El libro Leyendas enfranjadas, escrito por Mario Riestra, retrata 100 figuras históricas del Club Puebla. El autor comparte algunas de ellas a partir de hoy, cada semana.
El papá de Jorge es un loco por el futbol que le inculca a su hijo una pasión similar. Por eso, éste crece corriendo detrás de una pelota y jugando en los equipos de la escuela. En la primaria es lateral izquierdo (es zurdo) y después delantero. Cuando se necesita, se pone de portero, como su admiradísimo Jorge Campos (tiene todos sus uniformes y va a verlo jugar a CU). Alternar entre las dos posiciones lo hace sentir más cerca de su ídolo.
A los 15, ingresa a un equipo vinculado a las fuerzas básicas de La Franja. Se presenta como delantero, pero el entrenador lo coloca de portero y ya no lo mueve de ahí. “Si quieres jugar en primera división, tienes que ser guardameta”, le suelta. Primera llamada del destino.
A la reserva del 85 del Puebla le falta un portero para un torneo. Jorge recibe la invitación. Sigue entrenando en México en la semana pero juega el fin de semana en Puebla o donde toque.
Así está un año, tras el cual le ofrecen unirse de manera permanente a los camoteros, lo que significa mudarse de ciudad a tan corta edad. Su mamá y su hermana no dejan de llorar ante su partida, pero para Jorge es una ilusión, un logro.
Parte a Puebla con otros diez compañeros y los alojan en la casa club, que él ve como Disneylandia. Pero la diversión acaba pronto, pues todos sus amigos tienen edad para integrarse directo a la reserva de segunda división, mientras que él debe pasar más tiempo en fuerzas básicas. Ese desencuentro y la disparidad de dinámicas hacen que casi renuncie.
Las cosas mejoran un poco, sobre todo porque, en 2002, llega al equipo ¡Jorge Campos!, pero resulta una ilusión, pues acumula malos resultados en la escuela. Sus papás, molestos, lo regresan a México, pero El Chelís los convence de mandarlo de nuevo a Puebla, con la propuesta de que se mude a su casa, donde él y su esposa se encargarán de que asista a la escuela y estudie. ¡Gran gesto!
En 2005, Jorge llega al primer equipo, recién descendido a Primera A. Aunque obtiene el Campeonato ese torneo, seis meses después pierde el partido por el ascenso ante Querétaro. Villa, como también es llamado cariñosamente, decide entonces terminar su carrera deportiva, regresar a México y empezar una licenciatura. Pero Chelís llega al banquillo y, tal como hizo con el papá, convence al hijo de abandonar sus estudios de administración y ponerse de nuevo los guantes.
Empieza la aventura de un equipo que marco época y recuperó no sólo la categoría y el buen futbol, sino la afición, que vuelve a llenar las tribunas. Conseguido el ascenso, Jorge puede debutar por fin en primera división en 2007. Vive tres años más de emociones con los camoteros.
Para Jorge, haber vestido la enfranjada es un gran orgullo. Es el equipo de sus amores en el que se formó desde muy joven y que le dio la oportunidad de cumplir su sueño de ser jugador profesional. Es un honor que le habría gustado que sus hijos vieran. Les guarda especial gratitud a El Chelís y su familia por abrirle las puertas de su hogar y portarse como una segunda familia.