Soliloquio
Está suficientemente probado que votar es un proceso irracional, en el que las emociones siempre ganan.
Bajo esa premisa, habría que irse preguntando desde ahora, a casi cuatro meses de lo que se ha llamado la “elección más grande” y quizá también la más reñida de la historia, qué tipo de emoción será la que impulsará al elector al momento de decidir su voto el día de la jornada electoral.
La pregunta tiene ahora una dimensión particular, porque como nunca antes el entorno es tan inédito como multifactorial, por lo que también habría que cuestionarse si los partidos políticos contendientes están pensando en ello para el diseño de sus campañas y especialmente, para esbozar el perfil de sus candidatos.
Me temo que no es así, y ese puede ser un grave error.
Y es que para el momento en que los ciudadanos vayan a las urnas probablemente habrá un clima tan confuso y distorsionado, como el que prevalece en estos días, y aunque podría haber algunas variantes, no serán lo suficientes ni tampoco lo sustanciales como para modificar el contexto actual.
¿Qué tenemos hoy?
Se padece una pandemia irrefrenable de COVID-19, cuyo saldo de contagios y decesos aumenta cada día. La estrategia del gobierno federal ha tenido aciertos, pero son muchas más las deficiencias, los errores y las contradicciones.
Es posible que el gobierno tenga otros datos, pero esta semana la Universidad Johns Hopkins reveló que nuestro país ocupa el primer lugar en mortalidad por COVID-19 entre las naciones más afectadas por la pandemia. El estudio actualizado señala que por cada 100 personas que contraen la enfermedad en México fallecen 8.6, más del doble que los países que siguen en la lista.
Además, somos terceros en muertes totales –detrás de Estados Unidos y de Brasil– y séptimos por cada 100 mil habitantes (131.7).
Y en el controvertido tema de las vacunas, el proceso de aplicación sigue en pausa, incluso Brasil y Chile ya superaron a México, pese a que ambas naciones empezaron el proceso un mes después.
Si bien el tema de la vacuna ha encendido luces de esperanza, el plan para su adquisición y posterior aplicación masiva ha tenido tropiezos por improvisaciones y cambio de señales que abonan a que se generen más dudas y más incertidumbres.
En ese entorno, a casi un año de confinamiento y medidas restrictivas, amplios segmentos de la sociedad, familias enteras, han dado claras muestras de hartazgo, fastidio y enojo, aunado a un agotamiento mental y físico.
Al mismo tiempo, se nos interpone una crisis económica, que ya había repuntado aún antes de la pandemia y que ahora alcanza niveles nunca vistos. Persiste una gran contracción, aumenta la inflación, la actividad comercial es restringida, hay cierre de empresas, inestabilidad laboral y hasta desempleo.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, los mexicanos no creen que su situación económica mejore en los próximos 12 meses, como resultado de las condiciones laborales y gastos por la crisis sanitaria, de modo que las familias esperan un panorama más complicado en el año subsecuente, aun con la vacunación.
Por su parte, este martes el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social estimó un aumento de entre 8.9 y 9.8 millones de mexicanos con un ingreso inferior a la línea de pobreza por ingresos y calcula la cifra global en 70.9 millones. Esto significa que uno de cada cuatro mexicanos padecería ahora una pobreza extrema por ingresos.
Por otra parte, la inseguridad mantiene sus niveles, si bien parece resguardada, silenciosa, oculta de forma ventajosa y convenenciera. ¿Dónde están, qué hacen los grandes capos, los líderes de grupos delictivos, los comandos del huachicol, la extorsión, el robo?
Y de colofón: existe un ambiente de extrema polarización, una sociedad dividida entre aparentes buenos y malos, fifís y chairos, conservadores y liberales; los que impulsan los cambios que nos llevarán a la salvación y los que presuntamente se oponen.
A todo ello habría que agregar, para darle sazón, el cúmulo de escándalos políticos en cuyos discursos caben las disputas entre pares y correligionarios por una posición, los mensajes de dura crispación en la lluvia de spots electoreros que todos oyen, pero nadie escucha, y también las acusaciones contra quienes delinquieron o robaron al país, de los cuales pronto algunos serán cazados, servirán de trofeo, de símbolo del discurso de la corrupción que no acaba por desaparecer.
Todo ese torrente configura un explosivo coctel de pesares y sentimientos de los que nadie es inmune.
¿Con cuál de esas emociones llegaremos el 6 de junio a las urnas? ¿Cuál será nuestro estado de ánimo para ese entonces? ¿Habrá alguna conexión viable, al menos algo de empatía de los ciudadanos con partidos-candidatos?
Lo menos que pudiera esperarse para amortiguar tanta desesperanza es que la oferta política de los partidos fuera coherente con la situación actual y que los candidatos en verdad fueran las figuras deseables para representarnos y ser, como pregonan, los impulsores de las medidas para la recuperación económica y solventar la crisis sanitaria.
Al respecto, las expectativas son precarias. Baste decir que a diferencia de lo que aconteció en otros países, hasta ahora nuestros legisladores no han asumido medidas específicas para apoyar a la población.
Salvo las reformas relativas al teletrabajo, ni en la Cámara de Diputados ni en el Senado se han dictaminado iniciativas con medidas que favorezcan y coadyuven la recuperación de la sociedad.
Bueno…¿ y los candidatos? No habría mucho qué esperar cuando hay un elevado porcentaje de diputados –locales y federales– que, como si lo merecieran, pretenden la reelección mientras que en otros casos se prevé un reciclaje de caras (e historias) conocidas que nada garantizan.
En el plano nacional, ya están sobre la mesa, por ejemplo, los nombres de dos excandidatos presidenciales: Margarita Zavala y Gabriel Quadri; otros que ya fueron secretarios de Estado: Santiago Creel, Ildefonso Guajardo, y la poblana Ana Teresa Aranda.
Hay también exgobernadores: Ignacio Loyola, Francisco Ramírez Acuña, Rubén Moreira; exdiplomáticos como Jorge Zermeño; dirigentes de partido como Alejandro Moreno y Cecilia Romero; líderes parlamentarios y legisladores en funciones: Juan Carlos Romero Hicks y René Bejarano (puff); y otros que fueron, como Héctor Larios.
Decepciona también que para acopiar votos se ha optado por la improvisación con postulaciones que tildan en el absurdo, como el caso de los luchadores profesionales Tinieblas, Carístico (antes Místico) y Blue Demon Jr. o la boxeadora Marina “La Barbie” Juárez.
En las listas figuran también personajes como Paquita la del Barrio, Kiko, el exbig-broter Patricio Zambrano y exfutbolistas dispuestos a emular a Cuauhtémoc Blanco, como Jorge Campos, Adolfo “El Bofo” Bautista, Francisco “El abuelo” Cruz” y Adolfo Ríos.
¿En ellos vamos a confiar cuando estamos en un estado de descomposición social que no quiere reconocerse?
De ser verdad que las emociones ganan al momento de ejercer el voto, entre la desolación por las crisis económica y de salud, escasa oferta electoral, candidatos sin visión de Estado, ni vocación social… ¿qué podemos esperar?