Es relativo
Lic. Guillermo Pacheco Pulido
(Primera de dos partes)
Este trabajo es una síntesis de la conferencia sustentada por el maestro Juvenal Cruz Vega que yo presento en dos partes por considerarlo de importancia.
En él nos dice: el humanismo clásico, cristiano y mexicano tiene contenido, raíz, tradición y trascendencia. Reúne la sophía, la sapientia y la ciencia. Es filantropía, erudición y virtud.
En este artículo escribo muy apretadamente lo que he venido exponiendo en mis recientes conferencias a partir de mi libro Defensa apasionada del humanismo. ¿Qué es, pues, el humanismo?
Es una palabra tan añeja como el mismo hombre: clásica, medieval, renacentista, moderna y posmoderna; griega, latina, europea, latinoamericana, prehispánica, mexicana, y popular a través del discurso político, tan repetido en la oratoria en tiempos de elecciones y de reuniones masivas.
El humanismo es una palabra mundial, cotidiana, rica en significado, en vida, propuestas, valores, conocimientos, instituciones, pueblos y naciones. Es una palabra culta, y desde aquí comienza el lenguaje aludido en esta disertación.
Sin duda, la diacronía y la sincronía del humanismo mexicano nos ha reenviado a las escuelas y a las fuentes de la tradición humanística en sus vertientes concretas.
Desde el México contemporáneo, la Reforma, la Nueva España, el Concilio de Trento, el Renacimiento, Constantinopla o la escuela medieval y escolástica, la latinidad o humanitas, la helenidad de Alejandría, hasta la paidéia en la época de oro de Atenas y, si se puede, más allá de nuestras posibilidades históricas y culturales.
La frase inmortal del trágico romano Terencio Afer vuelve a resonar en las aulas de nuestras escuelas y en los micrófonos de la radio y la televisión, en las conferencias y en los foros, coloquios, convivia, banquetes, simposios y congresos: Homo sum, humani nihil a me alienum puto. (Hombre soy, y pienso que nada de lo humano es ajeno para mí).
De una manera sucinta lo recuerda con tanta belleza el poeta mexicano Alfonso Reyes Ochoa al escribir: “Viaja la cultura, no se está quieta, por tres siglos funda sus cuarteles en Atenas; por otros tres siglos en Alejandría; madura por otros cinco en Roma; en tanto que ocho reposa en Constantinopla.
“Y al cabo se difunde por el Occidente europeo, para después cruzar los mares en espera de la “hora de América”, hoy más apremiante que nunca”. La crítica de la edad ateniense 600 a 300 a. C., Alfonso Reyes Ochoa, 1941, en Obras Completas, (Vol. XIII, FCE, México, 1961). También véase: Por amor al griego, la nación europea, señorío humanista, (siglos XIV-XVII, Jacques Lafaye, FCE, México, 2005, p. 21).
En efecto, todo proyecto del humanismo debe poseer mucho o al menos, parte del humanismo histórico que comienza con la paidéia, la humanitas, la cultura y lo que se ha llamado originalmente humanismo a partir del Renacimiento.
Por eso una de sus fuentes primarias es la tradición que implica varios elementos: lengua, cultura, religión, literatura, géneros literarios, escuela, ideario, maestro, discípulo, valores, virtudes, pensamientos, arte, educación, comunicación, enseñanza, aprendizaje, entre otros.
Un humanista que se exprese de esta forma debe ser un hombre bien formado y radical. Porque va a la raíz de la palabra, porque es un buscador de raíces, esto es, un polirrizo, pues hallando la raíz todo tiene sentido y salvación. Así es, con la raíz todo se reconstruye.
No se trata, pues, de un radicalismo en sentido despectivo y politizado, sino de una reflexión profunda que lleve el sello de un fenomenólogo, al ir a las cosas mismas al fondo de los problemas, buscando la profundización y el análisis de la realidad.
Conforme al esquema del humanismo que he venido trazando a partir de la reflexión de algunos autores eje de la tradición, sobre todo, del evangelista San Lucas (Lc. 2, 39-52), del escritor romano Aulo Gelio (Noches Á- ticas, Aulo Gelio, XIII, 17, 1-3.).
También del humanista mexicano Alfonso Reyes en su Crítica de la edad ateniense, de Gabriel Méndez Plancarte en su brillante libro Humanistas del Siglo XVIII; de Mauricio Beuchot en su humanismo analógico y de Justino Cortés en su inculturación indígena, presento brevemente tres niveles del humanismo: filantropía, sabiduría y virtud.
La filantropía, además de una cierta bondad y una benevolencia común entre todos los hombres, es una misericordia a los pobres olvidados, abandonados, incomprendidos y también mal aprovechados.
Es una sabiduría viva que se trasmite de persona a persona, de tú a yo y de yo a tú, para que los valores se hagan un nosotros.
Esa sabiduría es la hélikia de la que hablan los siete sabios de Grecia, de la que refiere San Lucas al subrayar el crecimiento de Jesús, es la aetas de la que vierte San Jerónimo en la Vulgata.
Es la sabiduría que se asimila con la edad a través del crecimiento y del progreso en la casa y en la familia, en la cual los maestros son los padres y los discípulos son los hijos.
De una forma sencilla y sintética, el humanismo como filantropía se expresa por su jerarquía de valores del siguiente modo: “en la casa se aprende a saludar, dar gracias, ser limpio, ser honesto, ser puntual, ser correcto, hablar bien, no decir peladeces, respetar a los semejantes, ser solidarios, comer con la boca cerrada, no robar, no mentir, cuidar la propiedad personal y la ajena, ser organizado”.
En suma: ser hogareño, cuidar a la familia y educarla lo mejor que se pueda”.
En esto fueron ejemplares los griegos en tiempos de Sócrates y Pericles, los romanos en tiempos de Domiciano y Marco Fabio Quintiliano, y los cristianos de los primeros siglos con el nacimiento de las escuelas y sus planes de estudio, inspirados en las ludi romanas.
Pues allí le dieron mucha importancia a la formación que se daba en la casa, lo cual era llamada la primera escuela. (Véase Inst. 1,1,1-6 de Quintiliano).
En cambio, el humanismo como erudición es la sabiduría o el conocimiento de la escuela que viene a profundizar mayormente a la filantropía. Es el estudio, la sophía, la sapientia y la ciencia.
En la tradición y en la memoria histórica es la paidéia, el helenismo, la humanitas, la cultura y el humanismo. Y se encuentra esparcida en diversas vertientes concretas.
Tres de ellas son un paradigma, por eso insisto que el humanismo clásico, cristiano y mexicano, como dije en el exordio de la disertación tiene contenido, raíz, tradición e incluso trascendencia Es filantropía, erudición y virtud y, sobre todo, el humanismo como ilustración tiene el privilegio de acudir a la formación de las lenguas clásicas, de las lenguas modernas, de las lenguas originarias y de la filosofía con toda la sabiduría que ella representa.