, que muy pronto saldremos de la crisis económica y que el país no se va endeudar como sucedió en otras naciones.
Dice que no se nos cayó la recaudación de ingresos y eso permitirá mantener finanzas públicas sanas y suficientes, para impulsar el crecimiento y la creación de empleos.
Refiere que con la crisis de inseguridad que nos dejaron, “no hemos caído en la provocación de enfrentar la violencia con violencia. Podrá llevarnos tiempo pacificar el país, pero la forma más segura es atender las causas que originan la inseguridad”.
Asegura (¿o amenaza?) que están sentadas las bases de la 4T y remata al reiterar que gobierna para el pueblo, porque “así es la democracia… ¿Qué sería de nuestro gobierno sin el respaldo del pueblo? ¡Que viva el pueblo de México!”
En suma, poco de qué presumir y menos para festejar.
Lo único cierto es que AMLO se mantiene exitoso, transitando con malabarismos por la escabrosa ruta de la popularidad.