Hilos multicolores se encuentran en una artesanía que rápidamente transitó del ornato al uso sanitario cotidiano, se trata de cubrebocas elaborados con la técnica pepenado hilván y que desde la sierra norte de Puebla han encontrado un mercado internacional que los atesora.
Cuando el artesano textil Pedro Martín había enfermado y las condiciones por el Covid-19 habían golpeado fuerte su economía, recibió un consejo que atendió inicialmente con incredulidad, hacer cubrebocas y ofrecerlos en la red social Facebook, sin saber que eso lo catapultaría.
No pasó mucho tiempo para que recibiera su primer pedido, se trataba de un centenar y luego, no le quedó más que mejorar su producto en diseño, protección y calidad.
Poco después ya tenía 10 diseños con una técnica popular (pepenado hilván) utilizada sobre la trama y urdimbre de la tela. Su nuevo mercado lo llevaron a certificarse con la Universidad de Guadalajara y pudo escalar hasta que contará con las medidas sanitarias necesarias. Su cubrebocas cuenta con tres capas y diseños artesanales, el extra es que puede resistir hasta 50 lavadas y eso le abrió camino por suiza, España, Francia, Canadá y Estados Unidos, de donde recibe pedidos gracias a la tecnología.
Mientras que en el país, sus compradores están en Puebla, Ciudad de México y Estado de México, sin embargo y aunque la prenda cuesta entre 400 y 600 pesos por el trabajo que implica, también tiene una línea de bajo costo con tela comercial para aquellos que no pueden pagar por la artesanía.
Unas 100 mil unidades ha comercializado en casi medio año. El artesano creó conjuntos de cubrebocas con prendas como blusas o guayaberas artesanales, que se igualan en diseños y colores para lucir un oufit actual y seguro; también ya preparan cubrebocas con motivos de la Independencia.
Pedro Martin ha ganado el Premio Especial a Mejor Pieza de Rescate con TAPU totonaco de Pantepec, Puebla en el año 2012; segundo lugar en la primera edición del Concurso “Jóvenes Creadores del Arte Popular Mexicano” en 2013; Mejor Pieza de Rescate con Traje de Niño de Cuetzalan, en el Concurso Nacional de Textiles 2016 y Mejor pieza textil en el Concurso Nacional Grandes Maestros del Patrimonio Artesanal de Mexico 2016.
De dormir en la calle a empresario
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Por ser hombre, le tocaba dedicarse al campo. Así, los usos y costumbres. Pero su mamá María Concepción, lo enseñó a tejer y bordar y salir a vender los textiles junto a bolsas y frascos de café, pimienta, canela, clavo y miel.
Él llegó a Hidalgo, San Luis Potosí, Veracruz y Puebla vendiendo. De los 12 a los 20 años, durmió hasta en banquetas de ciudades y pueblos. Y pidió dinero para hacer sus telas y bordados y se lo negaron. Hasta en las oficinas de gobierno, le dijeron que tejer y bordar es cosa de mujeres. Su propio pueblo lo discriminó.
“Fue como patadas que me dieron; pero avancé con ejemplo y con trabajo para demostrar que puedo hacerlo”. Casa Mazatzin (“del venadito”) en Cuauhtamazaco en la junta auxiliar de San Andrés Tzicuilan, municipio de Cuetzalán Del Progreso, está el taller-parcela-galería de la familia. Porque ellos producen desde el algodón hasta las abejas meliponas con que endulzan el café. Y luce sus 10 premios nacionales por rescate de técnicas antiguas, totonaca y náhuatl, que defiende como buen bilingüe.
En España, Estados Unidos y Canadá ha representado a los artesanos mexicanos. Pronto hará recorridos en su taller.
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