Mario Galeana
Hacerse invisible.
Investigar el origen de la pieza, sus técnicas, sus posibilidades.
Conocer a las personas vinculadas con el objeto: un coleccionista, una familia, una comunidad entera.
Saber de casi todo, es decir, de arte, química, antropología, plomería, madera.
Volver a hacerse invisible: manipular la pieza, trabajarla pacientemente y no dejar rastro ni huella del trabajo.
Esto parece un extracto de cualquier manual de periodismo, pero en realidad es la síntesis del trabajo de restauración de arte.
El periodista y el restaurador comparten una virtud: la invisibilidad.
Y, del mismo modo en que los periodistas no protagonizan las historias que escriben, los restauradores no dejan marca sobre las piezas con las que trabajan.
OBJETOS EJES DE VIDA
“La idea es que el público en general no note que esa pieza fue intervenida, aunque un especialista sí puede llegar a distinguir la intervención. Es importante no crear falsos indicios históricos”, explica Andrea Alejandra Moreno Sánchez, restauradora de arte en el estudio Aurum, en Puebla, donde colabora con la restauradora María Fernanda Rodríguez.
Andrea Moreno estudió diseño de interiores, pero después se enroló en la licenciatura de restauración y conservación de bienes muebles, de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente (ECRO), en Guadalajara.
En el tiempo de su preparación, la ECRO era una de las únicas dos de nivel superior que funcionaban en el país. La otra, en Ciudad de México, era la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía “Manuel del Castillo Negrete” ENCRyM. Ahora hay otras en San Luis Potosí, Zacatecas y Querétaro.
Cinco años de carrera la formaron en historia, arqueología, antropología y sobre todo química, “que es la columna vertebral del programa, porque te permite conocer la transformación de los objetos”. A partir de este punto, los restauradores pueden especializarse en materiales específicos, como el papel, la cerámica, el libro antiguo o los textiles.
Antes de instalar su estudio privado, Andrea Moreno trabajó en la Fundación Feliciano Béjar y, después, en una constructora donde colaboró con arquitectos restauradores dedicados a la conservación de bienes inmuebles en varios estados del país.
“Como eran proyectos muy grandes, había daños tanto estructurales como en los objetos, lo que nos hacía trabajar en conjunto y diseñar estrategias para intervenirlos sin dañarlos. Por ejemplo, si hay una pintura mural dañada por una grieta, debemos subsanar esa estructura y al mismo tiempo preservar la obra pictórica: sin muro no habría pintura que restaurar”, explica.
En su estudio, que funciona también como galería para realizar embalajes, traslados y exposiciones de arte, ha restaurado desde esculturas del siglo XIX hasta piezas arqueológicas.
“En el estudio restauramos obras privadas, pero también hemos hecho proyectos institucionales en iglesias, interviniendo retablos o pintura mural. Pero para hacerlo debes contar con una cédula profesional que avale tu labor ante las instituciones correspondientes”, explica.
Lo que Andrea Moreno disfruta más de todo este proceso es el antes y después de la restauración, y el significado que esto puede tener en la vida de las personas que son propietarias de las piezas.
“Es una responsabilidad muy grande intervenir y restaurar un objeto que puede funcionar como detonante o eje de todas las actividades de una familia o de una comunidad. Hay que entender a las personas, saber qué piensan y qué sienten. Y ser muy prudentes con respecto a los objetos”, dice.
LA HISTORIA DETRÁS DE CADA COSA
A la restauración del arte también se puede llegar por vías alternas.
Mary Carmen Tello Rovira, por ejemplo, es licenciada en Ginecología y maestra en Artes Plásticas. Al adentrarse en el mundo de valuación de obras de arte, terminó por especializarse también en restauración.
Su trabajo lo requería: cuando recibía óleos o esculturas para ser subastados, debía someter la pieza a un riguroso análisis para corroborar su autenticidad y los procesos de restauración a los que había sido sometida. Alguna vez le llevaron un Diego Rivera, pero un detalle en la firma y cierto uso de colores bastó para que pudiera corroborar que era una obra que no hizo Diego Rivera.
Ahora, la restauración es lo que más le gusta:
“Volver las cosas a la vida es algo que no tiene comparación. Siempre he pensado que la restauración dignifica los objetos, cualquier objeto… muebles, óleos, esculturas, máquinas de escribir. El trabajo de restauración no se demerita si, por ejemplo, reparas una báscula antigua”.
Mary Carmen Tello es propietaria del estudio Rovira, donde comercializa, exhibe y restaura piezas de arte. También colabora con una casa de subastas en Ciudad de México. Antes fue gestora de arte en instituciones públicas, pero salió desencantada por el aparato burocrático. Así llegó al mundo privado del arte.
Cada vez que recibe un objeto para ser restaurado, se enrola en un proceso de investigación para situar la época en que fue elaborada y deducir y reconocer las técnicas empleadas por el artista.
“Tenemos que discernir qué técnicas usaron, de qué forma, y utilizar pigmentos y sustancias lo más naturales posibles. No se trata de volver nueva a la obra, sino de darle otra vez su capacidad de expresión: que la obra funcione, sin quitarle la esencia de lo antiguo”, explica.
Su especialización en este trabajo la ha llevado a descubrir que algunos materiales que parecen totalmente ajenos al arte, por inverosímil que parezca, son óptimos para la restauración. Desprovista de saborizantes y colorantes, por ejemplo, la gelatina puede ser un adherente natural eficaz. Lo mismo el micropore, la tela que se usa para sanar heridas.
EL TRABAJO CON LAS COMUNIDADES
Los restauradores no ven pasar el día encerrados en sus estudios. Para Eslin Adad Márquez, jefe de Bienes Muebles de la Secretaría de Cultura de Puebla, conocer a las personas involucradas con las piezas que restauran es tan importante como reparar los objetos.
“Nosotros nos trasladamos a las localidades cuando es necesario, porque reparar estos bienes en sus lugares de origen es una forma de coadyuvar con la gente. No se trata sólo de trabajar con la obra o con el patrimonio material, sino con la comunidad. Un bien no tendrá nunca el valor suficiente si la población no lo aprecia”, dice.
Desde el año pasado, la Secretaría de Cultura apareja sus procesos de restauración con prácticas de vinculación con las comunidades. Así, la gente aprende y conoce un poco más sobre el patrimonio de sus localidades.
Durante 2020, en pleno inicio de la pandemia de COVID-19, Eslin Márquez y su equipo trabajaron durante varios meses en la restauración de una escultura de bronce de cinco metros de altura, que se encontraba en la plaza principal de Tlaxcalantongo, localidad en el municipio de Xicotepec, donde fue asesinado el presidente Venustiano Carranza en 1920.
Ahora llevan ocho meses trabajando cuatro lienzos del templo de San Francisco Acatepec, en San Andrés Cholula, construido a mediados del siglo XVII.
“Llegan muchas solicitudes y damos respuesta a todas. El deterioro de las obras y los procesos de restauración pueden ser complicados”, explica.
Eslin Márquez estudió artes aplicadas en la Escuela de Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), que lo acercó a la aplicación de materiales diversos como madera, metales, vidrios y textiles. Llegó a la restauración tras haber trabajado en un par de museos, supervisando la curaduría y la conservación de piezas artísticas.
Hace siete años se mudó a Puebla y, desde entonces, atiende las solicitudes de restauración de bienes públicos que se realizan a la Secretaría de Cultura.
También es uno de los profesores de la Escuela Taller de Capacitación en Restauración de Puebla, que desde el 2001 ha formado a alrededor de 400 personas en oficios tradicionales dirigidos a la restauración arquitectónica, como cantería, carpintería, construcción, herrería e instalaciones eléctricas.
Sólo el año pasado, su departamento trabajó con mil 100 piezas de arte, entre dictámenes, limpiezas químicas y otras acciones de restauración.
La antigüedad de las piezas es un criterio decisivo para evaluar las solicitudes de restauración. Si los objetos fueron creados antes o durante 1900, la regulación del trabajo corre a cargo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Si se trata de obras de 1901 en adelante, corresponde al INBA.
“Lo que más disfruto de este trabajo es intervenir las obras; como tal, el contacto con la pieza. Existe un examen, que se llama examen organoléptico, que es el primer contacto. Ahí utilizamos el olfato, sentimos la pieza… esa es la parte romántica de la restauración. Trabajar con las comunidades, sin embargo, es generar un vínculo de identidad”, insiste.
Considera que un restaurador no es un artista. Y lo dice de forma categórica: “Sería ponerte al nivel original del artista que creó esa pieza, y uno no es artista, nuestra función es realizar acciones para que se mantenga la obra”.
Mary Carmen Tello Rovira es igual de decisiva, pero en sentido contrario: “El restaurador es un artista. Ya sea que hayas tomado la licenciatura en restauración o que el camino te lleve a ser un restaurador. Muchos somos artistas plásticos que por necesidad hemos tenido que entrar en esto”.
Y Andrea Alejandra Moreno Sánchez concilia ambas visiones: “Sí tienes una sensibilidad hacia el arte, pero no tienes tanto margen para ser creativo; tienes habilidades de artista, pero no desarrollas un proceso creativo, no puedes tomarte la libertad de inventar”.
Es decir, hacerse invisible. Investigar, conocer, saber. Manipular la pieza, trabajarla pacientemente y no dejar rastro ni huella de las manos que han intervenido con amplio conocimiento, ciencia aplicada y destreza.
INSTRUMENTOS DE PRECISIÓN
Estos expertos poseen herramientas de carpintería, ebanistería, escultura, pintura de toda naturaleza, utensilios de fijación, de prensa, de expansión y equipo de laboratorio para hacer mediciones y fórmulas.