Mario Galeana
Efraín Castro Morales tenía diecisiete años cuando hizo el mayor descubrimiento de su vida.
Era el 12 de octubre de 1953.
Junto a su amigo David Bravo Cid, se coló hasta una vieja casa en el centro de Puebla capital que estaba a punto de ser demolida. Compró algo de tiempo para explorar dando 10 pesos a un trabajador solitario que cuidaba la obra.
La casa no tenía techo y estaba cubierta del polvo de otras dos viviendas contiguas que ya habían sido derribadas para construir un conjunto de cines.
Efraín se recargó sobre un muro y, con una espátula, empezó a tallar sobre él.
Retiró capas de pintura, de cal y de papel tapiz, hasta que los halló.
Aquel muchacho había descubierto los murales de la sala de Los Triunfos, la única muestra de pintura civil del siglo XVI que se conserva en todo el mundo.
Personajes y adornos coloridos constituyen las pinturas que cuatrocientos años antes había mandado a hacer Tomás de la Plaza Goes, el deán de Puebla.
El descubrimiento de Efraín no había sido completamente fortuito: él sabía qué estaba buscando.
Había visto algunas de esas pinturas en el libro Historia del arte hispanoamericano, de Diego Angulo Iñiguez, que se había publicado pocos años antes de aquel descubrimiento. Es posible que Efraín tuviera la única copia que existía del libro en todo el país.
Angulo había obtenido las fotografías de las pinturas gracias a Francisco Pérez de Salazar (1888-1941), uno de los tantos propietarios que tuvo la casa a lo largo de cuatro siglos.
Pero las fotografías eran sólo imágenes mudas; no contenían ningún tipo de descripción, ni estudio, y los murales se habían convertido en un mito.
Hasta que Efraín Castro los desenterró con la espátula que hoy, setenta años después del descubrimiento, conserva en un cajón de su escritorio.
El hallazgo de las pinturas murales de Los Triunfos generó un gran movimiento civil que acabó con la intención de demoler la casa.
Pronto se involucraron los académicos Gastón García Cantú y Manuel Toussaint, quienes lucharon para preservar el inmueble, uno de los más antiguos de pie de Puebla virreinal.
Durante el rescate de Los Triunfos, se descubrió una segunda sala de murales dedicada a Las Sibilas.
Esas eran las pinturas que habían sido fotografiadas e incluidas en el libro Historia del arte hispanoamericano.
En el rescate de los murales de ambas salas participaron artistas e instituciones locales y nacionales, quienes realizaron una primera intervención entre 1953 y 1955.
En ese grupo fueron entusiastas defensores los artistas que conformaron el Primer Núcleo de Grabadores Poblanos, alumnos de los institutos Nacional de Bellas Artes y Literatura, y de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y algunos miembros del Frente Nacional de Artes Plásticas.
Fernando Ramírez Osorio y Ramón Pablo Loreto fueron dos de sus líderes.
La restauración de las pinturas fue posible porque el material con el que fueron tapadas era orgánico y, paradójicamente, preservó los colores y los detalles de los murales.
EL ENIGMA
Los murales de las salas de Las Sibilas y Los Triunfos hacen alusión, de forma respectiva, a los oráculos de la mitología griega y a una obra influyente del siglo XIV escrita por Francisco Petrarca, que habla sobre distintas fuerzas que intervienen en la elevación del alma humana ante Dios.
Las pinturas son manieristas, es decir, del Renacimiento tardío, pero su iconografía se aleja completamente de las imágenes que solían retratarse en Europa durante aquella época.
Para los investigadores Gustavo Mauleón Rodríguez y Antonio Molero Sañudo, los murales encargados por Tomás de la Plaza Goes eran una reflexión profunda sobre los vínculos entre las cosmovisiones española e indígena.
Una conexión tan compleja que el término sincretismo “ya no nos sirve mucho para comprender todas las ideas que Don Tomas quiso plasmar ahí”, recalca Mauleón.
Los investigadores explican que, antes de llegar a Puebla, en 1564, el deán había fundado ocho parroquias en Oaxaca a lo largo de dos décadas. Más que evangelizar a los indígenas, se había esforzado por comprender sus creencias.
Por eso, cuando mandó a pintar aquí los murales de Las Sibilas y Los Triunfos, decidió incluir plantas y animales que eran adorados en la región de Oaxaca.
“En la sala de Los Triunfos hay escudos con animales entronizados, es decir, se diosifica a los animales que eran considerados dioses en la Mixteca.
“Podemos decir que es una declaración para los personajes eclesiásticos de que hay otras verdades. Pero, claro, el deán debía tener mucho cuidado de a quién le mostraba esto. Eran pinturas prohibidas por la Inquisición. Pero hablan de una comunión con las culturas prehispánicas”, subraya Molero.
Junto a estos elementos, los murales también incluyen imágenes del pasado pagano en Europa, como los centauros.
Junto a los centauros, se encuentran también plantas enteógenas con las que los pueblos prehispánicos inducían visiones para intentar comunicarse con dioses.
“Don Tomás de la Plaza se empapó de toda esa forma de pensamiento y en los murales lo que pinta es su catarsis, la revelación que tuvo frente a la religión de los indios y su propia religión cristiana. Ahí está resuelta esa catarsis.
“Aunque los elementos pictográficos están dispuestos como si fuera un códice, porque él sabía cómo se desempeñaba el lenguaje pictográfico entre los indios”, agrega Mauleón.
LOS MURALES Y LA PRESERVACIÓNDEL PATRIMONIO
Setenta años después de su descubrimiento, Efraín Castro Morales recuerda ante un grupo de personas reunidas en la Casa del Deán todo lo que ocurrió después de que tallara con la espátula aquel muro.
“Fue un escándalo, a tal grado que el propietario dijo que ahí le paraban y abandonaron la intención de demolerla. Pero toda esa destrucción terrible ya había arrasado por otros lados de Puebla y también de la Ciudad de México”, asegura.
Castro, quien a la postre fue secretario de Cultura estatal, director de Monumentos Históricos y director en Puebla del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), apunta que gran parte de la destrucción de inmuebles como éste se debían a que las leyes que resguardaban el patrimonio eran estatales.
“Quien tenía la decisión de todo era el gobernador. Por eso el descubrimiento en este edificio tuvo una influencia muy importante”, dice.
Veinte años después, en todo el país se promulgó la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, que dotó a los inmuebles históricos de la protección federal.
“Pero la noción de preservar y cuidar estos inmuebles surgió con estos murales”, coincide Antonio Molero.
“Este descubrimiento, con la defensa de los artistas, hizo que los poblanos comprendieran que había que cuidar el patrimonio”.