Los escritores de lo fantástico y del horror en México tienen miedos bastante comunes. No temen al resuello de una boca entre las sombras, o al murmullo que guardan las paredes de un edificio abandonado cerca de su calle, o a la llegada de un extraño objeto que cae en una noche estrellada.
No. Le tienen miedo a morir, a ser secuestradas, a que sus hijas crezcan en un país lleno de feminicidios, a que el avión se estrelle antes de poder aterrizar. Miedos de personas comunes, pero personas con la capacidad de imaginar mundos fantásticos o futuros oscuros en los que casi no queda nada.
“Creo que lo que nos pasa a todos”, dice el escritor Bernardo Esquinca, autor de ocho novelas que navegan entre el género policiaco, de terror y fantástico, “es que ante el horror y el desamparo de la realidad pensamos qué sentido tiene lo que estamos escribiendo”.
Y contesta de inmediato: “Y tiene todo el sentido, porque para entender la violencia hay que saber de dónde viene, y no sólo la violencia de disparos sino la violencia de la psique, que es de donde parte muchas veces. Justamente en tiempos tan duros la literatura de terror tiene un valor añadido. Es la caverna donde te refugias a lamerte las heridas para salir a enfrentar el horror verdadero que enfrentamos en la vida diaria”.
El miércoles pasado, durante las actividades de la Fiesta del libro en Puebla, las escritoras Rakel Hoyos e Iliana Vargas, junto con los autores Miguel Lupián y Bernardo Esquinca, dialogaron sobre el estado de la literatura especulativa en México, que engloba géneros como la ciencia ficción, el terror o la fantasía.
Ahí hablaron sobre sus principales miedos, y sobre cómo tratan de inyectar a sus textos esta pulsión.
“No pienso mucho en la reacción de las personas, sino que me concentro en lo que visualizo para la historia. Hay algunas personas que me han dicho que han tenido pesadillas (con mis textos), pero hasta ese momento me cae el veinte de que abro un diálogo con el inconsciente de las personas que están leyendo mis historias”, dice Vargas.
Todos coincidieron en que las grandes editoriales del mundo, e incluso las nacionales, no guardan demasiado espacio para la ficción especulativa. Por eso los libros que se publican suelen distribuirse en un circuito más cerrado que al que tienen acceso los autores que escriben realismo.
“En general no hay demasiadas editoriales que se dediquen a estos géneros”, dice Miguel Lupián, fundador de la revista digital Penumbria, donde se publica literatura fantástica. “Sin embargo, hay cada vez más esfuerzos editoriales para dedicarse a estos géneros, y en esas pequeñas editoriales es donde yo me siento más a gusto, porque sé que habrá gente igual de ñoña que yo”.
Rakel Hoyos, escritora poblana que acaba de publicar Temporada de Crisálidas con Odo Ediciones, un nuevo proyecto editorial autogestivo y sin fines de lucro que aborda literatura mexicana de ciencia ficción y fantasía, considera que todo este tipo de iniciativas contrastan con la visión mercantilista de las editoriales tradicionales.
Y la secunda Liliana Vargas, fundadora de la MexiCona, una convención online sobre literatura especulativa: “Creo que ha sido el desencanto de las grandes editoriales y su mercadotécnica lo que nos ha movido a buscar editoriales independientes. En general, a mí me gusta publicar en lugares que sean congruentes con lo que pienso”.
Esquinca, quien ha publicado cerca de una decena de libros con la editorial oaxaqueña Almadía, sostiene que para las grandes cadenas comerciales un libro significa poco, en tanto que son un “aparato gigantesco que sobrevive triturando ejemplares”.
“Una editorial pequeña o independiente se juega la vida con cada libro. Alguna vez le preguntaron a Rodrigo Fresán cuál era el éxito literario para él, y él respondió que el éxito era tener un editor que te entienda”.
Quizá los escritores de lo fantástico y del horror en México no tengan miedos demasiados comunes. Porque, ¿cuánta gente podría temerle a un mal editor?