Tres tristes tigres.
O en este caso: tres tristes historias trilladas.
Uno, la de algunos empresarios poblanos.
Otra, la corrupción en el transporte público.
Y la tercera, la obligada prevención contra la COVID-19.
Nada nuevo.
En el primer caso, fue patética la actitud de algunos miembros de la clase dorada empresarial poblana que, agazapados, intentaron incomodar este fin de semana al gobernador Luis Miguel Barbosa.
No lo lograron.
Es más, les salió el tiro por la culata.
Sus gritos bajo la sombra del anonimato durante la asunción de la nueva directiva de la Coparmex sirvieron, en cambio, para que el mandatario clarificara cuál es el rol social de cada quien.
En el acto del pasado jueves y en su habitual conferencia de prensa al día siguiente, el mandatario estatal advirtió a quienes quisieron amagarlo que no lo iban a impresionar y que en su gobierno “no sirve ejercer presión desde una cámara o confederación”.
“Si quieren dialogar para presionar, que se olviden; si es para construir, aquí estoy presente. Para mí el diálogo con empresarios es muy importante, con los verdaderos, no con quienes sin serlo se presentan como sus integrantes”, les dijo.
Y puso las cartas sobre la mesa: “Ustedes son de la derecha radical que les gusta hacer negocios y sólo engrandecer su peculio; yo soy de izquierda que lucha contra la desigualdad y estoy contra las injusticias, la corrupción, los privilegios”.
“Estoy abierto al diálogo, pero frente a frente”, remató al recordarles su escasa solidaridad con los poblanos frente a la pandemia.
Nada nuevo, salvo que ahora sí los trapitos fueron exhibidos a pleno sol: un sindicato empresarial politizado que presiona para su beneficio, que busca incidir para definir rumbo y tratar de sacar alguna raja.
Igual desde los tiempos de Mariano Piña Olaya o de Manuel Bartlett. O incluso desde aquella detestable Junta de Mejoras que acabó por diseminarse, bajo las cenizas de la opacidad y la corrupción.
La otra historia surge tras la aprobación en el Congreso local, este fin de semana, de un ordenamiento legal que hace vislumbrar el final del más nefasto y corrupto de los servicios públicos.
Con la nueva Ley de Transporte, que se complementará con la de Movilidad, se pretende –al fin– regularizar y transparentar las concesiones, definir las rutas, evitar la clandestinidad, normar a las grúas y, en general, hacer que el servicio para miles de poblanos sea moderno y eficiente.
Incluye, además, autorizar el servicio de moto-taxis –negocio incalculable desde la época marinista y motivo de abusos en el morenovallismo– sólo donde sea necesario, indispensable.
Nada nuevo que el servicio del transporte público sea una maraña, donde se entrelazan abusos y complicidades, salvo que ahora al renovar el marco legal que no había sido atendido desde hace 23 años, se muestra voluntad de empezar de cero, con nuevas reglas y una muy amplia perspectiva.
Finalmente, la pandemia sigue latente.
Nada nuevo, salvo que aquí pareciera que la hemos superado.
El gobierno federal se muestra pasivo, mientras que la cuarta ola –que ya angustia en otras latitudes– amenaza con su infranqueable arribo.
En Europa se multiplican los contagios y aparecen nuevas cepas.
Otros ya ampliaron su cobertura, que incluye a niños desde los cinco años y aplican una tercera dosis, además que replantean sus políticas de confinamiento.
Nada nuevo que por acá un amplio sector poblacional aún se resista a la vacunación, mientras el sector salud permanece impávido y no refuerza las medidas de protocolo.
Y lo peor: la sociedad en general se ha relajado de manera anticipada. Mal augurio para un cierre de año de fríos, fiestas y reencuentros.
Deseable por mientras que en Puebla pronto se apliquen los criterios anunciados para restringir a los escépticos que desdeñan la vacuna.
Nada nuevo: la opción es mantenerse alerta, cuidarse y asumir al extremo las medidas preventivas.
La pandemia seguirá todavía por mucho tiempo.
Es más, la inminente cuarta ola tampoco será la última.
Aprendamos de una vez por todas a convivir con ella.