Cuando se creía que en verdad íbamos “de salida”, padecemos ahora un nuevo embate de contagios de coronavirus, en su variante denominada Ómicron.
Más allá de las afectaciones en la salud, esta quinta ola –que ahora en Puebla transita hacia su punto máximo– está causando también otros desajustes como los sociales y los vinculados a secuelas mentales, temas que no deberían desdeñarse.
De esta nueva versión infecciosa sabemos lo indispensable: es mucho más transmisible –posiblemente hasta cinco veces– que las previas y que sus padecimientos son relativamente más leves, en especial para quienes tienen anticuerpos por haberse vacunado con oportunidad o se infectaron recientemente.
Se conoce también que, aunque son reducidos, se siguen presentando casos de personas que requieren hospitalización o incluso mueren, debido a que los pacientes no se habían vacunado, tenían alguna comorbilidad o eran de edad muy avanzada.
Ante este panorama, que no deja de ser incierto, y ante la ausencia de una orientación puntual por parte de las autoridades federales que se mantienen en su posición de minimizar a la pandemia, bien vale la pena escuchar a los expertos, cuya probidad profesional está fuera de toda duda.
Es el caso del doctor Pablo Kuri Morales, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud en el pasado sexenio, quien sugiere para estos tiempos no caer en un optimismo desmedido (creyendo que lo peor pasó) o en un pesimismo abrumador.
El profesionista señala que dada la probada facilidad de transmisión de Ómicron, el altísimo número de personas infectadas y que en su mayoría sobreviven, “es de esperar que junto con el cada vez mayor número de personas vacunadas, en algunas semanas se alcance un nivel de inmunidad que se acerque a la tan deseada de rebaño o comunitaria”.
Es aún más significativa su preocupación sobre los efectos de la nueva ola de contagios. A este respecto dice que no está claro si la infección por Ómicron dejará secuelas y cuáles podrían ser.
“Con otras variantes, aun en casos que no ameritaron hospitalización, se han presentado secuelas desde leves a relativamente graves, que pueden durar varios meses. Y hoy no sabemos qué pasará con quienes se enfermen por Ómicron”.
También apunta sobre el desconocimiento que hay sobre si la inmunidad será permanente o se irá perdiendo con el tiempo, por ejemplo con SARS, aquella enfermedad que apareció también en China, a inicio de la primera década del milenio.
Kuri Morales menciona que hay estudios que muestran que la inmunidad mediada por células permanece por varios años, “pero esto aún no se sabe con certeza en el caso del SARS-CoV-2, porque esta enfermedad sólo ha estado un poco más de dos años entre nosotros”.
Y advierte que el virus “seguirá mutando y no sabemos si aparecerá una nueva variante capaz de sustituir a Ómicron, ni si será más agresiva, ni si podrá eludir la inmunidad previa, de hecho desde principios de enero se identificaron al menos dos subvariedades de Ómicron, siendo una de ellas aún más transmisible que el Ómicron original”.
Con una visión positiva, el especialista pronostica que el inicio de la fase endémica de COVID-19 “se puede estar acercando”, es decir, “que se convierta en una más de las enfermedades que la humanidad enfrenta diariamente sin que tenga efectos devastadores en la salud o en la economía”.
Sin afirmar cuándo llegará ese momento, sugiere ser optimistas “pero no desmedidos”, porque la COVID-19 “en poco tiempo nos ha dado varias sorpresas y puede volvernos a sorprender, por ello debe prevalecer un optimismo prudente y en tanto no se termine la fase pandémica debemos seguir con los cuidados ya conocidos y vacunando a la mayor parte de la población posible”.
Mientras se mantiene la esperanza de que eso ocurra, la preocupación tendría ahora que enfocarse a otros ámbitos, debido a la falta de información disponible sobre el impacto que eventualmente pudieran padecer quienes ya han sido contagiados por la COVID-19.
Nos referimos, desde luego, a las secuelas tanto físicas como psicoemocionales y sociales, que en muchos casos podrían estar llegando a niveles crónicos.
Sobre este tópico se ha indagado de manera precaria, aunque hay estudios publicados en el Journal of Neurology, en los que por primera vez se pone de manifiesto que la fatiga en los pacientes con postcovid “está relacionada con padecer ansiedad, depresión y apatía”.
“La fatiga persistente es algo muy invalidante y limita mucho la calidad de vida de las personas. Si una persona la padece por COVID-19, es importante ir más allá y ver qué otros síntomas o trastornos están asociados con esta condición”, concluyó uno de los principales investigadores del estudio.
Otro estudio de la Universidad de Leeds, en el Reino Unido, asienta que las secuelas más comunes de COVID prolongado podrían estar relacionadas al síndrome de fatiga y malestar post-esfuerzo, que agrupa a más de 20 padecimientos.
Dicho síndrome es una condición médica que desencadena una serie de síntomas agudos tras alguna actividad física, mental o emocional, y que ha sido detectado en 75% personas que tuvieron una forma aguda o grave de coronavirus.
“Las personas que han sido diagnosticadas con este síndrome sufren de diversos malestares luego de realizar tareas sencillas. De hecho, esta molestia se puede convertir en una forma de discapacidad debido a la frecuencia con la que ocurren las crisis de agotamiento y dolor que caracterizan a estos pacientes”, afirma.
Este análisis reveló que ocho de cada 10 pacientes con coronavirus prolongado tuvo una crisis de fatiga o dolor, luego de efectuar alguna actividad cotidiana como bañarse, manejar o leer el periódico, mientras que la proporción se disparó por encima de 90% entre quienes hicieron tareas moderadas o que exigían mayor esfuerzo.
Los síntomas más comunes de este síndrome son debilitamiento muscular, dificultades respiratorias, fatiga, dolores de cabeza, sensibilidad a la luz, neblina mental y pérdida de memoria, por lo que es necesario un enfoque multidisciplinario, rehabilitación y fisioterapia especializada.
Precisamente sobre este tema, la oficina en México del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos está levantando una encuesta para conocer estos datos y explorar si quienes enfermaron vieron afectados sus derechos a la salud, al trabajo y a la no discriminación, entre otros.
Su trabajo se deriva bajo la óptica de que “no hay que pensar sólo en el tema de las vacunas o en su momento de las unidades de cuidados intensivos, sino cuál es la secuela, en qué proporción, sobre quiénes y cómo impacta”.
Estamos pues en la cresta de la quinta oleada, con la esperanza de salir lo mejor librados, pero nos queda la tarea –gigantesca y no menos importante– de atender también las secuelas de la pandemia en su más completa dimensión.
Muchos pendientes por indagar y resolver todavía, sin duda alguna