Soliloquio
Felipe Flores Núñez
Tras una ruta de desvaríos, de pronto el PRI en Puebla se engalló.
De su debilitado ostracismo, primero dejó a un lado ideologías y principios y se alió al PAN y a un casi inexistente PRD. De poco le sirvió, a juzgar por los resultados en los comicios del año pasado.
Luego tuvo que asumir los desvaríos de su dirigencia nacional que exhibió traiciones y el incumpliendo a la palabra ofrecida, en el contexto de la aprobación a la reforma que avaló la presencia del Ejército en las tareas de seguridad.
De ahí mutó sus querencias y pasó a un burdo coqueteo con Morena, en teoría el principal opositor.
Ahora, brincó al discurso triunfalista y retador.
El contraste es sorprendente.
¿Cómo entender el amago del dirigente estatal Néstor Camarillo Medina cuando afirmó hace días que podrían romper su alianza con el PAN y el PRD, para competir solos en las elección de 2024?
“Somos chingones”, se ufanó.
En un evento partidista, no sólo amenazó en ir solos, sino que se aventuró en afirmar que podrían ganar la gubernatura del estado, diputaciones federales y locales y hasta todas las presidencias municipales.
Presumió que ahora el PRI es buscado por otras fuerzas políticas para formar parte de una coalición, además de la anteriormente pactada con el PAN y el PRD, pero advirtió que “no nos vamos a esperar a ver si alguien quiere o no quiere hacer alianza con nosotros”.
Ante legisladores federales y ya encarrilado, el también diputado local afirmó que su partido sabe la “posición histórica” que ocupa y no necesita aliarse con otros partidos, ni tampoco está esperando a ver si “otros se animan a ir juntos”.
Al convocar a ir unidos y trabajar para ir por el triunfo, dijo además que “el PRI tiene su propia trayectoria, camino y meta, además de que cuenta con sus cartas para gobernar”.
¿Qué mosco le picó?
¿O acaso le está apostando a subir sus bonos, para finalmente ceder ante el mejor postor?
Así al menos parece interpretarlo la dirigente estatal del PAN, Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández, quien dijo que el PRI tiene el derecho de darse a desear en el resto de las fuerzas partidistas, pero advirtió que si se echa para atrás en la alianza opositora, “perdería credibilidad ante los electores y la sociedad en general”.
Más rudo, el panista Rafael Micalco Méndez, pronosticó que de ir solo en 2024, el PRI en Puebla podría hasta perder incluso su registro por el rechazo que tiene ante la sociedad.
Además, el diputado local de Acción Nacional le recordó que una decisión de ese tamaño ni siquiera está al alcance de la dirigencia local y en todo caso, sería los altos mandos partidistas a nivel nacional los que asumirían la decisión.
Tales réplicas son ciertas.
Solito en Puebla, el PRI no llega ni a la esquina.
Es más, no siquiera hoy es tiempo de esa discusión porque la definición sobre una eventual alianza se perfilará en el contexto de las discusiones, que irán subiendo de tono en el Congreso federal, con motivo de la reforma electoral.
Ya destacados priistas que se han apuntado como aspirantes en el 2024 han coincidido que una alianza electoral pluripartidista en 2024 no tendría ningún sentido si ahora no se frena la intención de un retroceso democrático con la reforma electoral gubernamental que, entre otros propósitos, pretende debilitar al INE.
Para ellos, el primer reto de una alianza no tiene que ser meramente la visión electoral; tiene que ser, de entrada, la defensa de la democracia en el debate de la reforma electoral.
Es claro que no tiene caso pensar en la elección presidencial y la de los estados, “si antes no se frenan los intentos de retrocesos en la democracia”.
Si la alianza no es capaz de defender la democracia de este país, como base mínima para enfrentar una elección que seguramente en el 2024 será una elección de Estado, toda visión de futuro va a ser irrelevante, es la tesis de Beatriz Paredes, Claudia Ruiz Massieu, Alejandro Murat, Ildefonso Guajardo, y Enrique de la Madrid.
En suma, el esfuerzo de la fuerza opositora debe concentrarse ahora en empezar por lo básico, que es defender la democracia e impedir que la reforma electoral sea avalada como la plantea Morena.
En este contexto habrá que esperar entonces para saber cómo se comportará el PRI, y comprobar que como lo dice, no volverá a traicionar los acuerdos pactados.
Alito Moreno ya acreditó que no es confiable y ahora es su oportunidad para resarcir los daños que causó.
Vendrán después, por mera añadidura, las negociaciones para la competencia electoral del 2024, bajo el entendido que ningún partido político tiene en estos momentos la fuerza suficiente para frenar la ola morenista.
No es tiempo ahora de amagos ni amenazas.
Y menos engallados, como lo hizo Néstor Camarillo, quien ya en la víspera pareció entender que se pasó de la raya al tratar de explicar que nunca trató de desacreditar una posible alianza, sino que su mensaje tenía la intención de motivar a su militancia.
Ojalá lo entienda el novel y engallado dirigente priista en Puebla. Las decisiones, en su momento, se tomarán al más alto nivel y no de manera aldeana.
Y ojalá que algún día explique eso de que son “muy chingones”.
Al menos yo, no le entendí.