Texto: Dulce Liz Moreno
Fotos: Mara González de Agencia Enfoque
Don Severo Pérez Luna tuvo la idea, organizó, invitó, coordinó.
Y, hace más de 60 años, presentó el primer mariachi que se oyó en Nealtican, el hoy municipio del que alguna vez huyeron toltecas, olmecas y teotihuacanos porque la actividad del Popocatépetl les sacudió el tapete en forma inusual.
En esta tierra de músicos, en la época de oro del cine nacional sólo faltaba el más representativo de México, pues en cada familia, hasta ahora, hay instrumentistas y cantantes en todas las familias.
Unos se dedican a la cumbia, otros se especializan en salsa, la banda de viento siempre distinguió a la población y hasta los sonideros de aquí son más dedicados y con mejores repertorios que en otras regiones.
A los ocho años de actividad constante de los músicos vestidos de charro, Don Severo tuvo un accidente. Quedó impedido para caminar.
Así que los instrumentistas, que se hallaban a la deriva, llamaron a un trompetista multigénero vecino para ponerle orden, agenda y horario a la constante preparación.
“Y dije que sí y por eso soy el segundo fundador”, afirma Don Juan Osorio, quien lleva la batuta en alto del Mariachi Colonial desde hace 45 años, aunque recientemente es su hijo Adán quien dirige la agenda.
De la primera alineación, recuerda a Filemón Ramírez en la segunda trompeta, a Maximino Romero como cantante, a Samuel Santa María en la vihuela, al guitarronista Edilberto Hernández y los violinistas Juan Pérez Méndez y Urbano Luna.
Osorio ejecutaba trompeta, trombón y saxofón. Su papá, Don Matilde Osorio Luna era trombonista en la banda del pueblo y le enseñó un poco de todo lo que sabía.
Ya con dominio de la música por escrito, con Margarito Santa María y Prisciliano Pérez hizo equipo.
Y el camino del mariachi lo llevó a ser maestro; enseñaba a tres grupos de Nealtican, cuenta por teléfono en medio de su visita a familiares en Nueva York.
Antes de dedicarse a la música full time, el hombre que cumplirá 70 años el 27 de diciembre se dedicaba a vender carbón de monte, a trabajar en la cantera, a sembrar flores en predios de otros a falta de tierra propia, a cultivar frijol y maíz.
Su padre le recomendó dejar de “servir a dos amos” para especializarse en una sola cosa. Y ha seguido el consejo durante medio siglo.
Hijos y nietos siguen la tradición, con su botonadura completa sobre el pantalón.
Ya de vuelta en Puebla, con su uniforme y empuñando el instrumento para tocar música ranchera, Don Juan Osorio recuerda los mejores tiempos de los 20 ensambles de mariachi que funcionaban en Nealtican: los años 90.
No había fiesta patronal en la región que no tuviera mañanitas con músicos de Nealtican para empezar y cerrar el día.
El municipio está rodeado por el volcán, San Andrés Calpan, San Juan Tianguismanalco, San Jerónimo Tecuanipan, San Andrés Cholula y San Nicolás de los Ranchos. En esos sitios tocaban, para entonces, nealtiquenses invitados a enseñar a alumnos o a reforzar a los otros grupos.
Pero tres inconvenientes mermaron a los mariachis.
Primero, la emigración de los ejecutantes, que se marcharon para buscar mejor vida.
El segundo, la multiplicación de feligreses mormones, que ahora integran casi la mitad del pueblo y “no toman alcohol, tampoco bailan; hacen bodas o cualquier festejo y, terminada la comida, cruzan los brazos y se acaba la música” y por ello han caído las contrataciones locales.
El tercero, el peor: la competencia desleal que se desencadenó antes del año 2000, ante la gran cantidad de mariachis que tenía Nealtican. Para ganar clientes, los representantes bajaban tanto las tarifas que terminaron por mandar a quiebra a la mayoría.
Don Juan Osorio tiene a Lety, su hija. Violinista destacada, fue la primera mujer mariachi de Nealtican y asegura que el apoyo de la familia es el elemento más importante para que se desarrolle la carrera musical.
Ambos acceden a ser fotografiados en uno de los talleres de los que siguen la tradición más antigua de este sitio: labrar la piedra volcánica, que por colores y porosidad sirve para utensilios de uso rudo, construcciones y esculturas talladas a cincel.