Mario Galeana
Fotos: Secretaría de Cultura
El heno les cubre la espalda entera, como si fueran combatientes a punto de camuflarse en el bosque. Pero sus armas sólo son la música y el baile. Son portadores de una tradición que estuvo a punto de extinguirse y que, ahora, las autoridades pretenden salvaguardar declarándola Patrimonio Cultural del Estado de Puebla.
Se trata de la “Danza de los paxtles”, una costumbre de origen prehispánico en el municipio de Chignautla, en la Sierra Nororiental, que representa un homenaje a la Tierra a través del atuendo mismo.
Los danzantes portan un animal disecado en las cabezas. La mayoría elige a las ardillas, pero también pueden ser tejones, tuzas, conejos y águilas. Y en la capa llevan bordados símbolos del día, de la noche y las estrellas.
“Nosotros traemos en la capa el pastito que se forma en los árboles. Y en esos árboles habitan los animales del bosque, como las ardillitas. Eso quiere decir que nosotros somos esos troncos, nosotros somos el bosque”, explica Juan Santos Castro, músico de la Danza de los Paxtles, en un video realizado por la Secretaría de Cultura del estado.
Para declarar Patrimonio Cultural a esta danza, las autoridades en el estado realizaron un primer foro de consulta en el municipio de Chignautla el pasado 23 de junio. Allí se discutieron los elementos que componen a esta tradición, los valores culturales que representa para los portadores y las condiciones en que se practica en la actualidad.
El fin de esta declaratoria es preservar la tradición a través de un proceso de investigación y publicación de libros documentales, como ocurrió recientemente con el trueque de Cholula y las técnicas de la talavera que se realiza en el estado.
La “Danza de los paxtles” tiene orígenes prehispánicos, como prueba su atavío que hermana a los seres humanos con el bosque. Originalmente era practicada exclusivamente por hombres.
Entre los años 70 y 90 estuvo prácticamente desaparecida.
De acuerdo con el fotógrafo Heriberto Cano, quien a finales del siglo pasado documentó esta danza, fue un hombre llamado Epifanio quien recuperó la tradición y organizó poco a poco un nuevo grupo que la practicara.
En esa reinvención, a la “Danza de los paxtles” fueron incorporados mujeres y niños. Los niños, como danzantes. Y las mujeres como capitanas de grupo o como maringuillas, un personaje femenino incluido en la representación.
Esta danza se ejecuta regularmente del 7 al 28 de septiembre, como parte de las festividades en torno a San Mateo Apóstol.
Después se presenta en octubre, pero sólo en las comunidades de Acatempan y Chignautla.
Y muy recientemente también ha sido incluida en el Huey Atlixcáyotl, que también se realiza durante el mes de septiembre en el cerro de San Miguel.
En la actualidad, el grupo se compone por 38 danzantes, tres maringuillas, cuatro paisanos y dos capitanes, estos últimos son quienes dirigen la danza. Los paisanos, en cambio, se encargan de cuidar a los danzantes durante la noche y de avisar a las mayordomías sobre el paso de la cuadrilla que baila.
“Nosotros lo que tocamos son doce sones. Que parecen lo mismo, pero no, cada una tiene su propia tonada”, detalla Juan Santos, que acompaña la danza con el violín al hombro.
En Chignautla conviven otras siete danzas tradicionales: los Quetzales, las Guacamayas, los Santiagos, los Toreadores, los Coreos, los Negritos y los Papeleros. Casi todos representan, como los paxtles, a animales y árboles del bosque.
TRADICIÓN RECUPERADA
Al inicio de este siglo se volvió a practicar esta coreografía. El vestuario, de manto cruzado, como en la de Negritos y mandil como esta última y la de Quetzales, se distingue por el color predominante: azul cielo.
RASGO PREHISPÁNICO
La vestimenta se asemeja a la de otras danzas que son originarias del Totonacapan, zona que hoy está repartida entre Puebla y Veracruz.