Por: Jorge Alberto Calles Santillana
Dos eventos recientes suscitan preocupación porque exhiben las percepciones que el gobierno del presidente López Obrador tiene de la educación, la crítica y las mujeres. Me refiero, por un lado, a la descalificación que el mismo presidente hizo, en una de sus conferencias matutinas, a quienes estudian en el extranjero y, por otro, al despido de Jorge F. Hernández como agregado cultural en la embajada mexicana en España.
Quizás porque ya nos hemos acostumbrado a su tono rijoso y menospreciativo, no nos molestó especialmente que el presidente haya asegurado que quienes estudian en el extranjero aprenden a robar o a dejar que otros lo hagan a cambio de “migajas”. Pero no es una ofensa que deba dejarse pasar así nomás. Por tres razones. La primera, porque demuestra el poco aprecio que tiene el presidente por la educación y el conocimiento. Aun cuando ha afirmado que gobernar no tiene ciencia, la verdad es que gobernar a un país como México, lo que significa administrarlo con acierto y proyectarlo hacia un más sólido y mejor futuro, sí requiere ciencia y mucha. En un mundo irremediablemente globalizado y resultado de cambios profundos que ocurren cada vez más rápidamente, gobernar reclama de un profundo conocimiento de las condiciones existentes en el entorno y de una capacidad de planear y pronosticar certera y adecuada a la vertiginosidad de la vida. El conocimiento es, pues, materia prima en el arte de conducir un proyecto nacional. La segunda, porque demerita a las instituciones de educación superior, en general. No, no hay ninguna universidad en el mundo en el que se enseñe a alguien a robar. Las comunidades científicas y académicas no enseñan a robar. Enseñar a pensar, a analizar, a proponer soluciones. La corrupción no es producto de la enseñanza universitaria ni de sus procesos de aprendizaje. La corrupción se reproduce en las instituciones sociales cuando no existe una legislación clara y fuerte, orientada a castigarla e impedirla. Existe en asociaciones sociales en los que la permisividad y la impunidad imperan. La corrupción se evita con el desarrollo de un estado de derecho fuerte, no con discursos ni con acusaciones sin fundamento. Tercera, la afirmación del presidente establece una distinción entre las universidades extranjeras y las nacionales sustentada en una calidad moral que, implícitamente, caracterizaría a las universidades mexicanas y de las que carecerían las internacionales. Nada más falso. Sin duda, México posee universidades de primerísimo nivel académico y de intachable reputación. Lo mismo ocurre en otros países, en todos. No inventemos falsas superioridades morales y no se las atribuyamos a las instituciones. Los nacionalismos son artificios discursivos que terminan transformándose en abrevaderos de veneno.
El despido del escritor Jorge Hernández preocupa porque, tanto la especulación a que dio lugar, como la explicación ofrecida por la Secretaría de Relaciones Exteriores dejan mal parada a la administración federal. La crítica que Hernández hizo a la afirmación de Marx Arriaga, acerca del acto de leer y su orientación hacia el placer, parece haber resultado ofensiva no sólo al criticado, sino también a personas de encumbradas posiciones en el sistema. Si el despido se debió en cambio, como lo afirmó un funcionario de la diplomacia cultural de la SRE, a un reprobable comportamiento misógino de Hernández en su relación con la embajadora de México en España, el proceder –justificado y acertado si fuera el caso– tampoco mejora la imagen del gobierno. Porque resulta sospechoso que la cero tolerancia hacia la violencia de género se aplique a alguien que, por casualidad o no, ha hecho una fuerte crítica a un funcionario encargado de la edición de los libros de texto gratuitos, y no a alguien como Félix Salgado Macedonio que, cuando aspiraba a una candidatura, se le defendió alegando violación a sus derechos humanos, a pesar de tener acusaciones penales por violación en su contra.
Preocupa, pues, que el presidente López Obrador tenga estas percepciones sobre la educación, sobre la crítica y sobre la violencia de género porque hacen ver que sus decisiones y políticas públicas apuntan en un sentido contrario al que deberían seguir si pretendiera hacer de México un país más fuerte, más justo, más democrático.