Mario Galeana
El primer cuento que Gaudencio Lucas Juárez escribió en su vida le valió el primer lugar nacional en un concurso de creación literaria en lenguas originarias.
Por entonces tenía 17 años, estudiaba el bachillerato, escuchaba a los Ramones, solía leer cuentos de Cortázar y vivía en Tuxtla, un pueblo en Zapotitlán de Méndez al noreste del estado de Puebla.
Ahora Gaudencio tiene 19, ha dejado de estudiar, pero trabaja en un invernadero en Guanajuato, sigue escuchando a los Ramones y ha terminado su primer libro de cuentos, al que ha titulado Mortuorio.
“Habla sobre cómo suceden las muertes allá en mi pueblo”, dice por teléfono. “Por ejemplo, hay misterios sobre qué les sucede a las personas, por qué se enferman, por qué algunos se vuelven locos. Se cree que es por causa del agua o del viento, y algunos cuentos los ligué con esas creencias. Pero en otros cuentos no; otros cuentos son sólo sobre la muerte”.
Gaudencio terminó su primer libro en un bodegón adaptado como dormitorio que comparte con otras 100 personas en Guanajuato. Llegó ahí hace tres meses, después de que un grupo de reclutadores contratara a otros como él en el municipio de Ixtepec, a media hora de Zapotitlán.
En este tiempo ha trabajado de cuatro de la tarde a 12 de la noche descargando el pimiento morrón y el jitomate que se cosecha en el invernadero.
“Me quedo un mes más y me regreso al pueblo”, dice. Porque en todo este tiempo ha pensado en el pueblo… en el pueblo y en sus muertos.
En realidad, aún no sabe qué hacer con ese libro, Mortuorio. Uno de sus cuñados, el poeta Martin Tonalmeyotl, se lo ha revisado.
Pero no son los cuentos lo que le generan incertidumbre, sino el destino del libro: porque muy pocas veces a lo largo de su vida ha tenido en sus manos un libro escrito en tutunakú, la lengua en la que escribe, o en cualquier otra lengua originaria.
“Creo que se necesita más publicar este tipo de libros, literatura en lenguas originarias. Difundirlos más, circularlos más, porque puede que lleguen a publicarlos, pero nunca llegan a los pueblos. El trabajo se queda en la ciudad; para los niños y los alumnos no llegan los textos escritos en nuestras lenguas, mucho menos a las escuelas bilingües. Hace falta publicarlos, pero también mandar los libros a los pueblos”, reflexiona.
Los libros que Gaudencio ha leído a lo largo de su vida han sido, sobre todo, libros escritos en español. Lo cual es bastante paradójico, puesto que cuando estudiaba el bachillerato todos conocían a alguien en el salón al que le gustaba escribir cuentos o poemas en tutunakú.
Fue precisamente en el bachillerato cuando participó en el concurso Gusanos de la Memoria 2020, organizado por un colectivo guerrerense, con un cuento bilingüe tutunakú-español llamado “Pulkincio chu Kiwikgolo’” (Pulkincio y Kiwikgolo), donde narra la historia de un hombre al que asfixia la desgracia (Pulincio) y el dios del monte que le ofrece un remedio (Kiwikgolo).
“Antes del concurso había escrito unos pocos poemas, pero cuando estudiaba Literatura en el bachillerato nos mandaron a escribir un cuento y ahí me llamó la atención. A veces dejo de escribir un tiempo, pero después comienzo a sentir que me hace falta expresarme con algo. Y como ahora no puedo hablar con nadie, escribo”.
Quizá Gaudencio aún no ha rastreado en cuál rama de su genealogía familiar se inyectó el germen de la escritura. Su madre le contó que a su abuelo le gustaba leer cualquier libro que estuviera escrito en totonaco.
“Decía que se ponía feliz sólo porque estuviera escrito así. Tenía como dos libros solamente, aunque casi siempre leía la Biblia, porque esa sí estaba en lenguas”, recuerda.
Al margen de eso, podría decirse que la influencia familiar en su literatura se reduce a un libro sin dueño que halló en su propia casa, Cuento Hispanoamericano, donde leyó obras sobre el naturalismo, el realismo, el romanticismo, el criollismo, el neorrealismo y el feminismo.
—Cuando ganaste el concurso, ¿qué te dijeron en el pueblo?
—En la escuela, nada, porque estábamos en pandemia. Mi mamá me dijo que estaba feliz; siempre me dice eso, a mí y a mis hermanos. Ahorita que estoy trabajando me dice eso. A mi hermana, cuando llega, le dice eso.
—¿Y has leído a otros poetas o narradores en lenguas originarias?
—A muy pocos. Como te digo que casi no hay libros, algunos cuantos los he buscado en internet. Los únicos libros que hay en totonaco son los de los Testigos de Jehová; leo esos textos, porque leo todo lo que encuentro en lenguas, y escriben bien. Me gustan casi todos.