Texto y foto: Felipe Flores Núñez
Era 1977, recién se había retirado tras una corta pero exitosa incursión con el Cosmos de Nueva York y después de una larga trayectoria con el Santos de Brasil.
Edson Arantes do Nacimento Pelé, considerado por muchos como el mejor futbolista de la historia, realizaba una visita de cortesía a México, donde siete años antes había conquistado el título mundial con una selección de ensueño.
Al pie de la escalerilla del avión –no existían entonces los llamados “gusanos” de acceso– Pelé diría que el nuestro era su segundo país.
El precursor del “jogo bonito” llevaba en su equipaje tres campeonatos mundiales, el primero cuando tenía apenas 17 años, y mil 284 goles, de los cuales hizo 77 con la Selección de Brasil.
Y de credenciales, la de Ciudadano del Mundo otorgada por la ONU; Mejor deportista del siglo XX, que le concedió el Comité Olímpico Internacional; y Caballero de Honor, del Imperio Británico.
El Rey Pelé cumplió en la víspera 80 años.
Títulos, goles y fama nunca ensombrecieron su sencillez y afabilidad.
Un fenómeno.