Se exhiben por primera vez las escenografías y el trabajo que este autor de la época del muralismo mexicano hizo para cine y otras disciplinas
Mario Galeana
En plena era dorada del muralismo mexicano, Antonio Ruiz El Corcito dedicó su obra a buscar la grandeza en lo minúsculo.
Mientras los gigantes de la época plasmaban sus visiones en paredes colosales, las pinturas de Ruiz apenas superaban el tamaño de una caja de zapatos.
Eso le bastaba para trazar diminutos universos llenos de detalles y representaciones del México moderno.
Trabajaba con minuciosidad a prueba de todo. Él mismo fabricaba pinceles de una sola cerda y podía pasar medio año afinando los detalles de una pintura.
Más que un gesto, se trataba de una declaración de principios: el arte reposa en los detalles.
“El muralismo era el arte oficial y todos los que estaban en el movimiento terminaron encumbrados. Quienes no eran muralistas, estaban fuera. A pesar de todo, mientras Ruiz vivía, fue uno de los artistas más importantes y reconocidos”, explica Luisa Barrios Ruiz, nieta del pintor e investigadoras reconocida sobre el artista.
Barrios fue asesora de la exposición El Corcito. Montajes y escenas del México Moderno, que se exhibe en el Museo Amparo, con el trabajo curatorial de Dafne Cruz Porchini y Luis Vargas Santiago, académicos del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
La muestra reúne más de 80 piezas elaboradas por Ruiz, incluidas 49 pinturas que fueron prestadas por 12 colecciones distintas.
Resalta la visión multidisciplinaria del artista. Se incluyen bocetos de vestuarios, maquetas, dibujos de escenografías, sets y decoraciones para salas de cine que elaboró en sus incursiones en teatro, ballet, el cine y la arquitectura.
“Quisimos hacer énfasis en las escenografías y en su incursión en el cine. Es la primera vez que se exponen dos escenografías realizadas para dos películas distintas. También queremos enfatizar cómo fue que mantuvo vínculos con la comunidad artística de su época”, explica Cruz Porchini.
La fama, la amistad y la tensión
Un incidente con David Alfaro Siqueiros retrata la singular relación que Antonio Ruiz mantenía con el muralismo mexicano.
Desde un periódico, Siqueiros afirmó que la mítica Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, en que Ruiz fue director 15 años, echaba a perder a los jóvenes artistas.
El Corcito tardó muy poco en responder: “Le dijo que a lo mejor era cierto, pero que seguramente a los estudiantes no les sucedería lo mismo que a las obras de Siqueiros, que desde entonces ya se estaban descarapelando”, detalla Luisa Barrios, quien halló el episodio en el archivo hemerográfico.
Las biografías de El Corcito–que obtuvo el mote por su semejanza física con un torero español de la época apodado así– explican que justamente su labor como docente lo alejó del muralismo.
Lo alejó del reconocimiento de las generaciones posteriores, de la gloria que hasta hoy gozan Diego Rivera o el mismo Siqueiros.
“Hay varias explicaciones”, introduce el curador Luis Vargas. “A diferencia de esos nombres, él no tuvo comisiones estatales. Se dedicó a la docencia y no fue un artista que necesariamente quisiera vender obra. Mucha la conservó hasta el final de sus días”.
“Tuvo muchas exposiciones importantes, y sus pinturas más famosas se reprodujeron en postales y billetes de lotería. Pero nunca a la escala de la consolidación del núcleo duro de los grandes muralistas en México, cuyas obras se difundían y diseminaban por EU”.
Alejado de ese puñado que lo cosechaba todo, Ruiz tejió grandes lazos de amistad con otros colegas como Juan O’Gorman, Frida Kahlo y Gerardo Murillo Dr. Atl, y otros artistas como Rodolfo Usigli y Carlos Pellicer.
Aquí se exhibe, por ejemplo, una carta que Kahlo le envió el 20 de febrero de 1947. La primera línea dice: “Queridísimo Corsito, cuate de mi corazón”. Ella explicaba que, a causa de su salud, ya no será maestra de La Esmeralda.
En 1955, tras la muerte de la pintora, El Corcito realizó una pintura en su honor: arrastrada por una tortuga, Frida navega por un mar insondablemente azul junto a tres barquitos de papel.
La ironía, el surrealismo
La obra plástica de Antonio Ruiz se caracteriza precisamente por la alegoría y la metáfora. Con la paciencia que imprimía a cada obra, no es difícil suponer que cada objeto incluido en sus piezas tenía un propósito, una intención.
En El sueño de La Malinche, el pintor retrata a la traductora indígena en actitud melancólica, invadida por una incipiente ciudad que está coronada por una iglesia, como sucede en Cholula, uno de los sitios que el artista conoció.
La imagen es alegoría surrealista del esbozo de la nación que se construye sobre el mundo prehispánico conquistado, que toma el cuerpo de una mujer indígena.
Hay pinturas sobre el México moderno: a través de distintos personajes de la vida cotidiana muestra la transición de los espacios rurales a los urbanos, con todas las contradicciones y desigualdades de género y clase que esto implicó.
“Nunca sabes si ironiza, bromea o critica”, apunta el académico Luis Vargas.
Quizá por ello el único mural de gran formato pintado por Antonio Ruiz haya sido destruido.
Era para el Sindicato de Trabajadores Cinematógrafos, terminada en 1940 en el vestíbulo del edificio. La escena es una representación de los trabajadores en un set de una fachada neocolonial.
Mientras los camarógrafos dirigen sus herramientas a una aparente escena, al fondo hay un grupo de manifestantes que sostienen una pancarta con la leyenda “Exigimos el contrato colectivo”.
Esa misma década, el mural fue destruido por los mismos trabajadores.
“Es posible que no hayan comprendido completamente lo que Ruiz había querido decir con el mural, o tal vez les interesaba que resaltara más ese papel de lucha de los obreros”, especula la investigadora Dafne Cruz.
La exhibición estará disponible hasta el próximo 4 de noviembre.
SEMBLANZAS
Antonio Ruiz El Corcito
Nació el 2 de septiembre de 1892 en Texcoco, Estado de México; y años después se trasladó a la ciudad de Morelia, donde recibió una educación jesuita. En 1914 ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes para estudiar pintura, dibujo y arquitectura, donde fue alumno de Saturnino Herrán, Germán Gedovius y Carlos Lazo, entre otros. Solía firmar sus obras como Antonio M. Ruiz, donde la “M” significaba “Muy”, es decir, Antonio Muy Ruiz. Entre 1925 y 1927 radicó en Los Ángeles, California, con la intención de conocer más a fondo la creación de ambientaciones cinematográficas. A mediados de la década de los años treinta, incursionó en la cinematografía nacional con la elaboración de sets con un marcado acento neocolonial, como los realizados para la película Vámonos con Pancho Villa (1935) de Fernando de Fuentes. En este mismo período, realizó su primer mural al temple en el vestíbulo del Sindicato de Cinematografistas, el cual fue destruido. Durante estos años y las décadas siguientes, Ruiz se dedicó a la docencia en el Taller de Maquetas del Instituto Politécnico Nacional y en “La Esmeralda”, escuela de la cual fue director fundador en 1943. Desde finales de los años treinta y hasta 1960 se volcó extensamente a pintar en su estudio ubicado en la Villa de Guadalupe, lo cual dio como resultado obras notables de pequeño formato. Participó también en la elaboración de escenografías y diseños de vestuario para el teatro y la danza, al lado de figuras célebres como el dramaturgo y diplomático Rodolfo Usigli, o las bailarinas y coreógrafas Ana Sokolow y Nellie Campobello. El Corcito, además de ser miembro fundador del Seminario de Cultura Mexicana, formó parte de diversas exposiciones en México y en el extranjero. Destaca particularmente su exposición individual en la Galería de Arte Mexicano en 1963, organizada por Inés Amor, su representante artística por tres décadas. Después de una larga enfermedad, Antonio Ruiz falleció en su domicilio el 9 de octubre de 1964.
Dafne Cruz Porchini
Investigadora titular del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Es Doctora en Historia del Arte por la UNAM con mención honorífica. Actualmente se desempeña como Coordinadora del Posgrado en Historia del Arte de la UNAM. Ha organizado y curado exposiciones nacionales e internacionales, entre ellas: Orozco y Los Teules, 1947 (Museo de Arte Carrillo Gil-INBA, 2017), itinerante en Monterrey y Guadalajara, Paint the Revolution. Mexican Modernism, 1910-1950 (2016-2017), itinerante en Filadelfia, Ciudad de México y Houston; Imágenes del mexicano (Palais de Beaux-Arts, Bruselas, 2010) y Dessins mexicains du XXe siècle. Collection du Museo Nacional de Arte (Instituto Cultural de México en París, 2010).
Luis Vargas Santiago
Doctor en Historia del Arte Latinoamericano por The University of Texas at Austin e investigador titular del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM desde 2017, en donde es Secretario Académico. Como curador ha realizado una veintena de exposiciones, entre las que destacan: Emiliano. Zapata después de Zapata (Museo del Palacio de Bellas Artes, México, 2019-2020); Seres urbanos de Nirvana Paz (Museo de la Ciudad de México, 2019); A los artistas del mundo… El Museo de la Solidaridad Salvador Allende. México/Chile 1971-1977, cocurada con Amanda de la Garza (MUAC-UNAM/Museo de la Solidaridad Salvador Allende, México/Chile, 2016–2017); Counter-Archives to the Narco-City, cocurada con Tatiana Reinoza (Snite Museum of Art, University of Notre Dame, Indiana, 2014-2015); e Imágenes del mexicano, cocurada con Dafne Cruz Porchini (Palais des Beaux-Arts, Bruselas, 2010).