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¿Qué le pasa a Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández? ¿Qué le sucede a la presidenta del Comité Directivo Estatal (CDE) del Partido Acción Nacional? ¿Por qué desde hace un buen rato su comportamiento y sus actitudes están levantando cejas entre la militancia?
Aquí algunas respuestas:
Augusta no entendió, nunca, cómo y por qué llegó a la dirigencia albiazul.
La primera opción para el cargo era Marcos Castro, actual secretario general del CDE y, como todo mundo sabe, cercano operador del presidente municipal de Puebla, Eduardo Rivera Pérez.
Pero desde el Comité Ejecutivo Nacional, el grupo de la morenovallista Genoveva Huerta maniobró con Marko Cortés para poner un candado a través del género y para que la posición en juego recayera en una mujer, quedando así los varones fuera de la jugada.
Al no poder ser Marcos Castro el candidato a la dirigencia estatal, el grupo de Eduardo Rivera volteó a ver a la actual diputada federal Ana Teresa Aranda.
Sin embargo, las dudas sobre su militancia –durante el morenovallismo renunció al partido– obligaron a descartarla.
Entonces se optó por el plato de tercera mesa: Augusta Valentina Díaz de Rivera.
No que fuera la mejor opción, sino que no había nadie más que, digamos, cumpliera el trámite.
Así, la dirigente panista llegó de rebote, por coyuntura.
O por esas situaciones que tienen que ver con la suerte y las circunstancias.
Marcos Castro se hizo a un lado, sí, pero fue él quien operó toda la campaña y toda la elección que terminó con la victoria del grupo del alcalde de Puebla y la derrota de Genoveva Huerta y su equipo.
Pero ahora resulta que Augusta se cree, literal, la dueña del PAN y ya ve a todos de arriba hacia abajo.
Protagonista.
Intolerante
Sin reflejos.
Y con fobia hacia los medios de comunicación, un rasgo que delata su profunda ignorancia del manejo de un partido y de los asuntos de poder.
Lo peor no es eso –allá ella y su modelo de gestión–, sino que su histrionismo –por llamarlo de algún modo– ya hizo que surgieran las primeras serias desavenencias, con olor a ruptura, con Marcos Castro.
Según cuentan en el mismísimo CDE del PAN, Augusta está desconociendo acuerdos de campaña.
¿La razón?
No los conoce porque sencillamente no estuvo en las reuniones importantes, las de a deveras, donde, por ejemplo, se repartieron las posiciones en el CDE.
“Urge que alguien ponga orden”, me dice una fuente muy bien enterada de lo que está pasando al interior de la casona ubicada en la colonia Bugambilias.
Cuentan, incluso, que hace no mucho, en una reunión con Eduardo Rivera, Augusta presumió estar “bien posicionada” en las encuestas.
Encuestas que quién sabe a cuál empresa patito contrató.
Y es que, en su febril imaginación, piensa/supone/sueña en colocarse como opción para la alcaldía de Puebla o, de perdida, al Senado.
El presidente municipal –jefe de facto del panismo poblano–, la miró con extrañeza y un dejo de profunda decepción.
Sí.
¿Qué le pasa a Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández?, se preguntan muchos panistas.
Sin voz, sin peso, sin agenda, sumamente conflictiva e incapaz de entender por qué y para qué está donde está.
“¿Con esta dirigente vamos a ir a la guerra de 2024?”, se preguntan.
Y al preguntarse no son pocos los que ya hasta empezaron a extrañar a Genoveva.
Así de grave.