Emprendió el proyecto de formar bailarines con el método del que mejores resultados atestiguó en Londres. Lo ha logrado.
Mario Galeana
La primera vez que Ivonne Robles Gil Everest llevó su compañía de danza clásica a un municipio alejado de la capital de Puebla no fue especialmente memorable: la gente se burlaba a insultos de los bailarines vestidos con mallas.
Pero la última vez que la compañía visitó uno de esos pueblos alejados de la ciudad sí lo fue: la gente corría detrás del camión en el que viajaba el elenco y, al final de la función, un anciano se acercó a ella para decirle, con lágrimas en los ojos, que tras haber visto aquel espectáculo podía morirse en paz.
Quizá estas dos anécdotas resuman bien los 27 años de carrera de Ivonne Robles Gil como maestra y promotora de la danza clásica en Puebla.
Si le preguntan en dónde nació su pasión por la danza, dirá que tenía 13 años, que vivía en Guadalajara y que aquel chispazo surgió al visitar el Teatro Degollado para ver la presentación de una amiga suya.
Con un poco más de confianza, reconocerá que, en realidad, la pasión nació con ella: que el germen estaba allí desde entonces, que fue alimentándose poco a poco en parte por su abuela, una mujer que amaba la música clásica tanto como al ballet, y de la cual heredó el cuadro de dos bailarinas que adorna su oficina.
Ivonne Robles Gil o Ma, como la apodan sus alumnos cariñosamente, es la cabeza de la Escuela y Compañía de Danza Antoinnette, que ha formado a cientos de bailarines en Puebla a lo largo de 27 años.
Lo ha hecho bajo el sistema de la Real Academia de Danza en Londres (Royal Academy of Dance en inglés), un organismo internacional de educación del profesorado y de acreditación para la danza que conoció cuando era una adolescente.
“Por el trabajo de mi papá llegué a Puebla a los 16, pero iba y venía a Ciudad de México para seguirme preparando para mis exámenes. Así estuve muchos años: de martes a jueves en Puebla y el resto de los días en la capital. Después me fui a Londres y estuve certificándome como bailarina y después como maestra. Así fue como me decidí a abrir la escuela de danza”, explica.
En uno de esos veranos en Londres, la maestra percibió que el desarrollo de los estudiantes era más eficaz que el de sus compañeros en México debido a que incorporaban esquemas de danza alternativos, como el flamenco o el jazz contemporáneo.
Por eso, al abrir su propia escuela, hizo lo mismo: además de la danza clásica, agregó días de hip hop, comedia musical, tap, danza árabe, entre otras.
Parece que su método de formación habla por sí solo: “Abigail Miranda, la primera bailarina del Ballet de Monterrey, estuvo conmigo desde los dos años y medio. Una bailarina más se fue becada a Francia porque ganó un concurso y ahora es parte del Ballet de Australia. Tengo otro en Pittsburgh, otro en el de Chicago, otra en la Compañía Nacional de Danza, en el Ballet de Jalisco…”.
Su programa de formación abarca desde los dos años y medio hasta un nivel complementario para cualquier estudiante de danza a nivel licenciatura. El sistema de la Real Academia de Londres también permite formar nuevos maestros de danza y las otras seis o siete instituciones que lo aplican fueron creadas, precisamente, por alumnas suyas.
De tal manera que Ivonne Robles Gil se ha convertido en maestra de bailarines y en maestra de maestras.
“Todo artista en México tiene una dificultad”, reconoce. “¿Cuántas plazas te gusta que haya en una compañía? Muy pocas. Pero estar en el sistema de la Royal Academy of Dance te abre las puertas al mundo, porque tiene más de 104 años de existencia y es internacional. Tiene incluso una bolsa de trabajo para sus estudiantes”, explica.
A finales de los años noventa, la maestra comenzó a llevar las producciones de su compañía a los municipios del estado. Aquello pronto se convirtió en un compromiso por su propio arte, como explica ella misma:
“Era picar piedra, llegar a lugares en donde no sabían nada de la danza o el ballet. Hay mucho por hacer todavía, porque el año pasado fuimos a Ahuazotepec y mucha gente estaba reunida porque no habían visto un acto de ballet clásico. Un problema de esta falta de público se debe a que las academias no quieren salir: hacen su función de fin de año, cobran sus boletos, ganan su dinero y se acabó. Pero ¿qué tanto están comprometidas con la cultura?”, se pregunta.