Texto: Dulce Liz Moreno
Fotos: Imelda Medina
Recibir clases y consejos del gran Zubin Mehta en Viena y hasta en un camerino de México y de Max van Egmond en Portugal, de Pedro Cortinas, Federico García Vigil y Eduardo Díazmuñoz. Cumplido.
Meter mano en la música virreinal de la Catedral angelopolitana. Hecho.
Fundar y dirigir la Orquesta Sinfónica de su ciudad natal.
Ser tutelado por músicos especialistas mexicanos y extranjeros. Listo.
Crear coros y agrupaciones de instrumentistas destacados en la capital del país. Check.
A este concertista en dirección se le han cumplido los sueños. Y las aspiraciones.
Miguel Ángel Mendoza Bermúdez accede a mirar el pasado en entrevista; y en cada etapa de su carrera emergen las coordenadas por las que se le han enfilado astros, satélites y planetas.
Dicen que no hay profeta en su tierra, pero este músico estudiante de doctorado demuestra lo contrario: en 1997, por invitación del entonces secretario de Cultura, Héctor Azar, debutó como director titular de la Orquesta Sinfónica de Puebla, después de declinar la conducción de la Orquesta de la Armada para estar en su tierra en otra de sus satisfacciones: fundar y liderar agrupaciones para música coral, sinfónica y de cámara.
“Fue un honor. Mientras se perfilaba el financiamiento de la orquesta, fui funcionario de actividades musicales en la Secretaría de Cultura. Y dos años después, quedó fundada”.
Y ese uno de los mejores sueños cumplidos.
¿CÓMO SE LLEGA AL PODIO?
El oído lo trasladó del juego a la armonía de sonidos en forma natural. La cultura de la tertulia familiar retrata el comienzo: el tío Fernando al piano con su afición alternada al jazz y al bolero, papá con la guitarra y las canciones brotando.
Miguel Ángel, niño, se acercaba a cantar los fragmentos que sabía, pero no entonaba la melodía; hacía la segunda voz. Así, de la nada, acoplaba las palabras con la consonancia del acorde. A los adultos les hacía la tarde esa habilidad sumada al canto colectivo.
El acercamiento en casa a museos y conciertos le infundió apuntar hacia la profesión, asegura.
Papá (pintor) y mamá, profesores, hicieron de los paseos familiares experiencias con el arte. No es gratuito que en la mente de Mendoza Bermúdez estén los objetos salvaguardados en los dos museos Bello. Y de Ciudad de México, en la memoria van intactas las imágenes de las maquetas del tercer piso de Bellas Artes, de las piezas que más le emocionaron del Museo Nacional de Antropología e Historia.
En todas las salas donde había música, la familia Mendoza Bermúdez aprovechaba para escuchar. Y aprender. “Era muy barato, para entonces, estar en un concierto; en Bellas Artes, coincidimos con presentaciones de orquestas y nunca nos perdimos una oportunidad”.
La prima Silvia, alumna del Conservatorio poblano, le avisó de las inscripciones; él convenció a su mamá de tomar el monedero, ajustase el suéter e ir a pedir matrícula.
Y el chispazo llegó con un evento que marcó la historia local: Puebla Ciudad Musical, que arrancó en 1976.
“Sería el 79 o el 80 cuando vino la Sinfónica del Conservatorio Nacional de Música, con Francisco Savín Vázquez a la batuta; él estudió en Praga, fue director de la Sinfónica de Xalapa y enseñó a varios buenos directores que estuvieron bajo su tutela”, recuerda el que entonces era adolescente y ya elegía tomar alguno de los asientos del frente, a la izquierda, el ángulo del director, para ver sus movimientos.
Y a punto de terminar la preparatoria, dos de sus compañeros, que junto con él empezaban a estudiar oboe casi por casualidad, le contagiaron la intención de mudarse a la Ciudad de México, al Conservatorio Nacional.
¿Cómo llegar allá? Requería una recomendación.
“A los pocos días, se presentó en Puebla Cavalleria Rusticana y la protagonista fue la soprano Rosita Rimoch. Pensé que era gran figura como para impresionar a la gente del Conservatorio y me le acerqué, sin conocerla de nada, y le conté que necesitaba una carta suya para que yo cumpliera mi deseo. Sin necesidad de más, me dio su tarjeta e instrucciones precisas con voz muy firme: Dile al director del Conservatorio que vas de mi parte, que te inscriba. Y fui”.
Fuera de la oficina de Armando Montiel Olvera, aguardó unos minutos. El director de la máxima casa de estudios musicales en México lo recibió. Miró la tarjeta. “¡Ay, Rosita!”, suspiró el hombre del escritorio.
—¿Qué quieres estudiar?
—Dirección de orquesta operística.
—Bienvenido —dijo el enamorado del género, al fin pianista acompañante, ¡y esposo de Rosita Rimoch!, como astro alineado en el espacio.
Mendoza Bermúdez hizo los diez años de carrera hasta graduarse con batuta en alto.
OTROS MUNDOS
La diferencia entre la cultura musical de México y otras partes del planeta, principalmente Europa y Estados Unidos, deprime a algunos.
Pero a Mendoza Bermúdez, las estancias en cursos especializados en el extranjero le parecen oportunidades de alimentarse y fijar metas más altas.
Luis Fernando Luna –ya fallecido–, Raúl García Velázquez e Ignacio Escamilla, igual que él, han alcanzado sus objetivos en dirección de orquesta.
El concertista estudia el doctorado en Educación. Desde la maestría se decantó por la pedagogía que lo ha enriquecido en la profesión.
La pregunta de uno de sus alumnos lo sumergió en otro mundo. En clase de historia de la música del periodo barroco le dio la palabra al de la mano levantada: “Usted es de Puebla, ¿qué nos puede decir de la música de los maestros de capilla de la Catedral?”
“Hoy, nada”, fue la respuesta sincera. “Pero dame una semana”.
Y esos siete días de búsqueda le cambiaron la perspectiva. Sobre todo la obra del primer maestro de capilla poblano, Juan García de Céspedes.
Y empezó su dedicación a investigar los 220 años de producción musical en Puebla que se hallaron en la Catedral y ahora reposan en microfilm en el INAH.
De ahí, a clases especializadas de música antigua en Europa hubo varios pasos con mucha pasión, con su oboe barroco y su voz de tenor.
Por ello su dedicación a los coros y ensambles instrumentales que interpretan ese repertorio.
EL RETO DE DIRIGIR
Sala Nezahualcóyotl. UNAM.
Del proscenio al podio hay unos 12 metros. A Miguel Ángel Mendoza le parece un kilómetro el que recorre en sus zapatos perfectamente lustrados.
El violista Ramón Romo mira fijo. Respira hondo. Lo va a dirigir el debutante poblano de 24 años.
“Pero el podio me volvió otra cosa. La música te hipnotiza y no puedes dudar; así como el karateka, ya frente a su rival, no puede dar pasos hacia atrás, el director presenta la batuta y hace sonar el instrumento más complejo del mundo: la orquesta sinfónica”.
Explica el desafío: “El director está supeditado al compositor, ¿qué quiso decir?, ¿cómo era su tiempo, su contexto? Por eso hay tanto estudio detrás de cada concierto, no sólo de todos los elementos de la partitura sino de la historia; una obra romántica no puede ser interpretada como clásica; con los instrumentistas se desarrolla un trabajo constructivista para honrar al compositor que nos confía su obra.
Hay todavía sueños en el tintero. La dirección del Conservatorio Nacional es uno.
Entretanto, coincide con lo que su maestro Mehta ha extractado en una sentencia: “Interpretar no es crear; sino comunicar”.
Y estudia, investiga y ejerce todos los días. Para que la alineación de los astros lo pesque bien afinado.