Es Relativo
Lic. Guillermo Pacheco Pulido
Decía la abuelita que a los muertos hay que rezarles para que su alma llegue al cielo.
El abuelo decía que la memoria es el presente que nunca acaba de pasar y hay que recordar a los muertos, en especial los que hicieron bien a la humanidad.
Ahora que los jóvenes parece que se han olvidado de recordar la historia, ponemos a su consideración lo siguiente.
José María Marroquí
(1824-1898)
Médico e historiador
Nació el 6 de febrero de 1824 en Ciudad de México, de padres de buena posición, que pudieron darle una esmerada educación. Estudió primero en el Seminario Conciliar, donde forjó un profundo amor por los clásicos y un plausible afán de defender el idioma, lo cual le valió más tarde ser miembro de la Academia de la Lengua.
Sin embargo, para contentar a su familia, siguió la carrera de Medicina, titulándose de médico cirujano, profesión que no ejerció.
En 1847 combatió entra la intervención norteamericana, siendo un muchacho; habiéndose afiliado al Partido Liberal, defendió ardientemente sus principios, durante la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa, de 1862 a 1864.
Fue catedrático de idioma español en la Escuela Preparatoria, desde su fundación; cónsul de México en España, con residencia en Barcelona; diputado al Congreso de la Unión, en 1861.
Acompañó al presidente Benito Juárez en su peregrinación n al norte del país, cuando Ciudad de México co fue ocupada por los ejércitos intervencionistas franceses. A la caída del imperio que encabezó Maximiliano de Habsburgo, en 1867, Juárez lo nombre juez del Registro Civil. En ese empleo y en el de regidor del ayuntamiento de Ciudad de México , que tuvo después, conoció numerosos documentos de los archivos municipales, los que despertaron la idea de escribir las historias de las calles de México ico, a lo cual se abocó con desmedido afán.
Diariamente hacía investigaciones en bibliotecas y archivos, en las casas particulares y con los dueños de las mismas. Fue durante años popular su figura, sudorosa y atareada, por las calles de la capital. Fruto de tan gran trabajo fue su monumental obra titulada La Ciudad de México, que editara el propio ayuntamiento de la capital mexicana.
Dicha obra es una fuente magnífica de informaciones históricas, no sólo de Ciudad de México o, sino de otros muchos sucesos interesantes; es la historia de cada una de las calles de la ciudad y de sus edificios históricos monumentos, conventos, iglesias, palacios y sitios de interés.
Más de 20 años ocupó en escribir tan extenso libro, revolviendo todos los archivos y calles de la ciudad, hasta lograr en los tres gruesos tomos de su obra capital, transmitir mil abundantes pormenores sobre la historia del virreinato, sobre costumbres, creencias, tradicionales, guerras, noticias históricas, biográficas, bibliográficas, estadísticas y administrativas, todo revuelto, pero lleno de datos desconocidos hasta entonces, que habían escapado a la diligencia de los demás historiadores y cronistas de la capital mexicana, tan llena de tradiciones y leyendas.
Nombrado cónsul de México en España, marchó al viejo continente, donde al ser depuesto el gobierno que lo designara, quedó abandonado en tierra extraña y en la más absoluta miseria; pero al fin pudo regresar a Ciudad de México, viejo, cansado y sin recursos, para morir en ella, el 24 de abril de 1898, según se dice de hambre, pues la enfermedad que lo atacó le impedía a probar bocado y tampoco tenía para comprar un pedazo de pan o alguna medicina.
Su muerte acaeció en la casa que ocupaba en el callejón de Coajomulco, que a iniciativa del poeta José de Jesús Núñez y Domínguez, fue llamada por el gobierno del Distrito, calle de Marroquí.
Para mayores datos, consulte el libro 150 biografías de mexicanos ilustres.