Mario Galeana
El humano más antiguo encontrado en Puebla murió hace 8 mil 385 años en una cueva formada por la lava del volcán Toluquillo, que acaba directamente en la presa de Valsequillo.
Por eso, cuando sus rastros fueron encontrados y analizados hace 60 años por el arqueólogo poblano Roberto García Moll, el humano fue llamado el Hombre de la Cueva de Texcal.
Aquel hombre comía lo mismo que los mamuts que lo rodeaban: era completamente herbívoro. Habitaba una era –el periodo paleoindio o precerámico– en la que los humanos comenzaban a asentarse en sus regiones, a fabricar objetos para cazar y decorar.
El rastro de la alimentación del Hombre de la Cueva de Texcal quedó impregnado en su esqueleto entero, y fue deducido a través de un proceso de reconstrucción de isótopos estables, en el que participó la investigadora Silvia González Huesca y un grupo de científicos.
Este proceso analiza las moléculas de carbono y nitrógeno de los restos óseos de animales y humanos para crear un rompecabezas desordenado a través de miles de años. Así, es posible derivar quién se comía a quién y qué cosas estaban dispuestos a compartir.
“A veces, para fechar o crear un nicho ecológico, no sólo es necesario el esqueleto, sino el sedimento alrededor de este. Hay fechamientos directos o indirectos… e, incluso, si se tienen cerámicas, es posible hacer una cronología simplemente con la cerámica que se tiene”, expuso González Huesca en un seminario de investigación realizado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
La dieta de aquel poblano era muy distinta a la de la Mujer del Peñón, que era cazadora y solía alimentarse de mamuts, y que murió alrededor de 4 mil años antes que él en la Ciudad de México.
Este dato pone en perspectiva los procesos biológicos de los distintos humanos que poblaron la cuenca de México, un trabajo de investigación al que González Huesca ha dedicado más de las últimas dos décadas de su vida, con un pie puesto en la geología y otro en la arqueología.
Casi 50 años después del descubrimiento del Hombre de la Cueva de Texcal, en la Casa del Mendrugo, en pleno corazón de la ciudad de Puebla, se encontró el entierro más antiguo detectado en el estado.
Eran los restos de dos personas, una de ellas una mujer de 55 años, que tienen una antigüedad de 3 mil 500 años. Un entierro asociado a los olmecas, puesto que con ellos fueron encontrados objetos de jade y espejos de magnetita, que suelen ser vinculados con esta cultura.
Entre el Hombre de la Cueva de Texcal y la mujer de la Casa del Mendrugo, a la que bautizaron como Chuchita, media una distancia de 5 mil años: un rastro del que los arqueólogos y los científicos aún desconocen prácticamente todo.
“Estamos buscando obtener los permisos y los fechamientos directos en estos materiales. Queremos saber si ntre los restos de la Cueva de Texcal y los de la Casa del Mendrugo hay similitudes, algún tipo de vínculo en ADN, cualquier cosa”, explicó González Huesca.
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ESPERAR EL FUTURO PARA CONOCER EL PASADO
La investigadora también fue coautora de una inquietante investigación en la zona de Valsequillo por la cual se encontraron aparentes huellas humanas en la ceniza volcánica petrificada del volcán Toluquillo, un cerro de 2 mil 170 metros sobre el nivel del mar.
Cuando el equipo analizó las huellas a través de un escaneo láser que toma fotografías en tercera dimensión, los estudios arrojaron que las huellas procedían de hace 1.2 millones de años.
“Era una locura”, dijo González Huesca y arrojó una posible explicación a este resultado: que las marcas hayan sido contaminadas por otros materiales de ceniza mucho más antiguos.
Todos esos resultados, explicó, han sido guardados para que, en el futuro, con una tecnología superior, puedan ser analizados una vez más.
En la actualidad, la investigadora está colaborando en el nuevo Ecocampus de la BUAP, instalado en la región de Valsequillo, para analizar distintos sedimentos que serán procesados para dilucidar el clima y los animales que poblaron la región hace más de un millón de años.
González Huesca no ve sólo capas de cerros, rastros óseos frágiles como un polvorón; ve un libro que le permite reconstruir el pasado.
“Hay mucho material para estudiar y yo no tengo tantas vidas. Queremos que más estudiantes se metan a estudiar para tratar de entender quiénes somos, de dónde venimos y si estamos relacionados genéticamente o no. Hacer el rompecabezas de Mesoamérica requiere eso”.
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