POR 20 AÑOS, UNA MISIÓN DE ARQUEÓLOGOS COORDINADOS POR LA EGIPTÓLOGA GABRIELA ARRACHE CRUZÓ EL MUNDO; EXHIBE SUS RESULTADOS EN PUEBLA
Mario Galeana
Durante casi dos décadas, la egiptóloga Gabriela Arrache Vértiz y un equipo de investigadores, restauradores y arqueólogos viajaron cada año a una necrópolis en la ciudad de Luxor, Egipto, en la ribera occidental del río Nilo.
Su objetivo, como integrantes de la primera misión arqueológica mexicana en aquel país, era insuflar vida al sepulcro de uno de los hombres más poderosos que existieron hace 3 mil 500 años en el Antiguo Egipto.
En la Tumba Tebana 39, como fue catalogada, alguna vez estuvo enterrado Puyemrá, el segundo sacerdote de Amón –la máxima autoridad del clero– y tesorero durante una peculiar época en la que hubo dos faraones al mismo tiempo: la misteriosa Hatshepsut y el gran estratega militar Tutmes III.
¿A quién debía su lealtad el poderoso Puyemrá? ¿A Hatshepsut, la heredera de reinas y de reyes, la nieta predilecta de Tutmes I? ¿O a Tutmes III, el comandante que alcanzó la máxima extensión del territorio egipcio en su historia?
El minucioso trabajo que los especialistas mexicanos han realizado en su tumba prueba que Puyemrá, contra todo pronóstico, supo ser fiel a ambos.
“Puyemrá era arquitecto y así como estuvo involucrado en la construcción de templos ordenados por la reina, también fue un hombre de toda la confianza de Tutmes III. Su tumba relata todos los trabajos importantes encomendados para él. Una pared, incluso, contiene una maldición para quien atentara contra su memoria y, al mismo tiempo, una bendición para quien la rescatara”, contó Arrache Vértiz.
La presidenta de la Sociedad Mexicana de Egiptología estuvo en Puebla para inaugurar una exhibición temporal del Museo Regional de Puebla (Murep) dedicado al trabajo arqueológico mexicano realizado en Egipto
La muestra incluye láminas, cédulas y 42 réplicas de piezas egipcias de pequeño formato que son parte del acervo particular de Arrache Vértiz, además de documentos originales del registro de excavación y una maqueta a escala de la Tumba Tebana, que, junto con otros monumentos de la zona, es considerada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco.
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EL SECRETO DE LA TUMBA
Durante el proceso de excavación, los especialistas mexicanos consiguieron rescatar tres martillos de la época, y han restaurado más de la mitad de los relieves pictóricos que fueron dibujados en la tumba.
En estos antiguos jeroglíficos, los especialistas mexicanos han logrado decodificar aspectos de la vida social de la época, como la elaboración de vino y papel de papiro por parte de los obreros, la labor de ceramistas, lapidarios, escribas, pescadores y arrieros, así como procesiones religiosas que solían realizarse.
Una gran parte de los murales incluidos en la tumba narran la historia de Puyemrá, así como el testimonio de su vida futura después de su metamorfosis, es decir, tras la culminación de los ritos que le permitirían permanecer vivo en otro plano durante toda la eternidad.
El sepulcro de Puyemrá fue excavado dentro de las rocas de una montaña; sus dimensiones son de 16.77 metros de largo, 12.15 metros de ancho y 3.78 metros de alto y 642 metros cuadrados de superficie decorada.
Fue descubierto en 1882 y 40 años más tarde, entre 1915 y 1916, fue reabierta por el egiptólogo Norman de Garies Davies, quien trazó algunos planos sobre su estructura e incorporó algunos trabajos de preservación.
Fue en esa época en la que logró rescatarse una estela de falsa puerta incluida en la cámara de la tumba, que hoy se exhibe como una de las 100 principales piezas arqueológicas del Museo de El Cairo.
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ENTRE DOS FARAONES
Si la misión mexicana no consiguió rescatar otras piezas que pudieron haber sido incluidas dentro de la Tumba Tebana 39, esto se debe a que a lo largo de distintas épocas ésta fue asaltada.
De acuerdo con Arrache Vértiz, la misión mexicana identificó por lo menos 13 pozos de saqueo que iban hacia las cámaras de funerarias de Puyemrá y de su esposa, Senseneb, una integrante de la alta jerarquía clerical que fue enterrada con él.
Lo que el saqueo no alcanzó a llevarse fue el relato sobre la vida de Puyemrá, como si el hechizo contenido en los muros de su tumba hubiera tenido efecto en la vida real.
Con base en el trabajo de otros egiptólogos y las pinturas de la tumba, los especialistas mexicanos concluyeron que Puyemrá consiguió ganar la confianza de ambos faraones.
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Como Tutmes III asumió el poder cuando sólo tenía cinco años, fue natural que durante algún tiempo la reina regente, Hatshepsut, dirigiera el reino. Pero, con el paso de las décadas, la faraona no disminuyó su influencia y, por el contrario, pretendió imponer como reina a su hija Neferura.
La egiptóloga Gabriela Arrache Vértiz sostiene que, con tal de no provocar una fisura en el reino, y bajo el consejo de hombres como Puyemrá, Tutmes III se dedicó a la labor militar.
Quizá la historia habría sido distinta de no ser porque Neferura falleció y eso dejó sin propósito a Hatshepsut, que sencillamente desapareció. Su rastro en obeliscos, templos y edificaciones no fue eliminado sino hasta más de dos décadas después.
“Todo esto es resultado de dos décadas de trabajo en Egipto. Se dice fácil, pero esto ha sido esfuerzo de todo un equipo, para conseguir que México tuviera una misión en Egipto, lo que no había sucedido a pesar de ser pueblos tan cercanos y parecidos”, recordó Arrache Vértiz.
—¿Qué semejanzas encuentra entre ambos pueblos? —se le preguntó.
—Entre los especialistas egipcios y los mayistas fue una gran sorpresa descubrir algunas similitudes. Su mundo subterráneo es el muro, el jeroglífico para la negación –dos manos extendidas– es el mismo. En ambas culturas es un cánido quien los guía al inframundo. Siempre se habla de Egipto como la cuna de la cultura occidental y no de la nuestra, pero cuando los españoles llegaron aquí, ya había civilización. Realmente son tan parecidos los egipcios a los mexicanos que, a veces, cuesta trabajo incluso distinguirlos físicamente.
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