En Uruguay son tan futboleros que, cuando un niño nace, se le regala un balón de soccer, como a Álvaro, quien recibirá muchos más toda su infancia. Juega donde sea–pasto, terrenos baldíos, la calle– y como sea –descalzo, con tenis, con botines–. Desayuna, come y cena futbol.
A los cuatro años, ingresa al “baby futbol”, un sistema de formación de jugadores en el que los niños entrenan y compiten en una liga bien organizada. Ya desde entonces juega de delantero. También desde entonces viene su apodo –El Bola”–: su abuelito lo llama Bolita por ser chiquito y redondito como una canica (en Uruguay se llama bolita) y, al crecer, desaparece el diminutivo.
Pasa de categoría en categoría y debuta en 1992 con el Club Atlético Cerro, con el que participa en la Libertadores de 1995 y al que deja en 1997 para irse al futbol chileno. Regresa a Uruguay y milita en el Frontera y luego en el Bella Vista donde, un buen día de 2002, recibe la llamada de un agente para ofrecerle un contrato con los Pumas ¡de Hugo Sánchez! Deseoso de nuevos horizontes, Álvaro acepta y emigra al futbol mexicano.
Los primeros meses son difíciles, entre la altura, la contaminación y el ritmo de los entrenamientos. Anota 19 goles con los felinos y, cuando se va un año después, ha dejado en claro su principal virtud, que es cabecear de maravilla (anota más con la testa que con los pies).
Empieza entonces su aventura en equipos de Primera A, entre ellos el Puebla, descendido en 2005. Antes de esa tragedia, los camoteros ya habían intentado fichar al delantero, sin éxito. Pero está escrito que Álvaro vista la enfranjada, lo que ocurre en 2006 y, de inmediato, se vuelve pieza clave para que el club regrese al máximo circuito en 2007. El artillero es campeón de goleo dos torneos seguidos.
Ya en primera división, Álvaro se hincha a marcar goles. En total, anotará 75 dianas con el club camotero: 33 en Primera A y 42 en el máximo circuito, uno de los mejores registros en la historia no sólo del club, sino del propio jugador, pues es un tercio de todos los goles anotados en su carrera. ¡Puro cañón!
No por nada El Bola afirma que fue la mejor etapa de su vida. Nunca le había pasado que la gente lo reconociera en las calles, lo saludara y le expresara su cariño así. Por eso, lleva a Puebla y a los poblanos “en el corazón”. Espera ansioso el día en el que, con su familia, regrese a la ciudad y se reencuentre con toda esa gente que coreó sus goles y que gritaba desde la tribuna del Cuauhtémoc “póngansela al Bola”, segura de que el uruguayo la iba a meter.