Mario Galeana
Cuando Pedro Ángel Palou escribió su novela más reciente, uno de sus propósitos era desprenderse del anclaje de la tradición occidental novelística y, por tanto, de las expectativas del mercado editorial.
No pretendía escribir un libro de manual, con un principio, un incidente que lo desata todo, un clímax, una resolución y un final.
Por eso México. La novela, el libro que publicó en 2022, es una novela episódica que acompaña durante tres siglos la vida de cuatro familias y, con ello, una genealogía sobre la Ciudad de México, desde la caída de Tenochtitlán hasta el sismo de 1985.
“Yo dije: voy a escribir una novela que rompa con esa tradición, y quise problematizar la narración desde el principio. El personaje que crees que puede ser el protagonista muere en el capítulo tres, porque es parte de una familia y eso ocurre en 1600, aunque la familia llega hasta 1985. Entonces quise romper con esas expectativas que el lector está pensando, que cree que va a seguir a un personaje, que se trata de una sola trama”, abundó.
Palou viajó desde la región de Boston –donde enseña literatura de tiempo completo en la Universidad Tufts– hasta su natal Puebla para impartir un taller de novela histórica gestionado por el Instituto Municipal de Arte y Cultura (IMACP).
El escritor propuso al grupo de 25 asistentes una visión particular: descolonizar su relación con la novela y tratar de despojarse de la estructura literaria europoide extendida entre las editoriales y la mesa de novedades de las librerías.
Para Palou no existe un método exacto, pero sí una forma de complejizar esta estructura, y su ejemplo más notorio quizá sea Pedro Páramo de Juan Rulfo. Una novela que sólo hasta la mitad revela que sus protagonistas están muertos y que sus diálogos son, en realidad, murmullos entre sepulcros.
“Juan Rulfo era un grandísimo lector y todo el tiempo estaba buscando estructuras diferentes a la de la novela clásica. Era lector de cosa inimaginables o inesperadas; cuando nadie leía a los finlandeses, por ejemplo, él ya era un gran lector de ellos. Yo sospecho que era por eso, porque exploraba tradiciones literarias distintas a las occidentales”, expuso.
Desde 1991, cuando publicó “Como quien se desangra”, la historia de un guerrillero sandinista, Pedro Ángel Palou ha puesto los pies sobre distintos personajes para desentrañar tanto la historia como los motivos de los seres humanos.
En esa búsqueda se inserta la trilogía sobre Zapata, Morelos y Cuauhtémoc, y sus novelas sobre Porfirio Díaz, Pancho Villa, Lázaro Cárdenas y Juan de Palafox.
“Siempre empiezo leyendo las biografías de los enemigos de esos personajes, porque eso da cuenta de qué molestó o perturbó a los seres de ese tiempo, y luego trato de entender.
“A partir de ahí hago una cronología, que no tiene nada que ver con lo exterior, porque la podría buscar o pedírsela a ChatGPT”, explicó.
La cronología que hace Palou busca aquellos momentos en los que hubo cierta ambigüedad histórica, es decir, donde no se sabe realmente qué fue lo que sucedió.
“Son momentos pivote en la historia de ese personaje; no porque estén en la historia oficial, sino porque algo se produjo en aquella persona que lo cambió para siempre. Esa cronología, a la que llamo la cronología íntima, son siempre las razones del ser humano, no las razones del héroe. Las razones del héroe están en las biografías”, detalló ante el grupo.
Palou también ha hecho que sus obras sean tanto novelas históricas como novelas del lenguaje.
La novela sobre Zapata, por ejemplo, es también una novela sobre el corrido de la época. En su novela Morelos, estudió historias escritas por mujeres durante el siglo XIX con carácter eclesiástico, con el fin de inventar un personaje que escribiera la vida de su amante, el jefe insurgente.
Cuando escribió la novela sobre Juan de Palafox, obtuvo el tono narrativo a través de un libro de teología que escribió el obispo bajo el título Varón de deseos.
Sólo en la novela Cuauhtémoc, Palou no pudo con exactitud recrear el lenguaje de la época: “A pesar de que investigué mucho, la novela finalmente está escrita de la única forma en que podemos contar, que es de forma lineal. Pero está basada en una idea de cómo se contaban los códices, es decir, en una lectura simultánea, como cuando lees los ideogramas chinos”.