Dos de los nueve incunables que resguarda la biblioteca que celebra aniversario 378 contienen tesoros de la Edad Media de valor incalculable
Mario Galeana
En las profundidades de la Biblioteca Palafoxiana, la primera de carácter público instaurada en toda América, los libros siguen contando nuevas historias.
Un grupo de especialistas ha identificado un paquete de manuscritos ocultos en dos de los nueve libros incunables que se encuentran en su acervo.
Uno de estos libros es una edición de 1576 de La ciudad de Dios (De civitas Dei, en latín) de San Agustín de Hipona, influyente teólogo y filósofo cristiano del siglo IV.
Al examinarlo, investigadores detectaron que una de sus tapas –originalmente elaboradas para la encuadernación en el siglo XV– había sido reparada con fragmentos de pergaminos de otra obra.
El texto fue escrito en latín y provenzal proveniente de una región del sur de Francia; pudo haberse elaborado entre finales del siglo XIII y principios del XV.
“El libro tuvo algún daño; se sustituyó material con fragmentos de vitela –pergaminos– para arreglar la encuadernación. El libro recobró vida, y es impresionante que haya pasado medio milenio y se haya conservado”, destaca el etnomusicólogo y divulgador del patrimonio Gustavo Mauleón Rodríguez.
El segundo incunable analizado es edición de 1486 del Tratado de las fiebres (Gentilis febris), texto médico procedente de Italia que fue redactado por el doctor Franciscus de Bobio, en que se incluyeron manuscritos del siglo XV con caracteres góticos.
Ello lo convierte en un libro híbrido: con unas partes impresas y otras escritas a mano.
“Es como hallar un tesoro dentro de un tesoro”, insiste Mauleón.
También han sido identificadas 18 mil 30 nuevas publicaciones periódicas del siglo XX que no estaban registradas en los anales de la biblioteca y 55 cajas que albergan manuscritos y enseres diversos, como globos terráqueos.
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Memoria del mundo
por 378 años
El miércoles 5 se cumplieron 378 años desde que Juan de Palafox y Mendoza donó sus cinco mil libros para la conformación de esta biblioteca que fue utilizada, primero, para la formación de seminaristas y paulatinamente se cumplió el deseo del obispo de Puebla: que pudiera tener acceso quien quisiera.
¿Cómo ha sido posible que estas reliquias secretas hayan pasado inadvertidas en casi cuatro siglos?
Porque los investigadores se encuentran realizando el primer proyecto de catalogación del acervo de la Biblioteca Palafoxiana, compuesto por aproximadamente 45 mil libros publicados entre 1473 y 1821.
Y, sobre todo, porque las bibliotecas no son lugares estáticos, aunque lo parezcan.
“Desde el registro más antiguo al más reciente, integrado en los años 30, se muestra cómo se han movido los libros, cuál ha sido el curso de las estanterías en toda su historia. Porque es indudable que los libros han tenido un movimiento”, explica Mauleón Rodríguez.
Por sí mismos, los libros son la prueba que conecta a la Puebla colonial –con gobierno de virreinato– con el mundo medieval europeo.
Tres de los nueve libros incunables que resguarda la Palafoxiana fueron elaborados en Venecia, que fue “el gran receptor de impresores alemanes durante el siglo XV y XVI”, detalla Juan Fernández del Campo, jefe del departamento gubernamental que dirige el recinto.
En el nombre que los cataloga, esta clase de libros porta el sello de su autenticidad y de su valor histórico.
Del latín incunabula que significa “cuna”, los libros incunables fueron los primeros destellos y experimentos de la imprenta, una tecnología que cambiaría al mundo a partir del siglo XV.
Entre los tesoros incunables destacan las Crónicas de Nüremberg, un ejemplar impreso en 1493 que describe la historia del mundo desde su creación hasta finales del siglo XV, a través de mil 800 ilustraciones, algunas coloreadas a mano.
Para los especialistas, la manera en que cada uno de estos nueve libros fueron reunidos dentro de la biblioteca no está completamente clara.
La donación de los 5 mil ejemplares de Palafox y Mendoza ocurrió durante el año 1646, pero desde 1604 el acervo para los seminaristas ya incluía por lo menos 400 libros que el obispo Diego Romano hizo trasladar de Acatlán a Puebla.
El lugar en el que se encuentra la sede –el antiguo Colegio de San Juan– fue habilitado a partir de 1773 por instrucción del obispo Francisco Fabián y Fuero. En esa época, se le bautizó como Biblioteca de los Tridentinos.
En el siglo XIX, el Estado mexicano la renombró Biblioteca Pública del Estado, pero aquella etiqueta se revertiría menos de un siglo después, cuando en los años 20 del siglo XX, el investigador y bibliotecario Hugo Leitch la reclasificó como Biblioteca Palafoxiana.