Es relativo
Lic. Guillermo Pacheco Pulido
Ni la ausencia ni el tiempo son nada cuando se ama. Que de todas las tormentas que he sufrido, la ausencia eterna es atroz. Un solo ser me falta y todo está despoblado, en su ausencia.
Así nos va llevando El Principito cuando se ausenta de su rosa, una flor que él ha cultivado, cuidado, defendido de los insectos y otros animales y porque dice que es la única flor del universo.
Contiene el pensamiento y sueño del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, respecto de un niño príncipe que viajó por varios y pequeños mundos.
En ellos conoció personas y paisajes, creando en su mente muchos conceptos de vida que se explican en dicho libro, que, por supuesto, recomendamos leerlo en su integridad.
El libro fue escrito para niños, pero creo que lo han leído más adultos. Es una historia muy sencilla pero con profundos conceptos emanados de los sueños, realidades y esperanzas de los infantes y adultos.
Es un libro con cerca de 100 páginas, con traducción en cerca de 250 idiomas y un millón y medio de ejemplares vendidos; por ello se sabe que es uno de los 10 más leídos en el mundo.
Hacemos notar que existen libros para lectura de los niños como: Emilio, o de la educación, de Jean-Jacques Rousseau.
Oliver Twist, de Charles Dickens.
Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll.
Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain.
Matilda, de Roald Dahl.
Harry Potter, de Joanne K. Rowling.
Nos cuenta el principito que en su recorrer por los pequeños mundos conoció muchas rosas hermosas, tal vez hasta mejor que la suya. Al haberla dejado sola, abandonada, el principito se puso triste.
En ese momento, en el paraje aparece un zorro.
—Buenos días, dijo el zorro.
—Buenos días —respondió cortés el principito, que se volvió pero no vio a nadie.
—Estoy aquí —dijo la voz bajo el manzano.
—¿Quién eres tú? —dijo el principito. Eres muy bonito…
—Soy un zorro —dijo el zorro.
—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito. ¡Estoy tan triste!..
—No puedo jugar contigo —dijo el zorro, no estoy domesticado.
— ¡Ah! perdón! —exclamó el principito.
Pero después de reflexionar añadió:
— ¿Qué significa “domesticar”?
—Tú no eres de aquí —dijo el zorro, ¿qué es lo que buscas?
—Busco a los hombres —dijo el principito. ¿Qué significa “domesticar”?
—Los hombres —dijo el zorro, tienen fusiles y cazan ¡es bien molesto! crían también gallinas. Es su único interés, ¿tú buscas gallinas?
—No —dijo el principito, yo busco amigos. ¿Qué significa domesticar?
—¿Crear lazos?
—Seguramente —dijo el zorro, tú todavía no eres para mí más que un niño parecido a cien mil niños. Y yo no tengo necesidad de ti. Y tú tampoco tienes necesidad de mí. Para ti no soy más que un zorro parecido a cien mil zorros. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Y yo seré para ti único en el mundo…
—Comienzo a comprender —dijo el principito, hay una flor…, creo que ella me ha domesticado…
—Es posible —dijo el zorro. En la Tierra se ve toda serie de cosas…
—Adiós —dijo el principito.
—Adiós —dijo el zorro. He aquí mi secreto. Es muy sencillo: sólo se ve con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos.
—Lo esencial es invisible para los ojos
—repitió el principito, con el fin de acordarse.
—Es el tiempo que has perdido con tu rosa, lo que hace a tu rosa tan importante.
—Es el tiempo que he perdido con mi rosa —dijo el principito, con el fin de acordarse…
—Los hombres han olvidado esta verdad
—dijo el zorro. Pero tú no debes olvidarla. Te haces responsable para siempre de lo que has domesticado, eres responsable de tu rosa…
—Soy responsable de mi rosa… —repitió el principito a fin de acordarse.
Entre las palabras que a mi criterio tienen mayor mensaje en el libro, y más claro significado es la de domesticar.
De hecho no le damos la concepción gramatical de “hacer dócil”, “amansar”, que se usa para los animales.
El principito conjuga esa palabra con amor, recuerdo, amistad, lealtad, memoria, armonía, verdad, actitud, verticalidad, honestidad, siempre del uno para el otro.
Domesticar nos enseña el pensamiento de el principito: es entender que dos corazones tienen el mismo palpitar, el mismo ritmo, la misma e igual sintonía, hay armonía en sus vidas.
Cuando se está domesticado hay un camino de mutuo respeto para el andar de dos seres; me acordaba del zorro: decía el principito: pero “se corre el riesgo de llorar un poco si uno se ha dejado domesticar”.
El zorro le dijo a el principito: “¿sí quieres domesticarme?”
—Sí quiero —respondió el principito, pero no tengo mucho tiempo, tengo amigos que descubrir y cosas que conocer”.
—No se conocen más que las cosas que se domestican —dijo el zorro, los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada.
Compras las cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen vendedores de amigos, los hombres no tienen amigos. Si tú quieres un amigo domestícame.
Aprendemos de la lectura que estar domesticado es desconocer el odio y el insulto, no se tiene envidia, no se juzga, no se injuria, ni se desea el mal para el otro.
El amor domesticado no usa la soberbia del perdón, porque el perdón lo usan los que se creen superiores y el ser humano debe ser humilde.
El zorro reconoció estar domesticado porque el principito tendió lazos para unir la memoria del zorro con la suya, aceptó ser domesticado porque uno necesita del otro, porque uno sólo no forma parte del todo.
Al igual, el principito estaba domesticado con su rosa porque la sembró, le ponía agua, le retiraba a los animales; la extrañaba, porque la amó más en su ausencia.
El zorro dijo al principito: “tú serás para mí el único en el mundo, yo seré para ti el único en el mundo. Es triste olvidar a un amigo; no todos han tenido uno”.
El zorro dijo: he aquí mi secreto, es muy sencillo, sólo se ve con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
Los hombres han olvidado esta verdad, dijo el zorro, pero tú no debes olvidarla: te haces responsable para siempre de lo que has domesticado, tú eres responsable de tu rosa y nada más.
Dicen los filósofos: hay algo en el niño desde la cuna como hay algo del niño en la vejez. Domesticar el llamado del mundo: todos responsables de todos los seres humanos.