Lyn May, musa eterna del artista, es la propietaria de este sitio donde hay agua cristalina y piedras de color rosa
Mario Galeana
El pintor Antonio Álvarez Morán lo recuerda perfectamente. Sucedió la tarde del 13 de junio en su propio estudio. Cansado por la jornada de trabajo, se acostó a la sombra del durazno en su jardín para tomar una siesta. Entonces, la revelación ocurrió.
“Me vi a mí mismo recostado en un jardín, rodeado de innumerables hombres y mujeres desnudos, animales fantásticos y extrañas plantas. Cerca de mí, una bella fuente de agua cristalina formada de piedras color rosa llamó mi atención. De ella surgió la figura desnuda de una mujer”, recuerda.
La mujer era, ni más ni menos, su musa eterna. La bailarina Lyn May se había materializado ante sus ojos, como tantas otras veces la había retratado en sus pinturas.
Lo que la bailarina dijo al pintor se quedó grabado en su memoria aún después de emerger de aquel sueño:
“Tienes que mantener mi jardín en secreto”.
Al despertar, Álvarez vertió el universo en la paleta y convirtió aquel sueño en aquel lienzo que presentó al público en julio de este año, durante el lanzamiento de una exposición en la que documentó su relación con Lyn May.
Pero el pintor guardó su promesa y el lienzo se mantuvo parcialmente oculto. Lo presentó como un tríptico que, en el centro, estaba sellado por un candado.
El martes, el secreto ha sido revelado: el jardín secreto de Lyn May finalmente ha emergido.
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La obra fue develada en el Museo Casa de los Muñecos con la presencia del autor y es, exactamente, como Álvarez podría haber imaginado al edén: el centro es ocupado por la musa y los alrededores están poblados de formas animales y humanas que habitan el jardín como si se tratara de una extensión de sus propios cuerpos.
La pintura es una reinterpretación de “El jardín de las delicias”, el célebre tríptico pintado por el Bosco en donde representa una ilusoria extensión del paraíso, dominada por los placeres de la carne y los sentidos.
Sin embargo, la doctora en Historia del Arte Adriana Guadalupe Alonso Rivera acota que, a diferencia del Bosco, la obra de Álvarez no proviene de un falso paraíso.
“Lyn May no proviene de un falso paraíso. Su Edén es Acapulco y su presencia es tan real que se manifiesta a diario en el escenario (…) Aún cuando fue una de las primeras artistas del performance en realizar desnudos totales, la intimidad de su jardín continúa siendo un misterio. (…) Álvarez Morán se ha ganado una posición privilegiada en el selecto grupo de iniciados que han tenido acceso a su inconmensurable belleza , en esta ocasión, la representa en todo su esplendor”.
Porque el paraíso está, algunas cuantas veces, al alcance de una pequeña siesta a la sombra de un durazno.
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