Por: Carlos Fara / dialogopolítico.org
Cuando se analizan los partidos políticos en América Latina se puede concluir que muchos de ellos son automóviles del siglo XIX para transitar en carreteras del siglo XX y ser manejados por conductores del siglo XXI. Está claro que algo se ha desajustado y va a haber problemas.
El terreno sobre el que están basados los partidos viene sufriendo resquebrajamientos, movimientos en las capas tectónicas que generan sismos cada vez más frecuentes. La gran mayoría de estas organizaciones no poseen estructuras antisísmicas, de modo que un terremoto y sus réplicas terminan por derrumbar edificios históricos.
La consecuencia más evidente es que los habitantes huyen despavoridos hacia diversas latitudes. Unos se refugian en edificios ajenos que creen más sólidos, muchos intentan construir una vivienda precaria, pero pocos se dedican a reflexionar sobre cómo deberían ser los nuevos cimientos de una nueva morada de largo plazo.
Dado que esta fase histórica implica sismos permanentes, quienes aspiren a algo duradero deben pensar bien en el tipo de cimientos necesario, pero también de qué material debe estar hecho el nuevo edificio, para soportar lo mejor posible los cimbronazos, y qué comodidades internas debe tener la nueva vivienda. Cuanta más actividad sísmica se prevea, más flexible deberá ser la estructura.
Los antiguos partidos estaban pensados como si fueran edificios que debían durar una eternidad, ser inflexibles, grandes, sólidos, como si el mundo nunca fuera a cambiar. Como las grandes empresas, los ministerios de los gobiernos, las unidades militares o las viviendas que albergaban a varias generaciones de una familia. Pero hoy ese contexto dejó de existir. Por lo tanto, se necesita armar los partidos de otra forma.
Siguiendo al gurú del management empresarial Tom Peters, “los tiempos de locura requieren de empresas locas”. Pues podríamos parafrasearlo jocosamente, diciendo que necesitamos partidos locos. Debemos incorporar a la política otros paradigmas organizacionales, que resultan de observar cómo se están transformando otros ámbitos.
Si ya no se piensa en empresas rígidas, verticales y burocráticas, sino en una suma de unidades de negocios flexibles, ad hoc, organizadas por proyectos, ágiles, con rápida adaptación a los cambios en el ambiente, de bajo costo, que incorporen periódicamente los talentos necesarios para cada etapa, los partidos deberían reinventarse de forma permanente.
Si ya no se requieren grandes ejércitos masivos, pesados para movilizar, sino fuerzas conformadas por unidades de desplazamiento rápido y con alta tecnología, algo de esto debe ser incorporado conceptualmente por nuestros partidos políticos.
En un sistema político, para cada función se necesita una organización diferente. Por eso los partidos son distintos a los sindicatos, las cámaras empresariales o los grupos de presión. Los partidos articulan intereses diversos de la sociedad, al mismo tiempo que intentan representarlos en los canales adecuados del sistema democrático.
Sin embargo, la función de representación tanto concreta como simbólica se viene sintiendo amenazada por algunas de las estructuras mencionadas, sobre todo por las más activas contemporánea como las ONG y los movimientos sociales.
Si muchos objetos de uso cotidiano ya no son lo que eran –paradigmáticamente, los teléfonos celulares que hoy reúnen decenas de funciones que antes cumplían otros aparatos– y se han convertido en grandes híbridos –desde el microondas hasta el automóvil son todos computadoras–, es útil pensar que los partidos políticos no deberían ser sólo partidos.
¿Por qué no imaginar un partido con diversos brazos o ventanas por las cuales los ciudadanos puedan asomarse o sentirse partícipes, sin que debamos pensar exclusivamente en la figura del militante clásico? ¿Por qué sólo debe haber afiliados formales y no ciudadanos movilizados por issues puntuales, que quizá nunca deseen ser militantes ni dirigentes? Hoy, hasta el último adherente puede hacer una gran contribución produciendo y viralizando contenidos.
Asimismo, si el mundo se está convirtiendo en una gran red, deberíamos pensar también en los partidos-red, que no necesariamente son rígidas estructuras verticales, al menos en el plano del funcionamiento real, más allá de la necesidad de que existan estructuras formales que contengan una suma de células coordinadas por un nodo.
Por último, de más está decir que la comunicación política hoy es una función estratégica que deben asumir todos los integrantes de un partido, y no sólo algunos grandes dirigentes, además del departamento específico. Pues la capacitación permanente en las nuevas herramientas debería ser una actividad constante, quizá un entrenamiento anual o semestral para adaptarse a la metamorfosis del universo comunicacional.
Estos no son más que algunos apuntes para provocar una reflexión sobre la necesidad de un nuevo paradigma de partidos políticos. Así como hay varios autores que hablan del transhumanismo –más allá de las implicancias filosóficas y éticas–, se podría imaginar un transpartidismo. Su objetivo final sería transformar a estas instituciones de la democracia mediante la incorporación de tecnologías y modelos organizacionales disponibles que mejoren sus capacidades clásicas.