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Guillermo Pacheco Pulido
Al cumplirse cincuenta años de su fallecimiento, el mundo cultural recordó a Miguel Ángel Asturias, quien dio luz al pensamiento y a la palabra guatemalteca.
El 19 de octubre de 1899 nació en la Ciudad de Guatemala y murió en 1974 en París; sus restos descansan en el cementerio de Père Lachaise.
Miguel Ángel Asturias, hombre de todos los tiempos, ser universal, poeta, narrador, dramaturgo, periodista, visionario y diplomático, es considerado uno de los protagonistas más importantes de la literatura hispanoamericana del siglo XX.
Según sus cronistas, Fernández Tomás y Tamaro Elena, en sus biografías de Miguel Ángel Asturias, fue además precursor de la renovación de las técnicas narrativas y del realismo mágico.
Con su naturalísimo empleo de la lengua castellana, construyó uno de los mundos verbales más densos, sugerentes y dignos de estudio en las letras hispánicas.
Miguel Ángel Asturias fundó y dirigió la Universidad Popular. En 1966 recibió el Premio Lenin de la Paz y en 1967 el Premio Nobel de Literatura.
(Recordamos que el mexicano por excelencia, Octavio Paz Lozano, poeta, ensayista y diplomático, cuyas obras han sido traducidas a más de treinta y dos idiomas, es el único mexicano que recibió el Premio Nobel de Literatura, a quien le rendimos perpetuo homenaje y reconocimiento).
El libro que le dio el Premio Nobel a Asturias fue Los ojos de los enterrados.
Para comprender la producción literaria de Asturias, sus cronistas señalan que debe tomarse en cuenta el profundo influjo que ejercieron en él tanto la cultura maya como la vida europea, elementos que capturó en sus relatos como producto de su pensamiento mágico.
Parte de su obra se ubica dentro del influjo del surrealismo, lo que marca su escritura como dramaturgo y le permitió crear un teatro tocado por el realismo mágico, género con el cual alcanzó su máximo prestigio como narrador.
En sus novelas y cuentos, que revelan una apasionada y subjetiva captación de la realidad, aborda diversas facetas como la tragedia de la dictadura, el mundo mágico del indígena, la magia y ensueño de la niñez y las tradiciones de Guatemala.
En sus novelas afloran influencias entremezcladas de diversas tendencias, movimientos y corrientes literarias.
Se señala que su primer libro fue Leyendas de Guatemala, seguido de El señor presidente, Hombre de maíz y El hombre que lo tenía todo, todo.
En este último, describe la vida de los campesinos guatemaltecos tras la “Conquista”, y retoma el Popol Vuh, gran libro sagrado de la cultura maya, que relata cómo el hombre fue creado con maíz, el cual dio forma a su cuerpo y huesos.
En agradecimiento, el hombre aprendió a labrar la tierra y darle vida con la siembra del maíz. Este grano es la esencia de lo que fuimos, lo que somos y seremos.
Para la conciencia indígena, el maíz asume una categoría sagrada.
Decía Miguel Ángel Asturias: “Sembrado para comer, es sagrado alimento del hombre que fue hecho de maíz. Sembrado por negocio, es hambre del hombre que fue hecho de maíz.”
También nos dijo:
“Toda obra, cualquiera que sea, literaria, política, científica, debe estar respaldada por una conducta. El poeta es una conducta moral”.
Partes de sus poemas:
Él lo dijo en un poema
Si tardas mucho, la primavera ha huido,
y a tu regreso, tras las puertas juntas,
encontrarás sentado a un viejo olvido con los ojos cargados de preguntas.
Ella lo dijo en un poema
Yo guardaré tu nombre.
yo velaré tu sueño
yo esperaré contigo los primeros albores
yo enjugaré tu llanto cuando conmigo llores,
y cuando ya no quieras que camine
contigo,
déjame abandonada como un grano de trigo sobre las sementeras…
¡Déjame para siempre, cuando ya no me quieras!
Credo
Creemos en la resurrección de los héroes y en la vida perdurable de los que, como Tú,
Libertador, no mueren, cierran los ojos y se quedan velando.
Quienes así piensan son seres de todos los tiempos.