Jesús Peña
Ni toda tristeza es depresión, ni toda depresión es sólo psicológica; mucho menos frases como “échale ganas” o “no llores” son tratamiento, sobre todo si proceden de familiares como los padres que se empeñan tanto en resolver la vida a sus hijos que los incapacitan para lidiar con la frustración.
Así, el psicoterapeuta José María Velázquez Giles, en entrevista para Crónica Puebla, explica de qué se trata el síndrome de la depresión, cómo detectarlo y abordarlo, el impacto del confinamiento por la COVID-19 y de la tecnología, pero –más importante– la importancia de la educación emocional y de la terapia.
—¿Qué es la depresión y cómo se manifiesta?
—En primer lugar, hay una tendencia a la equivocación: la depresión no es sólo un estado de ánimo, en un síndrome, esto quiere decir que hay un conjunto de síntomas que muy pocas veces alguien puede juntar, de allí que tengamos un problema aún mayor: sobrediagnosticar.
Todo mundo se siente un poco triste o mal y dice: “ya estoy en la depre”. Pero la depresión consiste en estados en los que voy dentro de mí, al grado de no ver hacia fuera, de no poder con el mundo, de no querer estar con las personas; se vuelve imposible socializar.
Es un estado involutivo (retroceso en el proceso de evolución), en el que me aíslo y me genero una visión fatalista de la vida, del mundo y de cualquier situación.
Google falla y genera equivocaciones, porque me llega gente a terapia diciendo que tiene estado depresivo mayor, porque leyó lo que el buscador le arrojó y, además, lo malentendió, por lo que viene con la idea de medicarse.
—¿La depresión se trata con terapia o con medicamentos?
—Hay un tipo de depresión ocasionada por falta de una sustancia en el cerebro; esa no se puede quitar con psicoterapia aunque dure 20 años. Como psicoterapeuta debo estar entrenado para detectar esa depresión y mandar al paciente con un psiquiatra, quien te da una pastilla y con eso se avanza mucho.
—¿Qué factores provocan que se disparen los casos la depresión?
—Cuando las cosas no salen como se quiere, las personas –especialmente los niños– adolescentes, adultos jóvenes se frustran, eso provoca que se enojen o se entristezcan.
Resulta que vivimos una época en que los papás hacen que a los hijos les salgan las cosas como quieren; les están resolviendo la vida.
Entonces, cuando los hijos no obtienen lo que quieren, de la forma que deciden y en el momento en que se les ocurre, empiezan con ideas como “yo no valgo”, “yo no importo”, que se repiten ante cualquier tropiezo hasta que lo vuelven una depresión psicológica.
La resiliencia es la mejor forma de evitar la depresión psicológica, es decir, debemos aprender a caer, levantarnos, aprender de los errores y avanzar, pero eso es algo que hoy los papás no enseñan, por eso hay una ola de gente deprimida. Hay adultos jóvenes, de 23 a 25 años, que pertenecen a la generación con papás que les resolvieron la vida y no entienden cómo vivir sin ellos.
La furia, la otra respuesta ante la frustración, es muy común en Estados Unidos, pero ya empezó en México. Hay chavitos que llegan con la pistola a la escuela, personas que matan a otras por una reyerta insignificante.
¿Cuántas noticias no llevamos este inicio de año, tipo “lo mató porque se le cerró con su coche”?
—¿Y qué pasa con las malas experiencias acumuladas en la vida?
—Vamos a poner un ejemplo: una chava de 26 años que ya lleva dos noviazgos en que la engañan se pone triste porque las cosas no salen como quiere; empieza a tener la idea de que no sirve para el amor, que nunca va a poder cambiar su suerte y empieza la depresión.
Aquí es donde tiene que ir a recibir apoyo psicológico; se trata de una depresión que no es fisiológica, que se puede corregir, pero tiene que decidir tratarse.
A eso agrégale que a veces los familiares, amigos o conocidos sólo dicen “échale ganas”, una frase que es propia de un idiota que no entiende que simplemente te está llevando la fregada.
—¿Cómo saber si una persona está deprimida y cómo se le debe hablar, especialmente si no lo manifiesta?
—Cuando alguien está muy triste, cambia sus hábitos, deja de comer o come en exceso, deja de hablar o evade temas, nos advierte con eso que algo pasa. Pero lo primero que debemos hacer, lo más importante, es acompañar con empatía, no regañar.
“Échale ganas. Tú no eres así. De qué te quejas. El mundo es maravilloso. Hay personas que están peor que tú”, son frases que no sirven, que deben evitarse.
Tenemos que decir: “Estoy contigo. Acepto que estés triste, acéptalo tú también. Cuando quieras ayuda, yo estoy aquí junto a ti. Yo sé que no quieres hablar, sé que quieres estar solo, pero vengo a acompañarte, vengo únicamente a sentarme junto a ti”.
Y que es hoy vivimos en una era en la que tienes que ser feliz a fuerza, sonreír a fuerza, lo que nos conduce a depresiones enmascaradas.
Un caso así fue el del actor Robin William –murió por suicidio en 2014–;su máscara de la depresión se llamaba “trabajo”. Hay mucha gente que dice “no puedo ponerme triste porque tengo un chorro de trabajo”, “no puedo llorar porque debo ser el fuerte”.
Una de las mejores formas de evitar esto es entender las emociones, expresarlas en lugares seguros. Es normal que un día te levantes y te sientas triste sin razón aparente, porque debemos entender que las emociones no hay que justificarlas, sólo hay que soltarlas.
—¿Llorar es bueno en estos casos?
—Siempre. Ángeles Mastretta tiene un texto muy hermoso sobre que no debería darnos pena llorar, que debería ser algo socialmente aceptado como reír juntos.
Pero ¿qué pasa cuando alguien está llorando? Lo primero que hace algún tarado es acercarse a decir “no llores”.
Pero no lo dice por parar tu sufrimiento, lo dice porque esas personas no saben qué hacer, entonces piensan en ellas mismas, cuando en realidad deberíamos entender que cada quién tiene sus motivos.
¿Qué pasa con una chavita de 17 años que llora por el novio?
La mamá, las tías, las amigas le dicen: “Ni llores, eso no es amor, lo que tú tienes es confusión”, lo que no entienden es que para ella sí es su amor, su experiencia.
Necesitamos educarnos emocionalmente, aceptando nuestras emociones. Si hoy estoy enojado, no voy a pelearme con alguien que no la debe, pero puedo decirte: “Hoy no quiero verte. Estoy enojado, me siento triste. Hoy no bromes conmigo, porque no me siento bien”.
Hay una serie en Netflix que se llama Está bien no estar bien, vale la pena verla.
—¿Qué tanto impacta la tecnología en la depresión, especialmente con el ciberbullying?
—Instagram es hoy la red social perfecta para vender la idea de que soy feliz o que me está llevando la fregada cuando quiero chantajear a alguien.
Antes que nada, hay que entender que las publicaciones en redes sociales son mentira, que una foto perfecta es el resultado de 10 mil anteriores y que no tengo por qué compararme con la vida que otro quiere venderme.
Los modelos, los famosos, también se divorcian, también tienen problemas, también se emborrachan, también atropellan gente… no son modelos de vida, así que hay que dejar de idealizarlos.
El ciberbullying debe ser combatido con resiliencia dirigida, concertada, llevada por un profesional, porque no es tan fácil salirse; todo mundo anda al pendiente de la opinión de los demás y eso es terrible.
Umberto Eco decía que antes un idiota daba su opinión en un bar y todos lo callaban, pero ahora ese mismo idiota puede publicarlo en el mundo digital y nadie lo calla.
Hay gente que ocupa TikTok para difundir idea terraplanistas. Hay uno que dice “yo he viajado a Europa y nunca he sentido que el avión se incline hacia adelante” y la gente le cree.
Tengo una paciente de 13 años con ataques de ansiedad terribles, porque un tiktoker dijo que un temblor de 17 grados ocurriría el año pasado, que iba a destruir la tierra y llegó a consulta con dos días sin dormir.
Sobre las redes sociales hay que evaluar siempre dos cosas: a quién le creo y cómo me afecta.
—En lo emocional, ¿qué tanto afectó el confinamiento por la pandemia de COVID-19 y cómo ha sido la reintegración social?
—El contacto humano es vital para el aprendizaje y la vida. El hecho de no estar con mis amigos, sino encerrado con la familia, que sólo me está exigiendo cosas y que no me conoce, porque los papás se la pasan corrigiendo tanto a los hijos que se los pierden, provocó que mucha gente se volviera muy insegura, involutiva y se rodeara también de contactos falsos, como en Twitch, que creen que hablaban con sus amigos pero en realidad sólo juegan, no hay contacto ni visual.
Hoy, con el regreso a actividades presenciales, veo un atraso emocional terrible. Doy clases en universidad y parece que tengo alumnos de secundaria; no saben respetarse, critican con inmadurez, creen que lo que dicen los demás de ellos es verdad y se vuelven inestables.
—¿Es válido forzar a una persona en depresión a un tratamiento?
—No. Las consultas deben ser voluntarias, con apoyo familiar, especialmente si son muy chicos y no quieren hablar. Pero insisto en que lo primero acompañar con empatía, luego consultar a un profesional, que sería un psicoterapeuta, él evaluará si el motivo es sólo psicológico o si es fisiológico y si se requiere de un psiquiatra, luego vendrá la terapia de apoyo. Ese es el camino a seguir.