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Guillermo Pacheco Pulido
La fructífera vida cultural que desarrolló el gran mexicano, maestro Pedro Ángel Palou Pérez, escritor ilustre, logró que la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla editara, en 1997, un libro titulado Guillermo Prieto en Puebla.
En el mencionado documento se reconocen las obras fundamentales de Guillermo Prieto Pradillo, quien representó a Puebla en el Constituyente de 1856-1857, del cual surgió una trascendental obra jurídica: la Constitución de 1857.
El poeta Prieto participó como miembro de la comisión que impulsó y reglamentó la Escuela Normal de Profesores en Puebla. Prolífico y profundo escritor, Guillermo Prieto Pradillo legó a Puebla trabajos literarios de gran valía.
Respetables plumas poblanas como Salvador Cruz, Pedro Ángel Palou Pérez, José Miguel Quintana, Gabriel Zaldívar y otros más, a quienes recordamos con afecto y respeto, comentan los artículos de Guillermo Prieto Pradillo en ese libro, en el que consta su presencia intelectual, dinámica e histórica.
Para el cronista Prieto, “La China Poblana” fue un tipo popular favorito, a quien dedicó muchos renglones de prosa y poesía.
En fin, Guillermo Prieto Pradillo, apodado Fidel, estuvo estrechamente relacionado con Puebla, de cuya entidad realizó formidables crónicas, así como de la Ciudad de Tehuacán.
Salvador Cruz nos entrega en el libro algunos comentarios sobre Guillermo Prieto Pradillo:
1997 debió ser el año de Guillermo Prieto. Su vida colma el siglo XIX y su obra llega al siglo XXI como ejemplo de vocación cumplida.
Sirvió a su patria con desinterés y con honradez a toda prueba. Nació pobre, vivió pobre y murió pobre porque así se lo dictó su conciencia nacionalista.
Debió ser un gozo escuchar su plática. Como fray Servando, Bustamante, Lizardi y Federico Gamboa, su palabra escrita es hablada: la oímos.
En Prieto y todos ellos, como una gota de miel, la palabra es graciosa, humorística y zumbona. Y, como en toda plática, llega el desvío del tema principal para que surja la anécdota, cuyo último fin es hacer sonreír. Son auténticos “escritores parlantes”.
Sus Memorias de mis tiempos son el viaje a un México que no se quiebra y que transforma la pena en gozo de todo saber y conocer. Y el más último gozo: saber transmitirlo, sin solemnidad, sin vanas erudiciones, sino salpimentando el relato con uno que otro chisme.
Prieto supo ver a los hombres de su tiempo, tanto a los de alto rango como al pobre macehual de castigadas espaldas.
Nos acerca al señor gobernador del estado de Puebla, don Juan Crisóstomo Bonilla, y nos lo presenta republicano, con el nombre con que humildes y poderosos lo llamaban: Juanito.
Y como no hay acción sin reacción, el mejor retrato de Prieto nos lo ofrecerá, en línea costumbrista, Vicente Riva Palacio, quien revela el trasfondo humano del poeta popular: su íntima ternura.
Un día, el avieso López de Santa Anna, el espectro de una sociedad, como lo llamó Agustín Yáñez, destierra a Prieto de la Ciudad de México (en aquel entonces había tres opciones: destierro, encierro o entierro).
Prieto se dirige a la provincia sin más armas que el amor al trabajo diario. Llega a Tehuacán, abre una pequeña escuela, enseña y aprende.
Sus paseos favoritos son a San Pedro Acoquiaco. Las calles del Carmen y San Juan de Dios lo conducen al campo, donde respira la libertad.
Por eso, cuando un día le piden que escriba sobre Tehuacán, su corazón se vuelve: lo hace con amor, con verdad y, sobre todo, con agradecimiento.
¿Quién, si no Guillermo Prieto Pradillo, escribió el mejor elogio de Tehuacán en el siglo XIX?
Cuando en 1960 Tehuacán celebró el tercer centenario de su titulación como ciudad, no era posible olvidar el paso de Guillermo Prieto Pradillo.
Luz Irma de la Fuente develó la placa talaveresca, que da cuenta de la estancia del entusiasta preceptor en una casa hoy desaparecida, pero de la que afortunadamente quedan registros fotográficos.
Estaba en la entonces calle principal, la única que conducía a Puebla y viceversa. Fue un pequeño homenaje, pero sincero, a quien precedió al más ilustre maestro del siglo XIX tehuacanero, don Pedro J. de la Llave.
Guillermo Prieto Pradillo no morirá del todo. Pervive y pervivirá. Lo oímos al leerlo, aprendemos su lección al escucharlo y nos guía en su camino cierto.
Hace cien años cerró los ojos, esos ojos vivos, plácidos, de parpadeo incesante. Decidió ser escritor y lo cumplió.
Decidió enfrentar destierros y miserias antes de rendirse al polichinela de la dictadura, y lo logró.
Fue honrado consigo mismo para serlo con los demás, y fue su más último cumplimiento. Nos queda su lección de integridad y limpieza.
Pedro Ángel Palou Pérez nos dice: “La estatura de Prieto como escritor está allí, erguida, pero su estatura moral, como hombre, como político, como funcionario, en esta época de inversión de valores, es un alto ejemplo de integridad, de congruencia en el ser, el pensar y el actuar; la igualó con su acción bienhechora”.
“La más difícil de todas las profesiones es la de ser hombre, hombre de una pieza y de una sola contextura moral, y Prieto lo fue… Por eso está vigente… Por todo eso hoy lo recordamos…”
“Con Fidel volvamos a romper los cristales del tiempo. No olvidemos a las mujeres y hombres que hacen vibrar nuestra provincia y gritar en libertad: ¡Viva Puebla!”