Por: José Manuel Nieto Jalil*
La comunidad científica mundial sigue de muy cerca las noticias sobre la guerra en Ucrania. Las consecuencias a largo plazo son económicas, pero ya han provocado una desestabilización en los mercados, los costos de la energía ya se dispararon, la estabilidad de los mercados financieros y la exportación de productos agrícolas empiezan a sentir las consecuencias y el conflicto pone en peligro las cadenas de suministro, factores que podrían empeorar la inflación y detener el crecimiento.
Adicionalmente, el número de refugiados sigue aumentando por lo que es posible que se viva la mayor crisis de desplazados de Europa desde la II Guerra Mundial.
Un tema en paralelo derivado de la invasión rusa a Ucrania ha tenido un efecto inesperado: poner punto final a los muchos años de cooperación entre Occidente y Rusia en la industria aeroespacial y otras esferas de la ciencia. El resultado está siendo la cancelación masiva de los despegues en los que participa Rusia, directa o indirectamente, es decir, 10 de los 18 despegues previstos para 2022 y 2023 han quedado cancelados.
Con la salida de Rusia, la lista de organizaciones capaces de poner cohetes en órbita se reduce drásticamente. Entre ellas están JAXA (la agencia espacial japonesa), Sierra Nevada Corporation (EU) o Blue Origin, la firma de Jeff Bezos, todas ellas con una capacidad a corto plazo inferior a la de las firmas rusas. Con esta lista de cancelaciones, el mayor beneficiado es SpaceX, de Elon Musk, la firma que más cohetes ha logrado lanzar al espacio de forma frecuente y fiable en los últimos años sin tecnología rusa.
La gran preocupación en el mundo de la ciencia respecto a estas sanciones es cuántos daños supondrá para la investigación científica a medio plazo, especialmente vistos los daños al programa de exploración de Marte. Por su parte, a corto plazo el principal problema lo tienen los habitantes de la Estación Espacial Internacional, que han visto diezmada la lista de lanzamientos que les comunicaban con la Tierra. La guerra ha llegado al espacio, de una forma pacífica, pero con la ciencia como mayor víctima.
Como consecuencia de esta guerra, es probable que aumenten los presupuestos de defensa en Europa, Estados Unidos y algunos otros países como reflejo de la situación global cada vez más riesgosa. Esto no implicará una reducción del PIB, pero perjudicará el bienestar de la gente, ya que los recursos destinados a defensa no se podrán asignar a consumo o inversión en educación, sanidad o infraestructura.
En paralelo, no podemos dejar a un lado las consecuencias que tendrá y que ya tiene esta guerra para proyectos científicos en conjunto con Rusia. Los gobiernos europeos y del mundo en su mayoría han suspendido cualquier colaboración con Rusia.
Históricamente la ciencia y la investigación entre científicos, centros de investigación, universidades y países no tiene nacionalidad y los científicos circulan libremente entre las universidades de todo el mundo, pero ahora se ha roto ese vínculo. La cooperación científica internacional forma parte de las estrategias de crecimiento de las instituciones académicas, de sus mecanismos para mantenerse a la vanguardia del conocimiento.
Las medidas tomadas por los países contra Rusia afectan varias áreas de la ciencia, entre las más destacadas podemos citar varios ejemplos, sin embargo, sólo citaremos los más destacados.
En primer lugar, la posible cancelación del lanzamiento del primer rover, el Rosalind Franklin, con destino a Marte de la misión Exomars de la Agencia Espacial Europea (ESA), de 1420 millones de dólares, en colaboración con la agencia espacial rusa Roscosmos. Su lanzamiento estaba previsto desde Baikonur, Kazajstán.
En segundo lugar, la posible cancelación de la Red Europea de Interferometría (EVN), un conjunto de radiotelescopios repartidos desde Europa hasta Rusia para estudiar el Universo con la misma técnica empleada en 2019 para la fotografía del agujero negro en la galaxia M87. El Telescopio Espacial Mundial-Ultravioleta (WSO-UV), una colaboración entre España y Rusia y, en menor medida, Japón, también está en juego. El proyecto cuesta unos 437 millones de dólares y casi toda la inversión es rusa.
En tercer lugar está la cancelación de Rusia y sus científicos en ambiciosos proyectos científicos multinacionales de grandes instalaciones, como el reactor de fusión nuclear ITER, que constituye un experimento científico a gran escala que intenta producir un plasma de fusión que tenga diez veces más potencia térmica que la potencia necesaria para calentar el plasma, que actualmente se encuentra en construcción en Cadarache (Francia).
En cuarto lugar, proyectos como el sincrotrón europeo ESRF, centro de investigación multinacional, en Grenoble (Francia); el láser europeo de rayos X XFEL que constituye el láser de rayos X más grande y potente del mundo, en Schenefeld (Alemania); y la instalación para la investigación en antiprotones e iones FAIR formado por un complejo de aceleradores de partículas en fase de planificación, en cuyo desarrollo Rusia y sus científicos son clave.
Finalmente, la salida de los investigadores rusos del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), que constituye una organización de investigación europea que opera el laboratorio de física de partículas más grande del mundo, cerca de Ginebra (Suiza) y los físicos de partículas rusos constituyen un elemento clave en sus investigaciones.
No justificamos la guerra que se está desarrollando entre Rusia y Ucrania, sin embargo, las sanciones impuestas a Rusia golpean todos los ámbitos y la ciencia no es ajena al nuevo escenario mundial. Los rusos siguen siendo una potencia científica, el rompimiento de relaciones científicas con ellos ha dañado seriamente varios programas científicos y para todos es conocido que la ciencia no tiene fronteras.
(*) Director del Departamento Regional de Ciencias en la Región Centro-Sur. Tecnológico de Monterrey Campus Puebla.