Por: Dulce Liz Moreno
Las banderas argentinas a media asta hicieron al jueves más gris todavía. Luto nacional en la patria de Quino. Él solito se apodó Quino para hacerse notar de entre todos los Joaquines de la familia, aunque salvo su padre los demás le quedaron lejos, porque recién nació lo treparon al barco huyendo del horror que venía pisándole los talones a la familia y estallaría en guerra cuando él cumplía los cuatro años.
El optimista todoterreno de humor negro se remangó la camisa y el día que se le partió el negocio a su cliente de publicidad, al principio de los años 60, él, con los pedazos, construyó lo que a falta de hijos se constituyó su heredera universal: Mafalda, la luchadora social que hasta el año 73 hizo que la gente de habla hispana, y luego de otros 29 idiomas, saboreara, reflexionara y ansiara la siguiente tira que publicara el tipo que dejó escuela y futuro trazado con tal de dedicarse a hacer monos.
¿Qué otro Premio Príncipe de Asturias únicamente escribe en mayúsculas?, ¿cuál otro Caballero de orden de República Francesa hace pensar a todo el mundo con los retratos de ninguno que, al mismo tiempo, son espejo de todos? Entrevistado ya en sus 80, respondió a la pregunta obligada cómo quería que lo recordaran cuando ocurriera esto que ha venido como cubeta de hielos sobre la espalda el miércoles.
“Como alguien que quiso hacer pensar a la gente en las cosas que pasan… y a ver si las mejoramos”. Lo logró. Desde hace 50 años.
Inquieto de siempre, se le fueron cinco años más recientes con poca movilidad y dolores en el cuerpo. Y casi sin luz en los ojos. Yo lo siento como si se hubiera ido un tío querido. Y le enciendo una vela, como para que vea el camino hoy, que ha dejado de iluminarme él.