Proteger a los animales nos beneficia a todos
Por: Itzel Saucedo Villarreal / Can Cat / FB @Can Cat / @Can Cat Extraviados
Recuerdo el momento exacto en que tuve conciencia de lo que era un animal. Y no hablo de la clase de biología de la primaria en la que te dicen que son seres vivos que nacen, crecen y se reproducen, pero que no son “racionales” como el humano. Tampoco hablo de la identificación visual de lo que es un gato o un perro o una vaca, hablo de ese momento luminoso en que llegó a mi vida una gatita de dos meses y que me hizo entender la complejidad de un animal: su independencia, sus movimientos, su conciencia, su libertad para decidir sobre algunos aspectos de su vida; la rutina que elige en su cotidianidad, su elección de dejarse acariciar por mí y de convertirme en parte de su manada, su nobleza al aceptarme como su igual pero diferente.
Así pues, fue gracias a esa pequeña gata que comencé a cuestionarme sobre las relaciones tan estrechas para bien o mal que existen entre los animales humanos y los animales no humanos. Y es que antes, si bien había tenido un par de mascotas, nunca me había puesto a pensar en lo que sienten los animales, incluso en lo que quieren. Pero algo era seguro, nuestra coincidencia en aspectos básicos: alimento, agua, cariño, protección, juego, atención y cierta mezcla de dependencia-independencia. Igual que todos.
Después vino la observación de una realidad que siempre había estado ahí, pero que nunca había cuestionado: el perro del vecino que ladraba todos los días, los de la calle que rompían las bolsas de la basura, las perras acosadas por tantos machos, los animales encerrados o amarrados en las azoteas. Las personas que desprecian a los gatos y sus ganas o anécdotas sobre su envenenamiento. Y luego, como efecto dominó, todos los demás: los elefantes masacrados por sus colmillos, los felinos cazados por sus pieles, la crueldad de los mataderos de vacas, cerdos y pollos, los animales de los circos; incluso esas reacciones fóbicas: lagartijas para tiro al blanco, arañas aplastadas sólo porque les tenemos miedo, ratones matados a escobazos.
Todas las personas tienen su propia historia sobre su relación con los animales, anécdotas agradables, otras no tanto, concepciones que vienen de familia, de la sociedad, de la cultura en la que crecimos pero es urgente que como humanidad reflexionemos sobre nuestro trato a los animales. Tampoco se trata de negar la realidad en la que vivimos y esa es que difícilmente podemos dejar de depender de los animales para nuestra alimentación o el trabajo pero sí que podemos comenzar a educarnos como individuos y como sociedad respecto a lo que realmente es un animal, mucho más allá de esa simple identificación biológica, debemos conectar con sus necesidades y prioridades, con sus derechos (existen 14 proclamados en la Declaración Universal de los Derechos de los Animales) y reflexionar que los animales no son parte de un “catálogo de cosas” que está a disposición para nuestra diversión y explotación desmesurada.
Los animales son seres vivos, que nacen, crecen, se reproducen y mueren pero también son seres que sienten, que se estresan, sufren y son explotados, asesinados, y cuyos derechos se violan todos los días sin que nadie se haga responsable de ellos. Como sociedad debemos trabajar, reflexionar y debatir sobre esos temas, pues nuestras historias caminan juntas y entre más atentos estemos de ellos, también implicará que más atentos estemos de nosotros mismos como sociedad y como especie.