El libro Leyendas enfranjadas, escrito por Mario Riestra, retrata 100 figuras históricas del Club Puebla. El autor comparte algunas de ellas en este espacio, cada semana.
En la tranquila y nada futbolera Canadá, Lucas se enamora del deporte de las patadas.
Tal vez es porque en sus venas corre sangre argentina (su papá) e italiana (abuelo materno), mezcla con la potencia necesaria para vencer la indiferencia de sus amigos, de la ciudad y del país por el futbol.
También influye sin duda el tesón con el que su papá hace que sus dos hijos vivan y respiren futbol.
No sólo ven juntos los fines de semana partidos de la liga italiana y argentina, sino que les construye en el sótano de la casa una canchita con sus dos arcos pequeños.
Los hermanos compiten ferozmente (se pelean a menudo) y no se cansan de romper focos y marcos de cristal de cuadros y fotografías.
Pero también se ayudan a entrenar y a desarrollar habilidades, como el cabeceo certero y potente de Lucas. Su hermano no llegará a ser profesional por decisión propia, aunque se dice que aptitudes le sobraban.
Lucas lo tiene muy claro y nada lo va a desviar de su propósito de ser profesional. Es ciego a su entorno, concentra toda su energía y atención en hacer lo necesario para llegar a la cima.
Juega en varios equipos locales, en distintas posiciones, pero siempre por la izquierda (su perfil).
Ya para entonces (10 años) le pega muy fuerte al balón, lo que le gana el apodo de El Cañón. Como no para de meter goles, un entrenador lo ubica de delantero, posición que ya no abandonará.
A los 14, intensifica el trabajo físico y empieza a hacer pesas para desarrollar más la potencia y la fuerza.
Su plan es debutar a los 16, como el Kun Agüero. Su mentalidad es fuerte como una roca; siempre tiene un objetivo en la mira y lo consigue.
No le importa sacrificar muchas de las experiencias de una adolescencia normal; él sólo ve una pelota y una tribuna coreando sus goles.
Tras una gira por Sudamérica con su equipo, lo seleccionan para probarse en Uruguay.
Al cabo de dos meses, lo aceptan. Tiene 16 años y ya va a vivir en otro país.
El cambio es difícil, pues vive en una residencia que aloja a 25 chicos y comparte cuarto con cinco de ellos.
Aprende a lavar su ropa y sus platos y extraña su hogar, pero supera todo con tal de cumplir su sueño.
Ficha por Nacional, que lo presta a Juventud de las Piedras, equipo con el que se da el ansiado debut como profesional.
En el estadio no están sus papás, que le expresan su orgullo y felicidad por teléfono. Un mes antes, su mamá sí atestigua en vivo el primer partido de Lucas con la selección mayor de Canadá.
Tras varios años en Uruguay, llega a La Franja en 2017, donde permanece cinco torneos cortos en los que mete cerca de 30 goles, muchos con la cabeza. Su estancia en el club y en la ciudad es muy placentera.
Disfruta mucho el lugar donde vive y la compañía de buenos amigos. La afición lo quiere y reconoce su entrega.
Hoy, en su segunda etapa con La Franja, busca dar su máximo rendimiento, como la primera vez.