Por: Mario Galeana
Separados por una distancia de 90 años, el Museo Regional Casa de Alfeñique y el Museo Internacional del Barroco –el primero y el último de los museos construidos en Puebla– guardan similitudes poco difundidas.
De entrada, ambos recintos culturales fueron creados como una forma de legitimar el poder de los respectivos gobernantes de la época, además del nacionalismo y la identidad poblana, de acuerdo con la investigadora Mariana Cortés Cortés, licenciada en Historia y maestra en Estética y Arte por la BUAP.
Inaugurado el 5 de mayo de 1926, en uno de los edificios del Centro Histórico más disputados, el Museo Casa de Alfeñique se convertiría en la única obra destacable del gobernador Claudio N. Tirado.
Y casi un siglo después, el 4 de febrero de 2016, se inauguró el Museo Internacional del Barroco –”apabullante, con la idea de internacional que le da cierta estatura”, dice la especialista– sería la obra insigne del gobernador Rafael Moreno Valle, tras ser proyectada y su construcción dirigida por el laureado arquitecto japonés Toyo Ito.
Ambos serían enmarcados bajo el concepto de lo barroco, el estilo artístico insigne de la ciudad de Puebla.
Cortés compara el origen de ambos recintos en una investigación que lleva por título Elefantes blancos contra fósiles barrocos: 90 años de museología en Puebla.
La conformación de ambos museos fue polémica: ni uno ni otro contaban con una colección propia de objetos artísticos o con valor histórico.
La Casa de Alfeñique compuso su acervo con colecciones del Museo Nacional, del artista José Manzo (quien 90 años antes, en 1827, también propuso la creación de un museo), de la Academia de Bellas Artes de Puebla y de donaciones de piezas de familias y coleccionistas.
“Los alumnos de la Academia utilizaban esas piezas para diseños y bocetos, y por eso en principio no estuvieron de acuerdo con que las piezas fueran prestadas. El gobierno del estado dice que sólo sería de forma temporal, pero cuatro años después, cuando la Academia pide de regreso esas piezas, el gobierno se niega y dice que ya son propiedad del estado”, narra Cortés.
Situación idéntica ocurrió con el Museo Barroco, que constituyó su acervo a partir del intercambio de 2 mil 400 piezas de las colecciones de los museos José Luis Bello, San Pedro y de la propia Casa de Alfeñique.
Decenas de historiadores y académicos escribieron desplegados para denunciar el “saqueo” de estos recintos en aras de la construcción del nuevo museo.
Cortés tiene una visión crítica sobre estos pronunciamientos. Considera que el intercambio temporal de piezas entre museos no debería estar censurado, puesto que esto puede constituir una “idealización del espacio construido”.
La historiadora también agrega que, años después de su construcción, ni el Museo Regional Casa de Alfeñique ni el Museo Internacional del Barroco fueron abrazados plenamente por la sociedad poblana.
“A pesar de que las notas de prensa de la época estaban a favor de la Casa del Alfeñique, no hay registros fehacientes sobre cómo lo tomó el público… y, en general, eso se debía a que los pobladores no se sentían tan identificados con el museo.
“Al Alfeñique le costó tiempo ganarse un lugar en la sociedad. Y el Barroco está igual: no hay una apropiación, en parte porque es un museo alejado del centro y no es de fácil acceso para cualquier persona”, abunda.
Quizá esta falta de identificación provocó también que ambos recintos tuvieron problemas para garantizar su sostenibilidad durante sus primeros años.
En 1927, por ejemplo, el gobernador Donato Bravo, de formación militar, anunció que Casa de Alfeñique sería cerrada porque no había presupuesto para su mantenimiento.
Un grupo de personas destacadas entre la sociedad, entre ellos Hugo Leicht y José Luis Bello, firmaron un desplegado en el que conminaron a Bravo a no cerrar el recinto, con el argumento de que ello sería “un signo de atraso que no comparece con la tendencia evolutiva y progresista”.
Casi 95 años después, el gobernador Miguel Barbosa también reconoció problemas para garantizar el mantenimiento del Museo Barroco, bajo el argumento de que representaba un gasto de 35 millones de pesos al mes.
En medio de este parangón de casi un siglo, la investigadora Mariana Cortés considera que tanto la definición de ‘cultura’ como la de patrimonio deben ser replanteadas para no excluir manifestaciones culturales con otros valores y miradas.
“En las últimas décadas, los museos se vinculan más con el turismo que con la cultura, y las personas han pasado a ser consumidores, como parte de una mercantilización de la cultura. Ese enfoque de hacernos turistas o sobreponer el turismo por encima de la cultura no debería ocurrir. Lo que debemos hacer es forjar nuevamente una identidad o una cultura poblana que nos represente”.