Mario Galeana
La denuncia, la memoria, la identidad, la vida misma: la obra gráfica de las artistas se desborda entre infinitas posibilidades, como demuestra la exposición Dejando Huella. Mujeres en la gráfica, que se exhibe en el Museo Taller Erasto Cortés.
Con el grabado como el vehículo, como afirma Lluvia Soto en el texto curatorial de la exposición, la muestra de estas 32 artistas grabadoras es un ejercicio polifónico que se sostiene a través de distintas técnicas, colores y texturas.
“Los temas como filamentos que se hilvanan en un todo que nos atraviesa, son palpitantes y hacen eco con las ideas que nos preocupan, los recovecos que duelen, la memoria que quema, la esperanza en el porvenir, que nos habita (…) cada artista es a la vez una creadora y una curadora, en su acepción más general, como mujer que tiene cuidado de algo”, sostiene.
La muestra reúne las obras de artistas locales, nacionales, así como representantes de Rusia y Canadá.
Entre estas se encuentran Adriana Rivera, Albadelia Solano, Aleida Arruti, Avery Ellis, Cavernaria Galindo, Coral Revueltas, Diana Karen García, Diana Morales, Esmeralda Juárez, Estephani Granda, Evelyn Adalia, Goretti Troncoso, Hilda Gaytán, Hortensia Aguilera, Isabel Gasparo, Isabel Tello, Karen Gernanda Chávez, Katah Kerson, Lety V, Lechuga Punk, Ioulia Akhmadeeva y Mabel Arellano.
Además de Miriam Trawits, Mónica Muñoz Cid, Norma Esmeralda, Patricia Mosqueira, Renata Olivares, Rosa Borrás, Roxanna López, Samantha Valerdi, Wendolin Flores y Wichis Montiel.
Patricia Mosqueira. El grabado a partir de lo cotidiano
Creo que entré a la gráfica por el chisme y en el Tebac lo encontré.
En la escuela había hecho grabado en lámina negra, pero no puedo decir que realmente me gustara. Yo vivía en Tlaxcala y recuerdo que había un tórculo muy grande en una antigua fábrica textil, que después utilizamos para comenzar a dar talleres.
Por esos años surgió un movimiento muy grande en México para rescatar la gráfica y así nació el Tebac, el Taller de Estampa Básica y Avanzada Camaxtli.
Se hizo una convocatoria para artistas locales, alguien prestó su casa y empezamos a hacer nuestros pininos. Montamos el taller en un pueblo a diez minutos de Apizaco, de espaldas a una iglesia. Éramos como el chamuco del pueblo.
El caso es que al taller empezaron a llegar personajes como los hermanos Castro Leñero, Francisco y Miguel. Y yo, para conocerlos, dije: voy a hacer grabado. Por eso digo que el chisme me llevó a la gráfica.
En el grabado, mi materia prima siempre ha sido lo que estoy viviendo. Cuando nació mi hijo, quise dedicarme completamente a su desarrollo. Me sentía medio encarcelada, pero también quería ser madre.
Me di cuenta de que podía agarrar objetos de casa, el mundo doméstico, para soltar mi discurso. Y a partir de objetos de uso cotidiano, empecé a hacer intervenciones con las técnicas de la gráfica. Era como mi fuga. Recuerdo que una vez mi hijo me preguntó cuándo empezaría a intervenir las escaleras, porque ya lo había hecho con la mesa y las cucharas.
Creo que, en parte, comencé a realizar esa gráfica expandida, abocada en los objetos, porque era difícil trabajar con solventes teniendo a mi criatura en el taller. Me adapté al material y al momento que tenía. Parece que es lo normal en México siendo madre.
Mi lenguaje es de protesta, pero sutil. No sé en qué momento empecé a trabajar con el rosa, que al principio me parecía un color muy cursi, pero después me pareció adecuado para denunciar la violencia que las mujeres sufrían en la calle.
ROSA BORRÁS. Hilando la igualdad en la gráfica
Lo recuerdo perfectamente: hice mi primer grabado en una placa de zinc en 1980. Ahí me enamoré. Pensé: esto es magia.
Aquello ocurrió cuando entré a estudiar diseño. Había un taller de serigrafía, otro de fotografía y grandes maestros como Javier Hinojosa y Germán Montalvo. Después pude comprarme un tórculo, nos mudamos varias veces y el tórculo lo hizo con nosotros también.
Regresé al grabado a partir de 2012, cuando mi hijo menor se fue a la secundaria. Recuerdo que anunciaron una clínica en el Tebac con el grabador Alejandro Pérez Cruz y dije: de aquí soy.
Desde entonces no lo he dejado y, más aún, empecé a combinarlo con el textil. Mi abuela era modista y ella me empezó a enseñar a hacer mucho con poco, a hablar desde quién era yo, desde mi circunstancia, con valentía y responsabilidad.
Pero siempre digo que, con el grabado, definitivamente fue amor a primera vista.
Intento trabajar ciertos temas para poder procesarlos tanto a nivel emocional como intelectual. Es decir, hago grabado para procesar las cosas horribles que pasan, las violencias a las que somos sujetas y sujetos.
Mis piezas son una respuesta a la realidad. Siempre es difícil producir en el contexto de la maternidad, pero nunca hay que dejarlo. Es difícil vivir del arte, pero es posible mantenerlo con la autodisciplina y el deseo, ese motor interno que te dice que no puedes parar porque es tu forma de vida.
Mi vida es el arte y el arte es mi vida y nunca estarán separadas.
Creo que el entorno de la gráfica es bastante machín: está lleno de machos. Habrá los que no, las excepciones, pero en general es un mundo dominado todavía por varones y a veces parece que si nos abren un espacio nos están haciendo un favor.
Aunque eso ha fortalecido las comunidades de mujeres o de personas que nos identificamos como mujeres. Nunca me han discriminado, pero sí hay una discriminación sistémica. Hay mucho trabajo por hacer y nosotras lo estamos haciendo.
Mónica Muñoz Cid. El grabado a las calles
Durante 19 años mi vida fueron las clases de ballet, danza, taekwondo, natación… cuando mi último hijo entró al kínder, dije: ahora sí. Me inscribí a los talleres de Puerta Abierta, que hoy es Unarte, y llegué a un taller con José Lazcarro.
Lazcarro dijo: el grabado es esto, y en una hoja con aguafuerte que aún conservo me explicó el proceso. Creo que a partir de entonces me gustó mucho, sobre todo por la parte química, tan necesaria en esta técnica artística.
Mi trabajo creativo no parte de una imagen totalmente sino más bien de una idea. No me interesa que las piezas sean bonitas, ni conseguir una estética agradable, sino llegar por el pensamiento. Claro, eso se lo atribuyo a mi carrera como ingeniera química.
Al entrar a la maestría, recuerdo que sentí que estaba rompiendo un techo, porque éramos solo cinco y yo era la única mujer; estaba ocupando un espacio destinado para hombres. En algún momento alguien escribió en Criticarte que mi producción era muy masculina, y yo no supe si eso era bueno o malo.
Una vez me encargaron la producción de un libro de artista de seis placas de cobre impreso por los dos lados, de dos metros. Era muy complicado, así que buscamos la forma de mandar a hacer un tórculo grande, y así llegó el tórculo a El Jacal, el taller gráfico que fundé hace 14 años.
Hace tiempo pensé que en las marchas hay una oportunidad para que, desde nuestro campo, las artistas podamos transmitir una idea. Desde hace tres años participamos en las marchas del 8 de marzo. El primer año fue una intervención en Unarte, el segundo fue la antimonumenta que colgamos en el Zócalo.
Para este 2024 quisimos hablar acerca de cómo las mujeres son revictimizadas por su forma de vestir. Y, por supuesto, eso nunca será una causal para ser víctima. Nos reunimos muchas artistas y cada una hizo una prenda.
Decidimos nombrarnos Colectiva ¿Cómo iba vestida? Nos nombramos así porque no podemos seguir aceptando que digan que las mujeres no podemos trabajar juntas.