Por: Dulce Liz Moreno
Nació rockero, se graduó ingeniero civil y hoy es constructor de instrumentos especializado en violín.
No es uno cualquiera: Adrián Salazar González ganó el Premio Grandi-Taglietti a la mejor tesis, por su trabajo de posgrado en Laudería en el Instituto Stradivari de Cremona, Italia, la ciudad del violín.
Tuvo que graduarse de la carrera de las estructuras, los caminos y los puentes y dejar su natal Durango, aterrizar en la UDLAP con instrumento en mano, para tener los primeros lazos con su verdadera pasión en la vida y luego abrazarla con fuerza del otro lado del mundo.
RUTA DE DESCUBRIMIENTOS
En Durango nació y a los siete años empezó a tocar la guitarra. En la familia no hay antecesores músicos, salvo el abuelo Raymundo que rasgaba el instrumento como pasatiempo y la tía abuela Graciela que tenía un piano.
Adrián Salazar González le tomó tanto gusto a la guitarra, que le dedicó horas cada día por su cuenta se volvió experto.
Y llegada la adolescencia, el embrujo de la guitarra eléctrica le surtió efecto y fue el músico principal de la banda de rock en los tiempos de prepa.
Interpretaba los solos de los éxitos de Metallica, Guns and Roses y un ejecutante le atrajo como imán: Walter Giardino, fundador y líder de la banda argentina Rata Blanca.
Saltó mar adentro en el océano del rock.
Estudioso desde siempre, se bebió cuantos textos pudo sobre las figuras que los rockeros mencionaban en entrevistas como inspiración y desafío: Paganini, Bach, Vivaldi.
“Y por esas fechas, a los 17, conocí el violín. Me gustó tanto que fue desplazando a la guitarra. Los primeros seis meses fue muy difícil tocarlo y me metí a un taller de música de cámara,
el único que había en Durango; de hecho la Orquesta Sinfónica no tenía, entonces, mucha difusión, pero esto ha crecido hasta que antes de la pandemia se llenaban los auditorios en los conciertos”.
Un año después de tocar en el taller, descubrió “la cosa más fascinante que hay en el mundo: de dónde viene el sonido” y por qué hay hasta mitos alrededor del violín.
Autodidacta en acústica, consiguió libros extranjeros sobre análisis de la vibración del violín y cálculo aplicado que le resultaron sumamente complejos; prefirió voltear hacia los textos de divulgación que, con diagramas e ilustraciones, le revelaban cómo son las vibraciones del violín.
Se enteró de un curso de laudería en Morelia en 1998.
“En Durango no hay lauderos, así que me fui al curso de dos semanas y pude ver lo que ya me interesaba y había hecho solo por mi cuenta; en 1997 ya construía violines pero en forma autodidacta”.
NEXOS FIRMES
Acabada la carrera de ingeniería civil y hecho el semestre de prácticas, decidió ir por otro camino y comenzar la licenciatura de música en la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP). Tuvo contacto con lauderos de Querétaro y Xalapa.
En 2003, cuando inició carrera en San Andrés Cholula, el profesor de violín era Julio Saldaña y la Orquesta de Cámara realizaba giras a países europeos.
Con su maestro, Adrián consiguió contactar con lauderos de Suiza y el mundo se le abrió.
Como violinista en la orquesta, se enroló en los viajes de 2005 y 2007. El primero, a República Checa; el segundo, a Italia.
“Tocamos en Milán, llegamos a Piacenza y yo ya había investigado que Cremona estaba a media hora de ahí; propuse un tour a la ciudad del violín”. Él se perdió abstraído en los talleres de los lutiers y casi lo dejan ahí, porque el tiempo se le fue sin darse cuenta.
Supo que tenía que regresar algún día a la ciudad donde se desarrolló la laudería más famosa, cuna de la familia Amati y Antonio Stradivari.
A QUEMAR PESTAÑA
Graduado violinista, se apuntó a estudiar música barroca en Italia. Y laudería en la ciudad de los violines. Las dos cosas, al mismo tiempo, para ahorrar costos.
Todo el día se le iba en clases.
Tenía que conocer el camino que marcó Félix Savart, médico francés que estudió física por su cuenta e instaló en su casa un taller donde experimentó la hechura de instrumentos de cuerdas y madera con base en principios matemáticos.
Llegó a ser científico especializado en acústica e inventor; unió proyectos con Jean Baptiste Biot y a ellos juntos se debe la ley Biot-Savart, una de las bases de la teoría electromagnética actual.
Su afición más fuerte, en pleno siglo XIX, fue la composición de los sonidos logrados con la fricción de cuerdas sobre cuerpos de madera, así que estudió los patrones del modo de vibración de las tapas del violín. Y asentó fundamentos indispensables para la construcción de los instrumentos.
El duranguense revisó la producción científica sobre acústica de Savart e hizo del laboratorio de física, en la escuela, su casa.
Empleó cientos de horas para resolver una incógnita: ¿cómo es el montaje acústico de los instrumentos de arco?
Todo lo enfocó en la elasticidad de las maderas que se usan para construir violines. El laboratorio de acústica de Cremona le permitió experimentar con densidad y peso de la madera y los que se denominan “módulos”: corte, torsión, tracción y elasticidad.
Esa investigación la hizo formal, la consolidó como tesis de posgrado y le valió el premio Grandi-Taglietti.